Oyó un crujido y se quedó quieto, inmóvil, aguantando la respiración, no sabía qué podía haber en aquel bosque. El crujido cada vez se hacía más fuerte, entre la penumbra vio moverse algo, unos ojos brillantes le miraban fijamente.
Tuvo la sensación de que su corazón dejaba de latir. De entre los matorrales apareció un enorme lobo con un pelaje grisáceo, a juego con la luna de aquella noche.
Pasó a su lado sin dejar de mirarle hasta el borde del precipicio, allí aulló ocasionándole un escalofrío.
Retrocedió lentamente, y cuando creyó lejos, corrió sin parar hasta que ver una luz tenue al fondo del bosque, allí en la puerta ella le estaba esperando.