No hay nada que altere esta agradable rutina.
Defiendo mis palacios de cartón piedra de los ataques de piedras lanzadas desde un tirachinas cualquiera, el caballo-mecedora corre y sus crines al viento, me protegen de las flechas de indios que tratan de hacerme caer al suelo.
El triciclo es una carroza, tirada por un magnífico perro, que hace las funciones de corcel alado, hasta la medianoche.
Y vestida como una bailarina, avanzo, con una corona de flores que atrae a las abejas, que con sus zumbidos evocan los violines de un baile de reyes.
Pinto cuadros con colores inverosímiles, escenas inmóviles que me dan la seguridad de tener los sueños sujetos por un cordel, y me los llevo de paseo, como si fueran globos, atados a mi muñeca.
El palo hace de varita y de batuta; ahora es una espada que me salva del dragón.
(continuará)