Герой нашего времени

Por Ninyovampiro @ninyovampiro
Un héroe de nuestro tiempo
Me permito la pedantería de poner el título en ruso por la sencilla razón de que me he dado el gusto de leer este maravilloso clásico en el original.
Aunque hace ya más de un cuarto de siglo que estudié la lengua de Putin, hasta ahora mis intentos de leer un libro no adaptado para estudiantes no habían tenido mucho éxito, debido, posiblemente, a elecciones desacertadas y a mi falta de constancia. Llegué, por ejemplo, a 80 o 100 páginas de Oblomov, y me rendí, desanimado, ante las 400 que me quedaban. ¿Para qué ese esfuerzo con lo fácil que es leer la traducción? Ahora, sin embargo, animado por el curso de cultura rusa que estoy estudiando, me he decidido por este Un héroe de nuestro tiempo, una obra cortita y accesible, pero al mismo tiempo, capital en el romanticismo.
 Lérmontov en el Parque de los Monumentos Caídos, en Moscú
Puede que sepa ruso, pero nunca fui tan buen estudiante como para acabar de comprender qué fue eso del romanticismo. Sí, ya sé que trataba de cosas como la sublimación de lo salvaje, la primacía del sentimiento frente a la razón o la exaltación del yo, pero comprender, lo que se dice comprender una corriente intelectual y artística tan compleja y extendida va más allá de mis capacidades. Del romanticismo hay quien dice que ha marcado nuestra era más de lo que pueda haberlo hecho cualquier avance científico o social. Como todas las afirmaciones grandilocuentes, uno puede aceptar ésta, tirarla a la basura o matizarla, pero en todo caso es innegable que, como movimiento cultural, la influencia del romanticismo, con sus altibajos, dura aún hasta hoy. Uno se pregunta, entonces, si alguna parte, por minúscula que sea, de dicha influencia ha sido positiva. Porque servidor se atrevería a afirmar que nuestra vida sería algo mejor sin el ultranacionalismo que nos asuela, y si miles de jóvenes de clase media de toda Europa no consideraran que dejar atrás su vida y familia para irse a rebanar pescuezos es un acto de heroísmo.
Pero no nos alejemos tanto de Pechorin.
 Pechorin y la princesa Meri
Ni de Byron. Y es que la gigantesca sombra de Lord Byron, con las constantes referencias a su obra y figura, cubre no sólo toda la novela, sino gran parte del romanticismo ruso, alemán y, obviamente, inglés. De él, por ejemplo, dijo Goethe que era "indudablemente, el mayor genio de nuestro siglo", lo cual nos conduce a la paradoja de que una de las mayores figuras de aquel movimiento, que, como hemos dicho, aún se deja sentir tanto en nuestra sociedad, no sea leído más que a trozos por unos pocos y voluntariosos estudiantes de filología. Byron creó una variante del héroe romántico, a saber, el héroe byroniano, que unía a los atributos de aquél la arrogancia, el cinismo y la tendencia autodestructiva, entre otros. Y de aquí podríamos pasar a hablar de una subcategoría del héroe byroniano exclusivamente rusa, llamada el héroe superfluo, pero ya habrá tiempo en otra ocasión para hablar de él (ya tengo Рудин, de Turguéniev, esperando en el kindle).
Así terminaban los románticos los debates sobre el determinismo. Si cuando digo que esta novela lo tiene todo...
Inteligente, misterioso, cínico al tiempo que profundamente sensible, descreído, solitario y con contadísimos, pero irrefrenables, arrebatos de pasión, Grigori Pechorin encarna como pocos al héroe byroniano, y el magnetismo que ejerce sobre el lector no queda muy atrás del que ejerce sobre las mujeres. La exaltación del yo en Pechorin se refleja sobre todo en su actitud hacia éstas, a las que considera poco más que un instrumento de uso y satisfacción personal. Este egoísmo, sin embargo, va de la mano de una indiferencia absoluta ante la vida, y de un hastío y una sensación de vacío infinitos, que lo conducirán a la depresión y, finalmente, a su muerte. Y eso no es un spoiler. ¿Acaso alguien conoce algún héroe romántico que no muera al final?
