(2012) Noviembre / 11

Publicado el 30 noviembre 2012 por Esbilla

Debido a mis actividades paralelas durante el FICX 50 como gacetillero para el periódico asturiano La Nueva España (aquí un par de ejemplos) la memorabilia de este mes es tan escasa qeu he tenido que engordarla con unas cuantas reseñas añejas, de cuando andaba por Filmaafinity con el pseudónimo de ben wade.

11/11/2012. Los hombres que miraban fijamente a las cabras, Grant Heslov, 2009, USA

Sátira ácida, en más de un sentido, de la ocupación USA de Irak en particular y del ejército en general a medio camino entre la contemplación de la estupidez de los hermanos Coen y las comedias contraculturales de los 60 con el ojo puesto en el gran Terry Southern. Ritmo de tebeo y memorables actores, entregados a la autoparodia y a los chistes sobre su propia carrera anterior, pero impersonal puesta en escena. Lo mejor resulta esa sensación de ser tan ridícula que solo puede estar basada en hechos reales.

16/11/2012. 4 meses, 3 semanas y dos días, Cristian Mungiu, 2007, Rumania

Melodrama sórdido y minimalista, pero melodrama al fin aunque el tremendismo se guarde en hielo seco expresivo, que desde un rigor formal asfixiante propone una desoladora radiografía en off de un momento en la historia de la Rumanía de Ceaucescu. Casi tan intenso como monocorde, se recrea en su propia sordidez en más de un momento; lo cual no deja de ser discutible.

28/11/2012. El perfume de la dama de negro, Bruno Padalydès, 2005, Bélgica/Francia

Continuación estricta de El misterio de de la habitación amarilla, la primera de las aventuras del intrépido periodista Joseph Rouletabille creado por Gaston Leroux,  a cargo de los hermanos Podalydès repartiéndose la dirección y la actuación. Siguen las pesquisas del héroe sobre su pasado solo para constatar que su archienemigo no es otro que… su propio padre. Mayor dispersión,  cambio de escenario y ampliación el reparto de personajes excéntricos pero consevando la unidad de estilo; una especie de recreación cinematográfica de la línea clara. Ligera y entretenida pese a su duración se resiente, precisamente, de su fidelidad a los postulados del primer film, lo cual resta novedad y gracia. Por lo demás comedia, física y verbal, aire constantemente cómplice y bienvenido espíritu de folletín, donde lo absurdo y lo inverosímil no son taras sino ingredientes.

29/11/2012. Revolutionary Road, Sam Mendes, 2008, USA

Melodrama con locución incorporada, ya que Mendes parece sentirse obligado a explicar de obra y palabra toda la película, subrayando bien que se trata de una obra importante sobre temas muy importantes. Incluso hay un personaje que lo vocea. Sobre un novela de Richard Yates (que no he leído) cuenta la descomposición de un matrimonio en la América suburbial de 1961 acogiéndose a la corriente revisionista tanto de las mecánicas del melo como de los USA de los 50/60 y que ya ha dado material muy superior a este; sin ir más lejos la hiperrealista serie de televisión Mad Men (ya en emisión cuando se rodó y estrenó la presente). Kate Winslet sobreactúa sin freno, pero Di Caprio no solo aguanta el numerito de gran actriz consciente de su grandeza, sino que entrega una actuación ambigua y sensible. Cine-pirita, como el resto de la filmografía de su realizador.

El justiciero rojo, Antonio Margheriti, 1963, Italia

Simpática aunque no excesivamente lograda colisión entre la escuela gótica del horror italiano, en la que Margheriti entregó sus mejores esfuerzos, y el ya inminente giallo que aquí se prefigura en muchos aspectos. A la fórmula se le añaden gotas de una versión sádica de los krimi a lo Edgard Wallace y el propio origen pulp (basado según parece en una novelita de un tal Frank Bogart) del invento ya impone un tono en el cual se dan la mano muchachas en camisón, pasillos iluminados por relámpagos, catacumbas, maldiciones heredadas y hasta experimentos nazis. El mejunje sabe bien durante la primera parte, pero termina por empalagar un tanto en un tercio final en donde el aguante para el engaño ingenuo del espectador se ve forzado un poco más de lo razonable. Aún así destaca y merece la pena probar, principalmente por lo elaboradísimo de su tratamiento del color (la preeminencia obsesiva del rojo en la escenografía o incluso en el protagonismo de la pelirroja Rossana Podestà, mini-mito del peplum),  una puesta en escena elegante que envuelve a los actores en unos decorados contados pero utilizados con enorme ingenio y por fogonazos de extraña crueldad (la tortura con la rata y la máscara o el hallazgo de la joven con los ojos eviscerados en la virgen de hierro del título original durante la soberbia secuencia de apertura) que anticipan la crudeza futura del cinema bis.

