A los pocos días apareció el hombre del piano con su pecera de cristal en la mano, lo que conllevó una protesta de los camareros y el resto del personal del restaurante, que temían una disminución de las propinas si los clientes depositaban sus monedas en la pecera. Ni que decir tiene que a mi jefe el tema de la pecera se las traía al pairo, pero tuvo que torear con uno y con otros para que el problema no fuera a más. El ambiente se fue relajando con el paso del tiempo pero si el pianista ya caía mal al personal de la sala a partir de entonces no os quiero ni contar. se convirtió en una persona odiosa y en cuanto ponía sus pies en el restaurante todo el mundo iba echando pestes de él por aquí y por allá. Yo lo veía todo desde la barrera porque, como sólo iba de vez en cuando y no tenía contrato laboral mis compañeros habían decidido por real decreto que no tenía derecho a propinas. Encima de cornudo, apaleado.
Mi jefe convivía con una señora que tenía cierto atractivo pero que estaba requeteoperada. Siempre pensé que se trataba de una relación basada en intereses económicos porque esta señora, cuando aparecía, se pasaba la vida persiguiendo a su querido compañero por el restaurante, mientras que él aprovechaba cualquier excusa para salir corriendo. Un buen día había una celebración especial, no recuerdo si se trataba del cumpleaños de alguno de los dos o de algún otro tipo de aniversario, el caso es que habían quedado para cenar en el propio restaurante. Lo que suponía que mi jefe iría saludando a los clientes mesa por mesa para evitar estar sentado junto a su querida compañera hasta que, cuando ya no había más remedio por el más que evidente cabreo de la señora, tenía que sentarse a cenar. Recuerdo que se levantó muchísimas veces, para ver cómo iba la cocina, para codificar algún plato nuevo, para saludar a un amigo que estaba en la barra, para tomar nota de unos postres... En un momento en el que estaban juntos en la mesa la señora levantó la mano y me hizo un gesto para que acudiera, cuando llegué me dijo "Maac, di a Rogelio que toque Las hojas muertas"; yo, con el bullicio del restaurante, no entendí muy bien pero como me gustaba estar lo más alejado posible de la señora, con la que ya había tenido serios encontronazos, pasé de decirle nada y me dirigí raudo al hombre de la pecera y el piano dispuesto a transmitir lo que la señora me había dicho: "Rogelio, que dice Antonia que toques Las otras puertas"
- "¿Que toque qué?", me miró extrañado.
- Yo que sé, "Las otras puertas", pensé en todo menos en la célebre canción que popularizó Edith Piaf.
El de la pecera volvió los ojos hacia la señora y ésta le hizo un gesto sonriendo, entonces él cayó en la cuenta y comenzó a tocar su canción, mientras tanto la señora cogía la mano de mi jefe -al que se le puso cara de circunstancias, reflejo de su incomodidad- y comenzaba a acariciarla.
La pareja aguantó un año y pico más durante el cual tuve ocasión de mandar a la señora a la mierda unas dos veces, y vaya si la mandé, lo cual demuestra que mi intuición de mantenerme alejado de ella era buena.
Autumn LeavesCannonball Adderley (saxo), Miles Davis (trompeta), Sam Jones (bajo), Hank Jones (piano), Art Blakey (batería)."Somethin' Else" (1958).