Falla el sistema y fallan estrepitosamente los mecanismos legales, políticos y morales que lo permiten, consienten, mantienen y posibilitan. No se está construyendo con ese sistema una sociedad cimentada en la justicia, la equidad y la igualdad necesarios para ofrecer a sus miembros condiciones dignas de desarrollo, progreso y bienestar. Antes al contrario, lo que se erige sobre esa base es una sociedad basada en desigualdades, injusticias sociales y en la rapiña de los poderosos, todo ello a costa de explotar a los más débiles, someter a los desfavorecidos y empobrecer permanentemente a los que poco o nada tienen. Tal situación es la que reflejan los datos facilitados en su último informe por la ONG Oxfam Intermón sobre la brecha entre ricos y pobres en España.
Este sistema social y económico que, cuando más lo necesitan abandona a su suerte a los que peor lo pasan, es un sistema caduco y, por ende, rechazable. Cuando las soluciones que ofrece se limitan a reducir o eliminar ayudas y servicios públicos, cuando empuja al desamparo a millones de personas a causa de los recortes aplicados en sanidad y educación, precisamente las dos palancas que contrarrestan el peso de las injusticias y las desigualdades, es que es un sistema más injusto y más inmoral de lo que las cifras dan a conocer. Es un sistema podrido.
Cuando el sistema sólo sirve a los pudientes y poderosos, no es de extrañar que los ricos sean cada vez más ricos y los pobres sean cada vez más numerosos y más pobres, pudriendo una sociedad que se transforma en injusta, crea desigualdades y sus miembros sucumben a la desconfianza en las instituciones y en los medios que contribuirían vencer sus lacras. Justo eso es lo que reflejan estas cifras de Oxfam Intermón de la situación en España. Reflejan el descontento de la población con un sistema que no ha sabido dar respuesta a sus demandas ni ha podido satisfacer sus ansias de progreso y bienestar con equidad y justicia. Reflejan un sistema fallido que posibilita el surgimiento de los populismos y los pescadores de ríos revueltos.
Y ello no ha sido involuntario ni indeseado, sino todo lo contrario. Todas las políticas implementadas para afrontar la crisis se han decidido con la intención de favorecer a la élite del capital en detrimento de las masas proletarias. Son fruto de un modelo de sociedad que descansa en las injusticias y las desigualdades, es decir, en la iniciativa privada y el mercado como motores de la actividad económica. Si de ello se deriva la ampliación de la brecha que separa ricos de pobres, no debería sorprendernos. Se trata de una lógica y esperada consecuencia. Lo tenemos tan asumido que cuando un representante de esa élite privilegiada fallece en sus mansiones, el pueblo se presta a mostrar entristecido su lealtad a un miembro del sistema que se sustenta en la explotación de unas clases por otra. Pero no suelta ni una lágrima por su propia condición de pueblo sometido y esquilmado. Así nos va. Desgraciadamente, Oxfam podrá seguir detectando nuestro empobrecimiento durante muchos años.