The Bank Job, Roger Donaldson, 2008, GB
Aunando los patrones clásicos del sub-género de atracos perfectos con la tradición barriobajera y el cool costroso del thriller británico de los setenta el bien poco frecuentable, etapa neozelandesa aparte, Roger Donaldson entrega un film considerablemente inteligente sobre ladrones honestos metidos en un barullo de corruptelas que (aparentemente) les supera. La trama se sigue con agilidad y limpieza pese a sus múltiples líneas narrativas y el ritmo resulta siempre apropiado, aunque visualmente abuse del montaje corto y tenga un aire innegablemente televisivo en la realización. Para compensar está estupendamente interpretada por un casting apropiadísimo, destacando el atractivo y sofisticación de la estupenda Saffron Burrows y sus pómulos capaces de cortar el papel, el carisma lumpen de Jason Statham actor desperdiciado en subproductos y cultivador de un underplaying rocoso que en otro lugar y otro tiempo lo hubiese alineado junto la estirpe de los Bronson o Marvin) y un David Suchet soberbio en su personaje de cabrón sin escrúpulos. La primera parte tiene cierto aire de ya visto y le falta nervio pero su segunda hora es realmente brava y violenta, aceleran do la narración y ganando con ello en emoción e incertidumbre. Un entretenimiento honrado, que puede verse como la versión modesta y despojada de bisutería estética del cine de Guy Ritchie.
Madchen in uniform, Leontine Sagan, 1931, Alemania
Un film impresionante e importantísimo históricamente por desgracia casi olvidado aunque fuese un éxito apoteósico en su día, llegando a límites de fenómeno sociológico y propiciando remakes y variaciones. El proceso de enamoramiento/fascinación entre una maestra de un rígido internado y una nueva alumna particularmente rebelde está contado y filmado con maestría y un ingenio constante en la sofisticada puesta en escena, con un gusto por el detalle y la observación admirables. A la vez diatriba contra el control totalitario (reflejado en el orden militarizado del internado) y absorbente melodrama romántico que no rechaza ni la sátira ni el comentario socio-político sobre la época, el final de la República de Weimar. Repleto de escenas magnéticas, de subyugante erotismo (en especial esa comunión nocturna que culmina en un beso electrizante) que oscila entre lo malsano -el juego de control/dominio que se establece entre la profesora y sus alumnas, a las que tiene rendidas cual harén- y lo puro -el amor entendido como subversión-. Un clásico oculto, dotado de una atmósfera de rara densidad y de una intensidad inolvidable.
El detective, Gordon Douglas, 1968, USA
Una gran película, bastante olvidada, quizás por su falta de concesiones y su pesimismo, que oculta bajo la apariencia de un policíaco verista y directo -un poco en la línea de renovación del procedimental del Brigada homicida de Don Siegel- una reflexión desoladora sobre la servidumbre de la ocultación, la desesperación del fingimiento y el escaso valor final de la integridad. Un aparentemente sencillo caso (el asesinato de un joven de buena posición) acabará por destapar una tupida red de secretos y corruptelas que derivará por igual en una demoledora exposición de la sordidez del sub-mundo homosexual, castigado a la clandestinidad, y en la mostración minuciosa de la podredumbre del sistema. Sombrío incluso a plena luz, filtrado siempre por la mirada desencantada del protagonista, perfectamente representado por un Sinatra cansado y harto. Uno de los mejores títulos de ese gran artesano que fue Gordon Douglas, ejemplarmente narrado y filmado con nervio, con pequeños papeles para Tony Musante, Robert Duval, como repulsivo policía o la bellísima Jacqueline Bisset, y rematado por el crudo trabajo de cámara de Joseph Biroc, fotógrafo habitual de Aldrich.
Super Fly, Gordon Parks, Jr., 1972, USA
Quizás la mejor blaxplotation de la historia del sub-género o cuanto menos la más auténtica, superando en este sentido tanto a las exitosísimas Shaft como a los títulos producidos en cantidad por la A.I.P.. Descomunal éxito en su día (secuelas incluidas), de culto hoy, conserva fuerza, verismo y carisma en abundancia gracias a su negritud sin concesiones: un rotundo sentido de raza y de clase que no pide ni permiso ni excusas. Rodada de un modo puramente underground acercándose al cinema-veritè pero sin pretensiones de ningún tipo, nerviosa y de pulso documentalístico -rodaje callejero, cámara en mano, uso del teleobjetivo, etc…- pero también con recursos sofisticados como el extraordinario montaje fotográfico sobre el ritmo de la música que resume, a modo de fotonovela, el proceso de distribución de la droga. Gran interpretación cool del mítico Ron O’Neal apoyado por igual en un vestuario indescriptible y en la infecciosa banda sonora del gran Curtis Mayfield, entrevisto interpretando el tema principal de la película.
