Una ligera variación sobre el formato Microdiario para este mes que acoge, junto a un terceto de películas vistas recientemente, una esbilla de minitextos antiguos, aparecidos bajo el nombre de ben wade en Filmaffinity:
17/02/2012. Dementia (Daughter of horror), James Parker, 1955, USA
Rare cult (pero de los de verdad) procedente de esa época del cine norteamericano especialmente abonada a los mismos que fue la segunda mitad de los 50. Filmada en condiciones de ultraindependencia y casi amateurismo prescinde del diálogo, que no de la música o de determinados sonidos, para provocar un estado particular en el espectador mediante la dialéctica surrealista entre la mímica del mudo de los actores, el montaje sincopado, de tempo/fraseo jazzistico y gran agresividad al igual que el trabajo de cámara, y la lógica, obsesiva, del sueño. El resultado, al cual no le falta precisamente pretenciosidad, es una alucinación del noir mezclada con una sesión psicoanalítica extrema, dando como resultado una pesadillesca aleación de expresionismo y simbolismo, de naturalismo sórdido y estilización arty, que la imagen traduce con fuerza y la voz en off (añadida a posteriori en un intento de buscar una imposible comercialidad) se encarga de subrayar machaconamente. Lynch antes de Lynch, todo en 45 minutos
28/02/2012. Stranger on the Third Floor, Boris Ingster, 1940, USA
El testimonio de un periodista manda al patíbulo a un pobre tipo, encarnado por Elisha Cook Jr., el verdadero rostro del perdedor, pero sus lamentos hacen que las dudas comiencen a atormentarle hasta confundir la pesadilla con la realidad. Y mucho más cuando se cruce con un inquietante trasgo de ojos saltones que merodea su pensión. Relato languiano sobre culpa, obsesión y locura que matiza su tortuosa ambigüedad tanto con lo naif de algunos aspectos como a través de la economía narrativa y de medios típica de la RKO. Gran bloque central escorado a la paranoia íntima, donde se tontea con el fantastique, brilla el blanco y negro de Musuraca en los interiores y llama la atención una pesadilla kafkiano-surrealista de grotesca puesta escena, y clausurado por un genial clímax dominado por Peter Lorre en clave asustadiza (y asustadora). Homenajes a “M” e imágenes y aspectos formales/conceptuales que pueden evocar tanto a Terry Gilliam como al Clint Eastwood de “Ejecución inminente”.
29/02/2012. Extraña ilusión, 1945, Edgar G. Ulmer, USA
Un sueño recurrente lleno de pistas y contornos esotéricos convence a un muchacho de que su padre, un famoso juez y criminólogo, fue en realidad asesinado y no muerto víctima de un accidente. Por si fuera poco las constantes coincidencias y premoniciones le indican que el hombre que pretende casarse con su madre no es otro que una mente criminal a quien el progenitor del joven perseguía desde hacía años. Perífrasis, fiel a su manera pero ambigua, abierta a la paranoia y hasta a lo necrófilo, sobre el Hamlet de William Shakespeare con la forma de un melonoir con ribetes psicoanalíticos y la formulación onírica habitual en las microproducciones acometidas por el singular Ulmer. Algo morosa en bastantes tramos guarda sus mejores bazas en esos momentos ulmerianos que son como ver una película debajo del agua y que nunca se sabe si nacen de la preparación o de la alucinación sin medios.
