La semana pasada publicó este artículo (enlace al original en inglés), que me llamó la atención de manera especial. Espero que a vosotros os guste tanto como a mi.
(Traducido y reproducido con permiso del autor)
Cuando somos niños, vivimos de manera más instintiva. Si, ahí está la cara humorosa y menos afortunada – como aquella vez que te comiste una bolsa entera de regaliz rojo y devolviste sobre la alfombra de tu abuela. Sin embargo, aparte de todas las malas decisiones (como si los adultos fuéramos inmunes a éstas), también éramos mucho más osados y teníamos un entusiasmo incontrolable.
Llegados a adultos, quizás hayamos aprendido a no atiborrarnos de colorante rojo, pero andamos pillados en otros aspectos. Nos hemos distanciado y desvinculado de nuestros instintos. Las responsabilidades, planes y expectativas que envuelven el concepto que tiene nuestra sociedad de la madurez, nos pueden desterrar de la tierra de la euforia. Es como si se nos desviara, de manera gradual, a una aburrida autopista después de haber hecho un viaje por la ruta panorámica. La carretera es eficiente, funcional, y puede que tenga mejores estaciones de servicio, pero a menudo resulta muy decepcionante. ¿Qué necesitamos para regresar a las vistas de antes? ¿Cuáles son las cosas que nunca tendríamos que haber dejado de hacer desde el principio? Espero que añadas las tuyas a la lista. Éstas son algunas en las que he estado pensando hoy.
Trepa – a cualquier cosa.
Además del ejercicio, hay algo especial en poder disfrutar de una perspectiva desde las alturas. Cuando te sientas sobre las ramas de un árbol, por ejemplo, puedes contemplar el mundo y tus problemas de manera diferente. Cuando vuelves a pisar suelo firme, la realidad se vuelve a instalar, pero tú eres diferente tras haber vivido ese momento desde una perspectiva nueva. Encuentra un árbol que te guste, un sitio donde te puedas sentar en tu tejado, o construye una casa en un árbol. Sí, es para ti. ¿Por qué no?
Salta en los charcos (o en montículos de nieve).
Los adultos somos demasiado quisquillosos con las condiciones climatológicas. Expandimos nuestro concepto de inclemencias del tiempo hasta que logramos disuadirnos de disfrutar la gran mayoría de los días. Invierte en ropa para la lluvia como tenías cuando eras pequeño (o sencillamente descarta por completo la necesidad de mantenerte seco). Sal ahí fuera y disfruta del mal tiempo como el parque de atracciones que solía parecerte. La novedad sólo se desvaneció cuando perdimos la imaginación que permitía que eso fuera así.
Juega en la arena, tierra, barro, riachuelo, lago, etc.
Dicho de otro modo, ensúciate todo lo que puedas. Date el gusto y disfruta de los microbios, el torbellino de sensaciones y lo subversivo del acto. (Es el desprecio definitivo a los límites de la sociedad.) ¿Por qué razón nos enorgullecemos tanto, por ejemplo, al conducir un todoterreno incrustado de barro? La verdadera aventura es que tú acabes cubierto de barro.
Come alimentos directamente de la planta/tierra.
Hablando de tierra… Si un niño de hoy en día apenas contempla la idea de coger una manzana del árbol, ya tiene a cinco padres encima, exclamando con preocupación “¡Deja que te lave eso!” Los que os habéis criado en los años 70 o antes, probablemente andábais a vuestro aire por el barrio y vuestros padres no tenían ni idea de vuestras pillerías. Lo más seguro es que hayáis comido una cantidad de alimentos cogidos directamente de arbustos, árboles y tierra (además de gusanos, bichos y cualquier otra cosa que os hayan retado a ingerir). Por aquel entonces era normal que te comieras tu porción de suciedad. Aprovecha para disfrutar de estas mismas golosinas primales ahora.
Di la verdad.
