Parecería que en el año de la desesperanza, este 2012 en el que se ha concentrado un cambio de gobierno español, que ha practicado la legislación más dura y abundante contra los intereses de los ciudadanos; este 2012 en el que los derechos sociales conseguidos en la educación y la sanidad han sido recortados, en el que el desempleo y los desahucios de las viviendas están en sus cuotas históricas más altas, en el que la corrupción política y económica ha erosionado la confianza en instituciones y políticos, en el que ni siquiera los todopoderosos bancos han estado a la altura y han engañado a ahorradores e impositores, y los ciudadanos, además, han de salvarlos de la ruina con mayor carga de impuestos. Parecería, digo, que con todo ello, el periodismo debía haber triunfado en este 2012 que acaba.
Si el periodismo tenía en su esencia dar voz a los más débiles, si entre sus fundamentos estaba el control al poder, el compromiso con los ciudadanos para informar libremente, sin ataduras, censuras, ni sometimiento a los poderosos...el 2012 debería haber sido su gran año y, sin embargo, también ha sido el de su desesperanza y hundimiento.
Y no solo porque miles de profesionales hayan perdido su puesto de trabajo y porque hayan cerrado diarios, cadenas de radio, o hayan desaparecido canales de televisión y otros estén a punto de hacerlo en el 2013 que comienza, no solo por eso, pero también por eso.
El periodismo está en tela de juicio por parte del ciudadano: Ha perdido credibilidad. Pocos son los que creen que muchas de las informaciones que reciben estén exentas de influencias interesadas o simplemente subvencionadas por el poder político o económico. En este mundo en el que todo vale, en el que todo se ha puesto patas arriba, en el que la dignidad es una heroicidad porque la subsistencia, para muchos, también lo está siendo, es cuando más necesario se hace que el periodismo vuelva a sus raíces.
Una vez que las empresas periodísticas acaben con sus redacciones y que los periodistas, que queden en los medios de comunicación, no tengan recursos ni para contrastar las fuentes y una vez acaben todos temerosos de ser los siguientes en ser despedidos y se contagien de la autocensura. Una vez pase eso, si llega a pasar, se habrá acabado el periodismo.
O quizás no, quizás 2013 puede ser el año de la esperanza: El año en que muchos de los proyectos que se inician o se han iniciado en los extertores del 2012, acaben cuajando entre los ciudadanos. Los periodistas habrán aprendido de su propia y dura crisis. Iniciaran con modestia, pero con firmeza y compromiso social, un nuevo y difícil camino en el que buscar la verdad o las verdades sea un objetivo irrenunciable pese a quien pese y pase lo que pase, porque está pasando mucho y nada bueno, y hay que contarlo.
Ojalá 2013 sea el año de la esperanza para el periodismo. Lo necesitamos. Es mi deseo.