La maldición de Frankenstein, Jesús Franco, 1972, España
Jesús Franco pasado de rosca, resarciéndose quizás del tono controlado y la soporífera corrección de su previo El conde Drácula entrega un díptico formado por la experimentaloide Drácula contra Frankenstein y por esta desbarrante La maldición de Frankenstein (o Les expériences érotiques de Frankenstein en su psicotrónico título francés). Un disparate destartalado y chapucero por el que campan a sus anchas las obsesiones de su director, en un combinado de barroquismo escenográfico lo-fi, erotismo estrafalario, irreverencia cómica y amateurismo sonrojante. Descacharrante, irritante y falta de cualquier mesura o sentido del ridículo, no carece de aciertos reales, como esa fascinante mujer pájaro que personifica Anne Libert, el onirismo puro de algunos instantes, la audacia desvergonzada de muchas ideas o la presencia fetichista de Howard Vernon, Dennis Price o incluso de una tiernecita Lina Romay como zíngara. Desde luego no es para todos los públicos (más bien para convencidos y contumaces) pero muestra bien la particular personalidad de un autor insurrecto y su festivo ataque al convencionalismo a través del sexo y el horror.
Golgo 13, Yukio Noda, 1977, Japón
Mas bien mediocre adaptación del manga de Takao Saito sobre un ultracool, infalible, irresistible e imperturbable archiasesino internacional. Contratado en esta ocasión por un gang para acabar con el jefe de una banda rival, que a su vez es perseguido por la ley, de modo que en el camino de Golgo 13 se cruzará un concienzudo poli de Hong Kong con el que desarrollará una especie de complicidad/rivalidad. Influencias de la saga de James Bond (memorable la presentación del hitman saliendo de las aguas del mar con fusil y todo para realizar un alarde de puntería sobrehumana) y del cine de acción marcial hongkonés, para mal ya que se sustituye el cuidado (especialmente fotográfico) la sofisticación y el sentido del delirio habituales en el cine popular japonés (aunque ciertamente la mejor época ya estaba pasando) por una estética setentosa y horterona a base de zooms a mansalva y música que es puro groovie discotequero. Poco salvable más allá de su simpática modestia, la genial composición del mítico Sonny Chiba como el hierático protagonista y un final impagable de puro fantasma.
Q, la serpiente voladora, 1982, Larry Cohen, USA
Demencial perla surgida del cráneo del entrañable tronado Larry Cohen, quien como siempre parte de una premisa tan alucinada como sugerente. En este caso la posibilidad de una especie de dragón anidado en mitad de Manhattan (en el edificio Chrysler, nada menos) que es casualmente descubierto por un ladronzuelo con delirios de grandeza (gran Michael Moriarty) que pretenderá usar al bicho en su provecho mientras por otro lado una pareja de policías (Kwai-Chang Caine y Shaft mano a mano) investigan unos truculentos crímenes rituales al dios azteca Quetzalcóatl (la Q del título) “la serpiente emplumada”. Si bien Cohen es un argumentista genial como director resulta siempre un punto chapucero arruinando en parte las posibilidades del invento (especialmente en un tramo final bien poco memorable). Filmada a la manera desmañada y callejera habitual del director (uno de sus rasgos típicos; un estilo directo infiltrado por la aparición de lo fantástico) combinada con bellas imágenes aéreas de la ciudad vigilada por un monstruo animado mediante stop-motion a lo Harryhausen que proyecta su sombra sobre los edificios en algunos planos sensacionales. Con todo la película destila encanto y representa bien el singular talento de Cohen y su empeño de insobornable cultivador de la serie-b, combinando aquí las monster movies de los 50 y el kaigu eiga nipón con sus habituales obsesiones sobre la neurosis ciudadana y la paranoia social.