Casi Famosos, Cameron Crow, 2000, USA

La declaración de amor al rock menos rockera de la historia que intenta retratar a un tiempo el paso a la madurez de un atontolinado adolescente y la (intra) historia de una segundona banda de rock americano (por definición rampante, ceñudo y asilvestrado), prima de Grand Funk Railroad y sobrina de los Allman Brothers, con un estilo rematadamente ñoño y meloso que nos hace recordar continuamente que no estamos presenciando otra cosa que las batallitas embellecidas por el recuerdo de un cuarentón amante de Peter Frampton (hasta su abundante y estupenda columna sonora esta erigida sobre los temas más marcadamente sentimentales). Asombra por su pacatería sexual, su pudibunda falta de verdadero descontrol y un moralismo que estraga (coronado en una coda final sonrojante), a lo que se suma el páramo creativo de una puesta en escena rayando en el telefilm de sobremesa. Así y todo está competentemente narrada y rescatada por parciales aciertos costumbristas, cierta pericia en la observación, alguna punzada amarga y una reproducción de época nada enfática y logradamente natural. Buen nivel interpretativo, aunque no precisamente una Kate Hudson que no pasa de pizpireta cuando debió ser incendiaria. Crowe debió haber tomado nota de los preceptos sobre la honestidad y el rigor que explica ese Lester Bangs “light” que personifica Philip Seymour Hoffman, ¿pero cómo hacer una película sobre una música con cojones cuándo tan obviamente careces de ellos?.

Gigolo, David Hemmings, Alemania, 1979

Sátira ligeramente arty de la Alemania de entreguerras, catálogo de mitomanía cinéfila y rareza certificada dirigida por el actor David Hemmings, que acompasa con agilidad musical decadente, comedia burlona y sordidez sofisticada en un conjunto tan imposible como su heterogéneo reparto. A saber: Bowie (del que Hemmings extrae su mejor interpretación, usando en favor del personaje el natural hieratismo del cantante) en plena etapa berlinesa, la chispeante Sydne Rome, glorias como Maria Schell y Kim Novak o  la fantasmagoría de Marlene Dietrich en un par de intervenciones desde el más allá. El experimento está condenado al fracaso por su propia naturaleza de juego autoconsciente (con guiños a Kurt Weill, René Magritte, el cabaret, el Hollywood clásico…), por las caídas en lo chusco y por una estructura episódica y deslavazada que no favorece precisamente la fluidez. Pero atesora un puñado nada desdeñable de virtudes: desde su elegante puesta en escena, hasta el ácido retrato de unos camisas pardas vistos como un puñado de gañanes (dirigidos por un descacharrante homosexual reprimido y pomposo al que interpreta con toda seriedad el propio Hemmings) pasando por ese Berlín hermoso y perpetuamente invernal, a un tiempo real e imaginado.

Huida a través del tiempo, David Twohy, 1992, USA

Un film pequeñito pero sorprendente e ingenioso que, en medio de la escombrera del direct to video de principios de los 90, se refiere con honestidad a la serie b fantacientífica de los 50, de la cual no solo rescata un feliz componente paranoico y de cotidianeidad alterada (ese protagonista muy bien encarnado por el siempre fiable Jeff Daniels al que nadie parece tomar en serio su descubrimiento de que los inquilinos que tiene en su hotel son el realidad viajeros temporales de turismo por las grandes catástrofes del pasado) sino una especie de ética del oficio y cierta habilidad en el manejo de unos recursos mínimos que trampea con inventiva argumental la evidente falta de medios. De tal manera que cuando la anécdota inicial parece agotarse Twohy introduce un giro en el tercio final con forma de paradoja temporal de lo más resultón con el que consigue elevar el resultado por encima de la media. Quizás la incorporación de ciertos elementos spielbergianos sobre los traumas paterno-filiales y la épica suburbial lastren un poco el conjunto con su exceso de melodrama, pero no invalidan un trabajo de lo más disfrutable.