 Monumento a Mijaíl Yúrievich Lérmontov, en Stavropol
Este Pechorin atractivamente odioso y mortalmente deprimido se nos revela como tal ya al principio de la novela, que, cronológicamente, corresponde al final de la historia. Un héroe de nuestro tiempo se caracteriza, pues, entre otras cosas, por una estructura magistral, muy avanzada a su tiempo. Así, el lector se acerca por primera vez a este héroe de manera doblemente indirecta, a través de un narrador, oficial del ejército ruso y trasunto del propio Lérmontov, que, a su llegada al Cáucaso, conoce al capitán Maxim Maxímovich. Éste será quien le relatará las andanzas de Pechorin en aquella tierra de bandidos, asaltadores, estremecedoras cumbres nevadas, valles, barrancos y desfiladeros primorosamente (en lo que mi nivel de ruso me permite apreciar) descritos por Lérmontov. Nos encontramos así ante una estructura encebollada, donde vamos quitando las sucesivas pieles narradoras hasta llegar al centro. Porque debajo del narrador principal y de Maxim Maxímovich, llegamos, de la mano de su diario, al propio Pechorin.
Un héroe... nunca ha dejado de ser una mina para los ilustradores
Y aunque no lo parezca, ésta escena es de la misma novela que la anterior No menos sutil que el retrato psicológico es la organización de los capítulos. Lo cierto, sin embargo, es que aquí uno se pregunta si lo que nos parece sutil y magistral, a saber, el modo en que una obra de 1840 empieza prácticamente por el final y termina por el principio, no se deberá en cierto modo al modo en que fue escrita y publicada. Lérmontov escribió Un héroe de nuestro tiempo a lo largo de tres años y la publicó por partes a medida que terminaba de redactar cada uno de los cinco capítulos. Estos capítulos son bastante cerrados, y cada uno de ellos podría leerse prácticamente de manera independiente. Cabe imaginar las dificultades a las que se enfrentaría un Lérmontov forzado por las circunstancias a proporcionar una armazón coherente a las diferentes partes de la obra. Afortunadamente, ahí aplicó bien su genio, y lo que podría haber sido un pastiche salió obra maestra.
 Otra de las muchas imágenes icónicas de la novela
Así, tras dar vueltas a la figura de Pechorin, que, a estas alturas, a narrador y lector se antoja poco menos que legendaria, tenemos a continuación el privilegio de oír su voz de primera mano. El diario de Pechorin que Maxímovich entrega al narrador nos traslada, lógicamente, a un tiempo antes, en el balneario de Piatigorsk. En el balneario, repleto, cómo no, de gente adinerada y ociosa, así como de oficiales del ejército, Pechorin se reencuentra con un conocido, Grushnitski, quien siente por él una amistad y admiración no correspondidas, y conoce a la princesa Meri, un alma virtuosa, inocente y apasionada, a quien más le valdría no haberse metido en esta novela. Asimismo, nuestro héroe coincide allí también con Vera, un antiguo amor, hoy respetablemente casada. Y a través de este diario conseguimos montar buena parte de este fascinante rompecabezas psicológico, al que, afortunadamente, le faltan muchas piezas.
 Nikolai Solomónovich Martynov, el hombre que acabó con la vida de Lérmontov
Duelos, hastío, bandidos, princesas secuestradas, apuestos oficiales, picos escarpados y rápidos torrentes componen una obra que exige una relectura y otra más, aun sabiendo que nos volveremos a quedar con la sensación de que algo se nos escapa. Afirma Lérmontov en el prólogo que no se ha propuesto hacer el retrato de un hombre, sino de los vicios de una generación. Tras un narrador poco fiable como Pechorin, no me queda muy claro tampoco hasta qué punto hay que dar crédito a esas palabras, máxime teniendo en cuenta, como ya he dicho, que la novela tiene mucho de la propia vida del autor. Y de su muerte. Lérmontov murió en un duelo en Piatigorsk a la edad de 26 años, algo, por cierto, insultante para los blogueros cuarentones con veleidades artísticas.
Memorial en el sitio donde tuvo lugar el duelo
Como ya os he dicho, nunca he llegado a comprender de verdad el romanticismo. Por eso, sigo sin saber si la pérdida, en tan sólo cuatro años, de Lérmontov y Pushkin en sendos duelos fue algo bueno o malo para el romanticismo.