Llegar caminando. Sentarse. Mirar alrededor. Levantarse. Agacharse en el suelo. Notar el sol calentando la piel. Oler el césped a tu alrededor. Respirar aire. Sentir como entra. Como nos eleva. Y dejar que tire de los hilos. Que nos conduzca y maree como el zumbido de las abejas en verano. Hacia un lado. Al otro.
Volar entre las nubes. Agarrarse a la gota de rocío, que cae desde el precipicio del pétalo. Apreciar la mañana. Doblar las esquinas. Acariciar la tierra y descubrir un gusano. Ondear su paso. Construir una puerta con palitos de madera. Hacer que llame, dejarle entrar. Invitarle a tomar té. Con pastas.
Mirar el reloj. Solar. Y caer en la cuenta que el conejo ya no tiene tiempo. Respirar. Otra vez. Despedirse de la flor, del gusano, de la luz. Del tiempo y del perfume. Sostener una hoja. Arrugarla, doblarla y hacerla pedacitos. Crear confeti natural.