Ha sido Pedro Sánchez quien más ha hecho por restablecer el rencor y el odio de 1936. Sánchez parece que ha calcado en buena parte el ambiente crispado de los años previos a la guerra: izquierdas y derechas enfrentadas, censura contra la crítica, compra de periodistas y medios por el gobierno, alianza del gobierno socialista con comunistas y nacionalistas, ventajas y dinero abundante para los desleales independentistas vascos y catalanes, mentiras, recelos, corrupción, politización, acoso a la Justicia, crispación, acusaciones y discursos de odio en las tribunas del Congreso y el Senado.
Los socialistas y comunistas revanchistas han logrado que millones de españoles valoren hoy la etapa franquista, que habían decidido olvidar, y la comparen con el régimen sanchista del presente, al que acusan de ser más corrupto, injusto, inseguro, menos próspero, decadente, sin prestigio internacional y con sus libertades y derechos en retroceso.
Si no fuera por Sánchez y sus secuaces socialistas, comunistas y separatistas, Franco continuaría en el olvido, bien enterrado, pero los fallos, abusos y corrupciones de Sánchez, su codicia, su ansia de poder y sus tendencias a la tiranía han convertido al viejo general en un modelo que cada día gana adeptos, valor y atractivo.
Han querido denigrar a un muerto y le han inyectado vida y prestigio. Han querido estigmatizar el franquismo y los han convertido en estrella rutilante. Verdaderamente, los socialistas son patéticos por haber destruido lo mejor que España hizo en todo el siglo XX, tras la muerte del general Franco, que fue perdonar el pasado de Guerra Civil y decidir caminar juntos, en libertad, hacia un futuro próspero y en paz.
Por culpa del sanchismo rastrero, hoy, 18 de julio, es un día conflictivo, de recuerdos insanos, de polémica y rechazo, pero también de admiración y nostalgia para muchos españoles.
Francisco Rubiales