Ayer, gran parte de los argentinos salieron a las calles para defender la República ante una reforma judicial que implica, en los hechos, el avasallamiento del Poder Judicial. Nunca antes en los casi 30 años de reinstauración democrática, nuestra libertad estuvo tan en peligro. Jamás, en todo este tiempo, un gobierno operó con tal nivel de premeditación para destruir el sistema republicano y transformarlo en un régimen autoritario populista al estilo de Cuba o Venezuela.
Lo que está viviendo la democracia argentina es la lógica consecuencia de un partido hegemónico que no abjuró de sus taras históricas (la prepotencia, la corrupción, la demagogia, el descreimiento del sistema de partidos, el dogma de creerse intérpretes únicos de un destino manifiesto nacional, el autoritarismo, la inspiración fundacional en el fascismo italiano) y que si hasta ahora se arropó con el disfraz de su conversión demócrata fue para seguir la tonada de los tiempos. Cuando tuvo la oportunidad de mostrar su verdadero rostro, lo hizo sin disimulos, sin ninguna crítica interna a este reencuentro con sus orígenes.
Para el peronismo no hay otra realidad que el poder. Y la significativa proporción de la sociedad hundida en la pobreza es funcional a su reinado en la cima. El peronismo necesita de pobres dependientes del Estado, no ciudadanos que se planten y exijan a sus representados. Nunca va a eliminar la pobreza porque necesita de la pobreza para persistir.
Pero que el peronismo sea lo que es y actúe como actúa, es pura y exclusiva responsabilidad de una sociedad tan corrupta como el propio partido de gobierno. Ella es la que le ha dado los votos, ella es la que valida la certeza que tiene cualquiera que llega al poder en Argentina de que nunca perderá votos por sus actos de corrupción. Es la sociedad argentina la que considera el Estado como un coto de caza, una bolsa para satisfacer necesidades particulares en desmedro de lo global. Mientras nos tiren unos mangos, seguiremos votando a aquel que la levanta con la pala desde el poder, aunque sepamos que esa conducta sea insostenible a largo plazo. No hay comprensión ni capacidad para ver que aquel que roba desde el gobierno nos está robando a todos. Roba el medicamento que falta en un hospital, roba las neuronas del chico desnutrido, roba las escuelas que faltan para cambiar un futuro de miseria.
Somos conscientes que los que creemos en la libertad, en el diálogo, en la evolución en paz y unidad que propone la fe democrática, en la distribución equitativa de la sociedad, somos minoría. Gran parte de nuestra población no es demócrata. No siente amor por la libertad. No siente ninguna necesidad en pensar ni tiene ningún prurito en entregar su libertad de expresión a cambio de una confortable seguridad de panza llena y expectativas modestas. El deseo de hacerse cargo de su destino, el ideal de excelencia, la satisfacción del compromiso para responder al sufrimiento de otro compatriota, el respeto a la palabra del otro aunque se disienta con él, no son valores de nuestra sociedad. Argentina no opera como una nación. Opera como un conjunto despatarrado de unidades individuales con intereses contrapuestos.
Así que sabemos, desde el vamos, que somos minoría. Y que nuestra lucha siempre estará en desventaja.
A la actitud tradicional autoritaria del peronismo, se corresponde, en los últimos años, la conducta de la oposición, más preocupada en ahondar las diferencias entre ellos que las que tienen con el gobierno. Nos piden, como última línea de combate contra el autoritarismo, que salgamos a la calle para defender lo que ellos no fueron capaces de anticipar, para los que aún hoy, con la evidencia de la destrucción de la república sobre la mesa, no son capaces de coordinar. Sigue el desfile de las figuritas mediáticas, de los que demuestran en sus declaraciones el mismo nivel de autoritarismo que los que están en el gobierno. Nos tienen de rehén, sin la menor autocrítica de su parte.
Las últimas marchas son una declaración de que estamos hartos, que no tenemos miedo. No hay miedo porque sabemos que ya se rifaron nuestro futuro, nuestros sueños, los últimos jirones de dignidad. Y una vez que pasa eso, quedan pocas herramientas para atemorizar a una sociedad. Podemos ser minoría los que apostamos por una sociedad abierta, justa y libre pero que no dejaremos de opinar, de hablar, de proponer. Sólo tenemos nuestro pensamiento. Sepan que son incapaces de quitarnos eso.
“Libreta Chatarra” declara su preferencia por un país federal, democrático, republicano, equitativo, que enarbole la defensa de los derechos humanos, dentro y fuera de su territorio, que cobije a una sociedad en la que todos tienen derecho a emitir su opinión y a ser respetados y escuchados, que cuente con una sociedad movilizada para controlar y exigir ese control a los dirigentes que por mandato del voto fueron elegidos para representarnos. Una sociedad que siga el precepto del Papa Francisco de cuidarnos los unos a los otros, cuidar la vida, la naturaleza, a los niños y a los viejos.
Y desde esta convicción de ser minoría en una sociedad autoritaria, “Libreta Chatarra” seguirá sosteniendo esta preferencia, desde su islote ciudadano, esperando que los tiempos cambien y que la sociedad cambie con ellos. Porque seguimos confiando en que un individuo, aún hoy y pese a todo, puede hacer una diferencia.