Expiación, Joe Wright, 2007, Gran Bretaña
Una buena película equívocamente promocionada. La historia romántica resulta la excusa para una reflexión sobre la importancia del punto de vista y los mecanismos de la narración. Ficción dentro de la ficción y exploración de la posibilidad de reparar los errores reales a través de la sublimación de lo relatado, dando así la posibilidad de que lo “contado” restañe lo “vivido”. Con forma de suntuoso melodrama romántico espléndidamente fotografiado en tonos pastel y luz natural (deslumbrante en la primera parte) y contado desde diferentes puntos de vista (aunque finalmente se revelarán el mismo) en tres bloques. Magistral el primero donde se crea el clima más sexualmente cargado del pacato cine reciente (cada vez más des- erotizado) con una cámara sensual e inquisitiva que busca roces y detalles, recreándose en la languidez de clima veraniego. Más irregular y literario (con justificación) el segundo sobre los estragos de las decisiones tomadas en el primero y que contiene un plano-secuencia complejo y virtuoso (y trampeado) que a su modo expone el tono altisonante de este tramo. El tercero es un epílogo en el presente (la expiación) que desnuda la arquitectura de la narración y muestra al verdadero protagonista del film a la vez como personaje y creador. Experimental y accesible busca una equivalencia cinética a los recursos literarios del original de McEwan sin conformarse con la mera ilustración que obvie las esquinas más dificultosas. Bien interpretada y con una antológica banda sonora (que usa la máquina de escribir como instrumento solista y saca provecho de los mecheros, los pasos, etc..) y montaje magistrales en su interacción. Con todo cierto esteticismo de spot de perfumes y el decaimiento de algunas partes impiden redondear la operación.
Casta indomable, Allan Dwan, 1957, USA
Modestísimo western b, localizado ya en los estertores de este sistema de producción, y antepenúltima cinta rodada por ese pionero y obrero incansable que fue Alla Dwan. Una típica historia de venganza, pistolero misterioso y romance tempestuoso (con una jovencita Ann Bancroft como mestiza) animada por el saber hacer del director, quien saca petróleo de los paupérrimos decorados (potenciándolos a través de la irrealidad del color y explicitando su aspecto pintado) y apura detalles interesantes, ese matón rastrero y mirón que vigila constantemente al protagonista, o demuestra una curiosa preocupación racial. Muy bien rodada y narrada con fluido dinamismo, bien interpretada por el estólido Scott Brady y con la agradecida presencia de ese característico de cientos de filmes que es Jay C. Flippen. Cine extremadamente barato pero nada despreciable, buena muestra de la otra cara del sistema de estudios y un entretenimiento garantizado.
Un reflejo del miedo, William A Fraker, 1973, USA
Extraña realización del director de fotografía William A. Fraker (operador nada menos que de Bullit o La semilla del diablo, con la que guarda algún punto en común) sobre un guión del notable Lewis John Carlino (Mafia, Plan diabólico, The mechanic) y una película por completo maldita, que sin ser gran cosa no merece el olvido. El conjunto resulta ser una perverso psicodrama de esteticismo enfermizo, que acumula en su agobiante metraje todo tipo de taras de origen sexual: desde el ambiente castrador de gineceo desquiciado, hasta un complejo de Electra como una casa, pasando por ausencias paternas, sexualidades confusas… Muy bien interpretada, sobre todo por una Sondra Locke postulándose entonces como alternativa inquietante a Mia Farrow. Claustrofóbica, recargada y con una lograda atmosfera de pesadilla, amén de un giro final sorprendente y malévolo. Una rareza genuina.
