Es muy probable que este 2011 sea recordado como el año en que la crisis financiera tumbó a la democracia al propiciar la caída de gobiernos europeos democraticamente elegidos. Tras los descabezamientos de Bryan Cowen en Irlanda (febrero) y José Sócrates en Portugal (abril), vinieron los de Italia y Grecia, en medio de las protestas masivas y la indignación generalizada. Portugal sucumbió a la presión y fue el tercer miembro europeo en solicitar asistencia financiera a sus socios, tras Grecia (mayo de 2010) e Irlanda (diciembre de 2010).
Para calmar a los mercados e intentar detener el contagio de la crisis, la Unión Europea decidió en julio conceder un segundo paquete de ayuda a Grecia por 160 mil millones de euros. Sin embargo, la tardanza en liberar el pago de 8 mil millones de euros correspondientes al sexto tramo de su primer rescate (mayo de 2010) suscitó rumores sobre la posible moratoria y contribuyó a empeorar la situación general.
Esta sospecha hizo elevar los niveles de las primas de riesgo para la colocación de los bonos de deuda soberana de España e Italia, que alcanzaron niveles récord. El temor de que estos dos países necesitasen también ser rescatados, obligó al Banco Central Europeo a comprar parte de sus deudas para ayudarlos a financiarse. En octubre, el escenario se oscureció aún más, cuando el primer ministro griego, Yorgos Papandreou, anunció que convocaría un referéndum sobre los nuevos ajustes exigidos a su país a cambio de la ayuda de la UE y del Fondo Monetario Internacional.
La tormenta que generó esta idea de Papandreu y la presión de los mercados, obligaron al eje franco-aleman a sacar a Papandreu del mando griego e instalar en su lugar a un personaje de confianza, alguien que conociera a fondo el arsenal financiero para desplegarlo en terreno sin chistar y doblegar la inquietud de la masas. Ese hombre fue Lucas Papademus, ex de Goldman Sachs, que participó a fines de los 90 en la incorporación de Grecia a la zona euro. Conocía, por tanto, toda la contabilidad creativa que las autoridades griegas desplegaron para engañar a Eurostat, la oficina central de estadísticas de la UE.
Tras el caso griego vino el de Italia con la sorpresiva caída de Berlusconi, y la instauración en el gobierno de otro conocido personaje de Goldman Sachs, Mario Monti. Desde entonces, los líderes europeos han multiplicado las cumbres, los consejos y las conversaciones telefónicas, donde han predominado las exigencias alemanas de aplicar a rajatabla los planes de austeridad y los recortes presupuestarios, sin importar el daño que estas medidas puedan ocasionar al desempleo y al consumo.
La agencia estadística europea, Eurostat, estima que el crecimiento de la economía del grupo de 17 países en el último trimestre de este año no superará 0,1 por ciento, mientras para todo 2011 se calcula un crecimiento de 1,6%. Las peores perspectivas son para España e Italia, que cerrarán 2011 con crecimientos de 0,8 y 0,7 por ciento. Ante este desolador panorama, las autoridades de la UE imponen exigencias de ajustes y austeridad que instalan una nueva amenaza para el 2012: recesión generalizada en Europa. Esta es la manera que tiene la UE para resolver los problemas financieros.Una mirada no convencional al neoliberalismo y la globalización