Erase una vez un sofá. No era ni muy grande ni muy pequeño. Podían sentarse dos personas y hasta tres, si se apretaban un poco. Tampoco se puede decir que fuera feo, pero tampoco bonito. No tenía cuadros, ni círculos, ni triángulo ¡ni flores!
¿Y colores? No era verde, ni rojo. No era azul ni amarillo. ¿Entonces de qué color era? Blanco.El sofá estaba en una tienda esperando que alguien se fijase en él para poder sentir los culetes de los niños, o las cabezas de los adultos dando golpes en su respaldo.Pero estaba triste porque nadie lo compraba. Hasta que entró un mayordomo. Trabajaba en el castillo del lugar. Lo vio, le gustó, lo compró y ¿sabéis dónde lo puso? En el salón principal, justo debajo de una gran ventana, que atraía toda la luz del día. Y allí los señores se sentaban largos ratos a leer.
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