Los largos días de la venganza, Florestano Vancini, 1967, Italia
Única incursión en el spaghetti-western de un director de cierto prestigio en los 60/70 como Florestano Vancini para un film menor pero simpático que demuestra bien la manera en la que la personalidad fílmica de Giuliano Gemma determinaba el enfoque sobre el género (su nivel estelar era tal en la época que se permite no mostrar la cara hasta los veinte minutos de metraje). Así, su impronta positiva, limpia y ligeramente humorística beneficia a la enésima historia de venganzas, esta vez con resabios de El conde de Montecristo y villanos de altura a cargo de Conrado San Martín y un raro Francisco Rabal como sheriff corrupto unidos a la excelente Nieves Navarro en su recurrente rol de “mala pero buena” y a una chispeante Gabriella Giorgelli como damisela en apuros de armas tomar. La elegancia de la realización de Vancini, un par de momentos especialmente inspirados (principalmente la larga secuencia del afeitado/interrogatorio, prodigio de puesta en escena y tensión) y la mágica banda sonora de Armando Trovaioli redondean un título injustamente olvidado
Las aventuras de Simbad, 1963, Byron Haskins, USA
Irresistible aproximación a la fantasiosa mitología sobre Simbad que se aleja de las maravillas en stop-motion del genio Ray Harryhausen para adoptar una personalidad propia, que traduce igualmente bien el talento de su director Byron Haskin, artesano digno de revalorización que también fue técnico de efectos especiales y encima director de la maravillosa La isla del tesoro de 1950 con aquellos inolvidables Jim Hawkins y Long John Silver a cargo de Bobby Driscoll y Robert Newton. Lo que aquí propone es un festival de ingenuidad y delirio polícromo que se sitúa como una de las cimas del la fantasía oriental gracias a personajes e ideas como el mago cuyos brazos se extienden por pasillos y corredores o el “descorazonado” villano al que da vida Pedro Armendáriz. Siendo la principal misión del héroe el encontrar ese corazón, hazaña para la que tendrá que atravesar un bosque por completo irreal e indescriptible, una filigrana escenográfica construida únicamente a golpes de pura imaginación y ensueño cinematográfico. Una película de antes del cinismo.
El crack 2, José Luis Garci, 1982, España.
Prolongación, más que secuela, de su previa (y estupenda) El crack. Se abre con una revisión/cita autoconsciente y aumentada de la más célebre secuencia de aquella y extrema el carácter de fetichismo cinéfilo/nostálgico y el desencanto vital de la original. Nuevamente Landa como el amargado y hermético Germán Areta, detective archiduro con los huevos de plomo, metido en un asunto que le supera, siguiendo los cánones del policiaco en los que un suceso mínimo y en apariencia aislado acaba por revelar una oscura conspiración de enormes proporciones. Bien tramada, con el ojo y el oído atento a la actualidad económico/política de la época, bien dialogada, pese a deslizarse por la afectación literaria en más de un momento y óptimamente interpretada, especialmente por un brevísimo Arturo Fernández, que da la vuelta sin esfuerzo a su tipología habitual con un personaje repugnante, demostrando lo desaprovechado que siempre ha estado (a lo cual colabora la genial idea de presentarlo vestido en su traje oficial de galán seductor). Desafortunadamente el ritmo resulta más mortuorio de lo conveniente y la realización confunde el clasicismo con la planicie (pese a escenas espléndidamente planificadas, como la del ascensor) y la parsimonia con la morosidad, el metraje es excesivo a todas luces, la música horrible y el regodeo derrotista anticipa el futuro tono lastimero y naftalinoso del cine del autor. Así y todo es un film digno que hace añorar que Garci no reincidiese en un género que parece comprender.
Kdo chce zabít Jessii? (Who Killed Jessi?), Vaclav Vorlicek, 1966, Checoslovaquia
Toda una golosina pop de la escuela checa de la comedia paródica que, entre bromas y jugueteos con la estética estilizada del tebeo (convocando por igual los estilos francés, italiano y norteamericano) desliza una audaz diatriba a favor de la libertad, personificada en un atontolinado ingeniero que ve como sus sueños (provocados por la lectura de un cómic que narra las hazañas de un beldad de vestido permanentemente rasgado a lo Doc Savage. a quien da cuerpo la irresistible Olga Schoveroba -aka Olinka Berova-, futura playmate, “hammergirl” en la inocua secuela de She: la diosa del fuego y excelente comedianta totalmente desaprovechada en su periplo “occidental”) se corporeizan por mediación de los efectos secundarios de un siniestro suero invención de su mujer, integrada miembro del establishment. Acierta en el rimo deudor del slapstick, en esa crítica menos naif de lo aparente y en la cotidiana ironía de su final pero le falta un mayor punch visual(y se añora el color, la verdad), aunque deja ingeniosas soluciones escenográficas y cuenta con un detalle absolutamente genial: en el plano de la “realidad” los personajes salidos de la viñeta continúan hablando mediante bocadillos.