Si, los niños lo contarán todo en cualquier conversación mientras sus padres agachan la cabeza, humillados. Está en la naturaleza de los niños sacarlo todo. Ellos no pretenden hacer ningún daño. Según nos hacemos mayores, nos volvemos más diplomáticos, o eso nos decimos, más discretos y sensatos, pero pienso que hay algo que tendemos a abandonar en este proceso. Quizás enterramos demasiado nuestros propios sentimientos. Quizás no nos manifestamos en contra de lo que nos dice nuestra conciencia porque tenemos miedo de ofender a otros, no encajar o estorbar. A pesar de que no pienso que debamos dejar de ser respetuosos y mantener ciertos límites, hay una especie de libertad cuando permitimos que nuestras emociones y nuestro yo verdadero se acerquen más a la superficie, como cuando éramos niños.
No seas rencoroso.
Los niños son el ejemplo perfecto cuando se trata de arreglar las cosas y olvidarse. Perdona y sigue adelante. Sencillamente no hay suficiente tiempo para el resentimiento cuando sabes que mamá te va a llamar para cenar dentro de dos horas. ¿Por qué despreciar la oportunidad de divertirte y arriesgarte a perderte algo bueno?
Pon a prueba los límites.
¿Recuerdas cuando pedaleabas tan rápido como podías, sólo por ver lo veloz que podía llegar a ser tu superhéroe interior? ¿Y cuando saltabas una y otra vez para llegar cada vez más alto, para llegar a esta rama, y luego a esa otra? La infancia era como una misión sin fin para ver lo valientes que éramos. ¿Por qué nos hemos deshecho de ese instinto, o al menos lo hemos restringido al espacio minúsculo de una actividad profesional u otra prueba “aceptable”? Está claro que nos estamos perdiendo algo. Así que, adelante. Tira una pelota de tenis contra la pared de tu casa para ver cuantas cientos de veces la puedes coger. Corre tan rápido como te sea posible meramente por diversión. Hazme caso, es igual de importante que lo que habías planificado para el día.
Sueña despierto.
¿Recuerdas cuando de pequeño te quedabas hipnotizado mirando los árboles, o por la ventana? Teníamos grandes pensamientos o quizás sólo examinábamos el dibujo de los arañazos en el alféizar. Nos iría bien si nos otorgáramos ese descanso mental de vez en cuando. No sólo resulta relajante, sino que puede llegar a transformarse en un estado de “flow” (fluir) en el que podemos llegar a tener nuestra mayor creatividad.
Muévete de manera espontánea.
La hija de uno de nuestros amigos es el ejemplo perfecto. Con seis años, todavía se encuentra en esa fase (que todo padre espera que nunca se acabe) en la que todo es fabuloso. Se pone a cantar en cualquier momento del día. Cuando le apetece corre, salta y baila, sin importarle si está en el supermercado, en la playa, en el cole o en casa. ¿Cómo perdemos eso? ¿Recuerdas los días antes de que se establecieran la inseguridad y la timidez? ¿Cuándo dejamos de hacer lo que nos hace sentir bien en cada momento? Incluso si no eres capaz de ponerte a bailar en tu lugar de trabajo (aunque he conocido a muchas personas divertidas que lo hacen), suéltate el pelo en casa y contempla probar a hacer Parkour, Zumba u otra manera de moverte de forma distinta para tus entrenamientos. Es un buen comienzo.
Acuéstate temprano.
Está claro que todos hemos lloriqueado y nos hemos quejado cuando tocaba irse a la cama, pero al cabo de 10 minutos, ya estábamos sopa. Juega a gusto, duerme a gusto. Meternos al sobre temprano servía de algo más que para dar a nuestros padres paz y tranquilidad. No cabe duda de que hay verdad en el dicho, una hora antes de medianoche vale tanto como dos después. Tiene que ver con nuestros ritmos circadianos y el patrón de sueño profundo. Nos quedamos despiertos hasta las tantas para procurarnos más tiempo personal o para hacer más cosas, pero nos iría mejor si nos acostáramos temprano y adelantáramos la alarma una hora o dos. A nadie le gusta madrugar, pero como resultado, estaríamos más descansados a lo largo del día. También disfrutaríamos de un comienzo del día mucho menos estresante y más productivo.
Ríete desde primera hora de la mañana y durante el día entero.
