No hay esfuerzo sin valentía o coraje. Luego, la valentía está en la base de cualquier valor. La valentía así entendida sigue siendo necesaria, a pesar de los siglos que han transcurrido desde que Aristóteles habló de ella, porque la valentía es ese mínimo de ambición imprescindible para vencer la apatía, la falta de pasión -eso significa a-pathía: sin pasión- por vivir. Una ambición desmesurada -muy propia de nuestro tiempo- no es aconsejable, pero sí la ambición que se fija una serie de metas, y el valor para no cejar en el empeño de alcanzarlas. Si la vida es un proyecto abierto, ¿qué sentido tiene un proyecto carente de ambición y de valor para realizarlo?
La valentía es esa fuerza de la voluntad para llegar a hacer algo y, sobre todo, para enfrentarse a los tropiezos, a las adversidades, a las dificultades con que uno irremediablemente se va a encontrar. Los filósofos medievales llamaron a la valentía fortitudo y animositas.
Ser valiente es ser fuerte y animoso ante las desgracias, saber reaccionar ante el sufrimiento inevitable, incluso cuando ni siquiera se vislumbra una razón para la esperanza. Aún hay otra razón para cultivar la valentía. La de que es un antídoto del egoísmo. Pensar en los demás, tenerlos en cuenta, olvidarse de uno mismo aunque sea momentáneamente, exige valor. (pág 47)