La venda de sus ojos no dejaba traspasar la luz, los sentidos restantes estaban atentos a cualquier sugerencia de él.
El olfato aumentó y entre risas, le soltó que tuviera cuidado con la nata, que no le apetecía tener que poner las sábanas a lavar después de su noche de pasión.
La lengua de él comenzó a lamer parte de su ombligo, jugaba con ella, la hacía temblar, y sudar.
En unos minutos sintieron como la cama se movía al compás. Tras unos momentos de éxtasis, escucharon un ruido. La vara colgada de la pared había caído.