Caza implacable, Don Medford, 1971 , USA

Extrañísimo y violento western de los muy revisionistas y desmitificadores 70 que plantea, dentro de su historia de persecución, todo un análisis de la masculinidad y una penetrante  teoría sobre el enfrentamiento entre lo antiguo, representado en el personaje de forajido que desea aprender a leer, y lo moderno encarnado (es un decir) en el recién fabricado rifle de mira telescópica con el que el desagradable Gene Hackman dará caza al grupo que secuestra a su esposa, la desatendida e insatisfecha maestra interpretada por Candice Bergen; que no deja de ser un trofeo más para su marido que se siente atacado en su hombría ante semejante afrenta. Lo que introduce un nada desdeñable componente, no tanto feminista como de cuestionamiento de la virilidad, pero sin que esto redunde en pérdida de tensión o en machacones mensajes, dejándolo con inteligencia como el subtexto bajo la acción, la aventura y la ferocidad del film. Progresivamente abstracto y  despiadado, escabroso por momentos y francamente crudo en general, rebosa de un sadismo por completo desorbitado y de un Oliver Reed tan fuera de si como solía en sus mejores momentos. Gran película medio olvidada.

Riot in Cell Block Number 11, Don Siegel, 1954, USA

Participando por igual de la tradición semi-documental del thriller americano con orígenes en los 40 y de la  prefiguración de la habitual querencia de Siegel por los personajes marginales y desclasados, un film más que notable, lleno de fuerza y pasión que toma partido de manera sorprendente por los presos, sin que ello suponga una caracterización siniestra de las fuerzas de la ley, sino una ecuanimidad en el retrato de todo punto encomiable. Enorme vigor formal (el inicio del motín con esa cámara que corre frenética un pasillo en claroscuro siguiendo a uno de los presos) y un vértigo narrativo ya indisociable del estilo de un director apoyado aquí en un guión magnífico, que no por escueto se convierte en esquemático, y en la creación de un protagonista inolvidable: el preso al que interpreta el gran secundario y eterno vilano con b Neville Brand, líder del motín, atracador y asesino convicto decidido a luchar por otros por primera vez en su vida.

Crimen imperfecto, Fernando Fernán-Gómez, España, 1970

Astracanada tebeistica que adapta sin adaptar los Mortadelo y Filemón de Ibáñez aquí travestidos (y literalmente además) como Salomón y Torcuato, pareja de detectives especializados en “prematrimoniales” que terminan metidos en un embolado de padre y muy señor mío que incluye: tráfico de drogas, desfalcos, falsos cadáveres, matones malcarado, vampiresa de piernas larguísimas como la argentina Rosanna Yanni, presencia inexcusable del cine picante de la época, y hasta  Jesús Puente de poli duro. Nunca logra ser tan divertida como pretende, funcionando con intermitencia entre la gracieta chusca y el artefacto (anti) pop, con interesantes juegos con el color y el diseño (la presencia del naranja, los créditos e interiores a lo Mondrian…), guiños al estilo del Jesús Franco “pulp” de los 60 (no en vano buen amigo y colaborador de Fernán-Gómez), recursos del mudo y virados multicolores (algo hay del gran Oldrich Lipsky en esta parodia amable), demenciales números musicales en “guachiguachi” y  guiños al humor gráfico español en general. Todo en un encomiable esfuerzo por parte del Fernán-Gómez director (descacharrante como actor y aún más López Vázquez con ese impagable “¡Señorita, pollo!”) de superar la insuficiencias del guión de Pedro Masó en base a la puesta en escena de viñeta y a una curiosa narrativa fragmentaria, que salta alegremente entre digresiones y chistes.