1984. 34 años después de la muerte de Orwell

Publicado el 07 diciembre 2019 por Librosquevoyleyendo @librosqvleyendo

1984. 34 años después de la muerte de Orwell

Sin duda, uno de los libros más referenciados en la literatura universal es la distopía orwelliana por excelencia: 1984. De lectura obligada en ciertos colegios y en cientos de foros, es el verano una buena época para saldar la deuda con este libro tan peculiar que puede perfectamente ser encuadrado en el género de la ciencia-ficción a pesar de tratarse de una alegoría o metáfora de un mundo vivido o por vivir al que parecía avocada la humanidad en aquellos años en los que fue escrita.

Para leer 1984 parece imprescindible sumergirse en la biografía de Orwell. Resumiendo de modo, esperemos que eficaz, debemos señalar que George Orwell es el pseudónimo de Eric Blair, un trotamundos nacido en la India que ejerció de novelista, periodista y ensayista, destacando en las tres categorías, razón más que suficiente para ocupar el puesto de honor que posee en la literatura. Su obra refleja en cierto grado la traducción de experiencias vitales en las que participó como actor. De ese modo se puede entender que Los días de Birmania, (1934) fueran escritos con la influencia de su experiencia como policía británico de ultramar. La aventura, su propia vida, tomaría como nuevo telón de fondo Europa, y en concreto Inglaterra a donde regresó para ejercer el magisterio en el ámbito rural, escribiendo sobre el ejercicio de la docencia, la clase obrera y la explotación: Sin blanca en París y Londres (1933), La hija del clérigo (1935), Que no muera la aspidistra (1936).

No debe pasarnos desapercibida la fecha de 1936, año de inicio de la Guerra Civil española. Tampoco le pasó desapercibida a un Orwell comprometido con la causa republicana, quien no dudó en formar parte del ejército de esta facción política como forma de combatir el fascismo que tanto detestaba. El traslado al papel de su experiencia en el conflicto fraticida queda reflejado en obras tales como El camino a Wigan Pier (1937) y Homenaje a Cataluña (1938). Se trató del acicate para anticipar, o al menos dibujar una visión pesimista del mundo que le tocó habitar. Subir a por aire (1939) coincide con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, durante la que colaboró como reportero de la BBC y los diarios Tribune y Observer en los que alcanzó la fama que, en cierto modo, nos trae al presente artículo. Antes de pasar a comentar la que es considerada su obra cumbre, 1984, no podemos obviar el impacto y trascendencia de otra de sus obras, Rebelión en la Granja (1945), pero esa ya es harina de otro costal...

1984 es una distopía, ya lo hemos dicho. Estemos o no de acuerdo en esta clasificación, se trata de un libro muy interesante en el que aparece la figura del Hermano Mayor, o Gran Hermano, que todo lo controla y que tanto juego ha dado a la televisión en la elaboración de programas que de un modo u otro han desvirtuado el concepto primigenio, pues Orwell identificó su identidad con la del propio Estado, el encargado de velar por el bienestar de todos, de vigilarlos a todos y controlarlos del mismo modo que lo haría una cámara colocada en el cerebro de cada ser humano. Es cierto que este último tipo de control, quizás el más eficaz, es el único que no consigue implantar el Hermano Mayor, un líder con bigote que, teniendo en cuenta el momento en el que se escribió la obra, todos los expertos identifican con Stalin. El mundo occidental de influencia anglosajona resultante del reparto del mundo tras el segundo conflicto mundial es denominado Oceanía, quizás para dar protagonismo a este quinto continente ninguneado en la historia, en el que, paradójicamente, tuvieron lugar batallas históricas que han trascendido a sus propios nombres. En contraposición, Esteasia y Eurasia parecen poseer más que un simple paralelismo con China y Japón, y Rusia respectivamente, y eso que China estaba en otras cosas aquellos años. Los ingredientes para dibujar un cuadro geopolítico que inevitablemente se terminaría tatuando en el mapa del mundo hacen de la obra de Orwell un documento muy valioso no solo en su planteamiento sino por su capacidad de predecir un futuro, que en algunos aspectos parece calcado al descrito muchos años antes en una novela bien escrita por un escritor que no escatimó nunca en imaginación a la hora de componer su epopeya. Es por ello que la discusión en torno a 1984 sigue estando de actualidad aun cuando dicho año quedara en el recuerdo a pesar de haber sido imaginado como futuro en el que se desarrollarían muchos hechos que se han materializado más tarde.

Los orígenes hindúes de Orwell están relacionados con el desempeño laboral de su padre, revisando que la producción de opio de la que Gran Bretaña gozaba de los derechos de explotación y comercialización fuera óptima. No sabemos a ciencia cierta si el joven experimentó los efectos de la terapéutica droga pero podría decirse que las opiniones vertidas sobre el papel son de todo menos indolentes. Tampoco parece que su escritura fuese elaborada bajo los efectos sedantes de la flor de la amapola. Orwell se adelanta a su tiempo y crea un mundo que a día de hoy no nos parece pasado. La adopción de su en adelante nombre artístico, George Orwell, tuvo lugar en 1933, tras la publicación de su primera novela, razón por la que podemos trazar una línea que separe el antes y después en la producción y pensamiento de aquel cuya voz estaba destinada a formar parte del grupo de las más lúcidas y originales del siglo XX.