Si pasas un día con niños pequeños, perderás la cuenta del número de veces que se ríen por cualquier tontería. Se reirán sin parar de las cosas más simples y sin sentido. Y no me refiero a las risitas educadas que a menudo, como adultos, concedemos a nuestro interlocutor mientras conversamos. Cualquier chiste o broma infantil tiene como resultado risas interminables sin control. En efecto, puede que necesitemos más motivación que un típico enano de cuatro años, ¿pero por qué razón no le damos más prioridad a la risa? Si, existen grupos de risoterapia, pero también existen una gran cantidad de libros, cómicos y películas divertidísimos. ¿Quiénes son tus amigos y conocidos con personalidades e historias que te hacen reír sin parar durante horas? Tu sistema cardiovascular necesita a esta gente. Se fortalece con la diversión.
Lee.
¿Cuántos de nosotros nos hemos quedado leyendo nuestros libros preferidos a la luz de una linterna, debajo de las sábanas, hasta las tantas? (Vale, no siempre nos quedábamos dormidos en seguida.) Entonces era fácil dejarnos llevar mientras imaginábamos otros mundos. Quizás era porque, probablemente, no habíamos visto todavía mucho mundo en esos tiempos. Ahora, leer un buen libro puede resultar una terapéutica evasión de nuestro día, o un recordatorio para salir y exprimirle el jugo a la vida.
Juega.
Por alguna razón nunca nos aburríamos de jugar a la pelota. Ni al frisbee, ni al ping-pong, ni casi ningún otro juego. El movimiento, el desafío, la competición, el humor y la adrenalina hacían que nuestro entusiasmo y energía durasen horas. En cambio, de adultos, un partido entero nos puede parecer un gran compromiso. Guardamos nuestro tiempo de forma “responsable”, pero con demasiada frecuencia lo desperdiciamos en internet (este blog queda excluido) o en otros medios. A veces incluso nos resulta incómodo, somos reticentes a comprometernos con una actividad de verdad porque estamos esperando a que ocurra algo y que nos surja otra tarea. El tiempo libre debería de ser tiempo de calidad. Inténtalo. Comprométete a participar en un juego de mesa. Mejor todavía, descubre lo divertido que es jugar al soga-tira en la nieve. Juega al hockey sobre hielo en el parque, o haz carreras de relevos con los niños en el patio trasero.
Crea.
Estuvimos en una cabaña hace unos meses con un grupo de colegas. Un amigo es profesor de arte y mantuvo a los niños fascinados construyendo casitas con toda la madera, rocas, flores y hojas que podían encontrar. El resultado – y su ejemplo entusiasta – eran impresionantes. A menos de que tengamos una profesión creativa, nuestra tendencia como adultos es relegar esa parte nuestra a un segundo plano. Ejercitar nuestra creatividad nos puede ayudar a comprender mejor nuestra identidad según nos hacemos mayores, y a celebrar nuevas etapas de la vida. Otras veces simplemente nos hace sentir bien.
Sáltate comidas (cuando hay cosas más interesantes que hacer).
¿Recuerdas lo derrotado que te sentías al acercarse la hora de volver para comer/cenar/hacer recados/ir al colegio/etc. cuando tú y tus amigos estábais llegando a la mejor parte de vuestro juego? Estábais a punto de tener una revelación descomunal, os encontrábais en el umbral de un grandioso plan que os iba a propulsar hacia algún éxito asombroso. Conoces los beneficios del ayuno intermitente, pero no hace falta que sea la rutina formal y planificada que con frecuencia hacemos. Si mantienes tu vida lo suficientemente ocupada y espontánea, puede que encuentres bastantes oportunidades para ayunar sin tan siquiera pensar en ello.
Quédate fuera hasta el último minuto.
¿Por qué nos imponemos volver a casa tan temprano? ¿No habíamos jurado, una y otra vez, que de mayores no volveríamos pronto a casa si no queríamos? ¿Te imaginas las posibilidades si tuviéramos más horas para disfrutar del aire libre? En efecto, no obtendríamos los beneficios del sol, pero la tarde y la noche ofrecen sus propios ritmos que podemos disfrutar. Inspiran distintos estados de ánimo, distintas actividades, distintas aventuras. ¿Por qué limitar nuestra vida al aire libre?
La siguiente – te toca a ti. ¿Cuáles son las cosas que piensas que nunca tendrías que haber dejado de hacer? Gracias a todos por leerme hoy.
Comparte las cosas que te niegas a dejar atrás, y feliz día.