Y así llegamos a 1984, su última novela, publicada en 1949, un año antes de su prematura muerte. Estudiosos de la obra de Orwell como Thomas Pynchon ponen el acento en Rebelión en la granja como antecedente necesario de 1984 e incluso se atreven a afirmar, basándose en declaraciones del autor, que será 1984 consecuencia del éxito de la previa, pues son muchos los que ya advirtieron con la lectura de la primera una analogía más que evidente con la Revolución Rusa. No es de extrañar que su público comenzara a buscar similares analogías de nuevo y Orwell se lo pone fácil en forma de Hermano Mayor bigotudo. Menos evidente a primera vista (o lectura) es la analogía del inolvidable Goldstein, protagonista de las Jornadas del Odio, con Trotsky. Si bien el libro se puede leerse de tantas formas como lectores haya, parece indiscutible que la política será difícil de desligar de cada frase, de cada giro, de cada afirmación o de cada negación.

Pynchon realiza con acierto la aproximación de los supuestos "lavados de cerebro" llevados a cabo por el régimen comunista durante la Guerra de Corea (1950-53) con la imposición ideológica descrita en la novela, aunque no hay que olvidarse que 1984 fue escrita un año antes de que esta guerra comenzase. ¿Se trata, pues, de un manual ideológico cuyo guante recogió alguien para llevarlo a la práctica? Parece improbable, aunque no imposible. Más bien se trata de otro ejemplo de la lucidez de ideas de Orwell para imaginar hipotéticas ideas que podrían llegar a ponerse en práctica y que, de hecho, parece que llegaron a utilizarse. Los medios de comunicación pueden interpretarse en cierto modo como vías para llevar a cabo el lavado de conciencia e implantación ideológica, práctica que, lamentablemente, seguimos observando a día de hoy. Es entonces cuando debemos tomar conciencia que muchas de las cosas que se narran en la novela, fueron imaginadas por el autor y que, o bien fueron recogidas por otros o bien surgieron, digamos que de modo sincrónico, en la mente de más de un adelantado a su tiempo.

Las pantallas que controlan las actividades de los ciudadanos y que interactúan con ellos, a veces reprendiéndoles o llamándoles la atención, guardan tanta similitud con las pantallas de televisión inteligentes del siglo XXI que parece un acto de visualización temporal el haberlas imaginado. ¿Podría tratarse de un ejercicio de videncia? 1984 es una obra profética y la polémica queda servida para deleite de literatos, expertos o de los simples lectores.

Por otro lado está el tema de los sentimientos. ¿Realmente deben suprimirse para que el control sobre el individuo sea total? Parece ser que sí. La supresión de afectividades resulta cómoda para el manipulador y frustrante para el que la padece, hasta que deja de padecer. La castidad, incluso la castración o ablación pueden conseguir que el acto sexual se convierta en un acto de procreación destinado a engrosar las filas de adeptos al régimen, sobre el que cae indefectiblemente la obligación de velar por sus hijos, aunque sea de un modo punitivo.

Winston Smith, el protagonista de circunstancias, decide desobedecer las normas dictadas por el régimen imperante y lo hará buscando los puntos débiles del sistema, más implantados en las clases bajas, a las que se de por supuesto que no tienen capacidad para rebelarse o están más que trabajadas para que sus ansias de libertad sean frenadas antes de que la situación se desborde. Parece lógico que encontrar la liberación, aunque sea pasajera acudiendo a los bajos fondos sea la solución, pero hasta esa opción está prevista. Winston se basa en las miradas para catalogar a las personas y para jugar a identificar a aquellas que, como él, no se alinean con lo que el Hermano Mayor ha dispuesto para el bien común. Se trata de descubrir a la "resistencia", si es que existe, pero es un ejercicio peligroso e incluso inútil. La burla de las normas se paga cara, incluso con la muerte, A Winston le costará un lavado de cerebro pero, ¿habrá valido la pena? Su breve historia de amor con Julia será la clave para encontrar la respuesta.

Hemos hablado del menosprecio de la clase baja, la cual podríamos correlacionar con la obrera, con la cual Orwell se relacionó en su etapa de profesor. Conocida la deriva de la Segunda Guerra Mundial, el autor no descartaba la resurrección de los ideales fascistas tras el fin del conflicto; ésta podría corresponderse a cualquiera de los bloques que saldrían victoriosos pues el ser humano, si de algo puede alardear es de su deshumanización, de sus ansias de poder y de su intención de liderazgo y supremacía sobre aquellos que considera inferiores. Oceanía podría perfectamente corresponderse con cualquiera de los bloques triunfantes sumidos en una eterna lucha por el poder que solo podría ser respondido por el levantamiento de la clase inferior: la historia es cíclica y Orwell no renunció a proclamarlo en forma de metáfora.

En cuanto a su antisemitismo... la figura de Goldstein parece relacionarse más con la figura de Trotsky que con la de cualquier judío real sobre el que descargar todo el odio acumulado. Si estudiamos la trayectoria de Orwell, no hay referencias a este sentimiento que, de hecho parecía no ir con él. Se trata de un recurso literario, e incluso histórico en el que el holocausto no es utilizado sino la figura de un solo judío ¿casualidad?

1984 alcanza el rango de epopeya futurista con un grado de acierto difícilmente imaginable en 1949. Queda plantearnos qué otros retos se hubiese marcado su autor de haber sobrevivido a sí mismo pues la senda iniciada con Rebelión en la granja y continuada con 1984 bien podría haberse completado con otros libros que desgraciadamente nunca vieron la luz en los cuales podrían haberse aventurado conflictos futuros, hoy presentes, guerras de religión o avances científicos que situaran al visionario a la altura de Julio Verne o de Leonardo da Vinci, aunque, haciendo justa distinción, ninguno de los anteriores hace desmerecer a Orwell en su capacidad de adelantarse a los tiempos y ser un autor actual.

Llegados a este punto se hace necesaria la lectura de 1984 y se comprende cómo dicho título se incluye con tanta frecuencia entre las lecturas obligatorias de aquellos que deben empezar a plantearse preguntas y conocer cómo se hace una buena metáfora realista de la historia pasada, presente y futura.

Artículo de Francisco Javier Torres Gómez