Sweeney Todd: The Demon Barber of Fleet Street, George King, 1936, GB
Un film muy curioso aunque demasiado ajado, que sirve como perfecto ejemplo del estilo del horror/misterio británico de la época. Adapta un celebrado texto teatral y una no menos famosa leyenda urbana al cine sonoro rebajando considerablemente los componentes grandgignolescos y crueles, aunque la negrura de base y los atisbos de sátira bruta permanecen. Se echa en falta mayor brío en la realización, además de que la película acusa en exceso su origen teatral quedando en su último tercio convertida en la representación filmada de un vodevil tétrico; lo cual no deja de tener su interés histórico al permitir ver como era el teatro más popular de los 30 con todos sus mecanismos en funcionamiento. Por si fuera poco supone una ocasión impagable de poder ver a la estrellona Tod Slaughter en su más mítica caracterización, exhibiendo todo su repertorio de vesanias y su celebérrima risotada maligna. Por cierto, añadir que la trama difiere mucho del soberbio musical de Sondheim que convertía al pícaro sanguinario Sweeney Todd en una especie de anti-héroe trágico marcado por la fatalidad y la locura.
El último testigo, Alan J. Pakula, 1974, USA
Un periodista de segunda aficionado a las teorías más rocambolescas investiga unas muertes sin relación aparente hasta que topa con el siniestro hilo que las une viéndose inmerso en una trama político-criminal que le supera. Buen film conspiratorio de los descreídos setenta cercano al clásico El mensajero del miedo en su cualidad progresivamente paranoica (un personaje obsesivo al que nadie cree enfrentado al engranaje del sistema y condenado a perder) que ofrece un acercamiento oblicuo a los célebres asesinatos políticos de los hermanos Kennedy, en especial el de Bobby. Repleto de aciertos climáticos que beben del supense hitchcockiano del falso culpable y no desprecian cierto regusto fantastique a lo Plan diabólico (también de Frankenheimer, por cierto), además de contener un final en verdad memorable. Desafortunadamente las concesiones al divismo de la estrella, el abuso de la estética del teleobjetivo y la falta de un mayor sentido del delirio impiden redondear el conjunto, así y todo considerable.
Antonio Das Mortes: el dragón de la maldad contra el santo guerrero, Glauber Rocha, 1969, Brasil
Antonio das Mortes es convocado otra vez al Sertaô para matar a un nuevo cangaceiro (una especie de bandidos revolucionarios del Brasil a caballo entre el XIX y el XX) que reclama la herencia de utopía y violencia de Corisco y Lampiaô a quienes él mató muchos años antes. Pero una vez allí se dará cuenta de que su escopeta fue siempre vendida al postor equivocado, un poco (mucho) a la manera de Lee Van Cleef en El halcón y la presa. Prolongación espiritual de su previo Dios y el Diablo en la tierra del sol a través de ese lone gunman icónico, oscuro y torturado que ejercía de secundario en la obra original, resituado aquí en la época contemporánea para demostrar (demasiado didácticamente) que en el país nada había cambiado realmente. El resultado es un western (cumple todos los arquetipos y preceptos del género, como una melodía sepultada por el ruido) mitológico y fuertemente simbólico, filmado con un estilo orgullosamente primitivo, documentalístico y barroco, que cruza estudio atropológico, folklorismo (con la importancia capital de una banda sonora impresionante, entre ritmos hipnóticos y romances de ciego) y cargante hermetismo arte y ensayo con una mixtura fascinante de paganismo y religiosidad (ese personaje de la Mujer Santa), recorrido por una extraña belleza, una vibración profunda más proveniente de su música y de la fuerza cruda de sus imágenes (el largo plano de la comitiva) que de una historia que arrastra el lastre de la gran mayoría del cine de tesis: a veces farragoso, a veces demasiado ingenuo, siempre convencido de su propia importancia.
El tren de las 3:10, Delmer Daves, 1957, USA
Un western realmente intenso y con un cierto tono fantasmal gracias a su desolada ambientación debido al reivindicable Delmer Daves, quien narra la determinación de un arruinado granjero de custodiar a un peligroso pistolero. Muy bien interpretada, con el sobrio Van Heflin decidido a cumplir su misión, primero por la recompensa y por los demás, luego por sí mismo, y un genial Glenn Ford moldeando un personaje dificilísimo y complejo con una gran economía de medios: una autentica serpiente amenazadora en su calma desde la brutal escena de presentación en la que dispara a través de uno de sus propios hombres hasta la sorprendente decisión final. Junto a ellos el inquietante Richard Jaeckel, memorable sicario con una relación con su jefe entre lo homoerótico y lo paterno-filial. Duelo de mentes más que de pistolas, estéticamente cercano al thriller en la dura fotografía blanquinegra y en los afilados diálogos (a revisar la corriente western-noir) y coronado con un claustrofóbico tercio final de tensión casi insoportable donde Daves da una lección magistral de dominio del tempo cinematogáfico, estirándolo y retorciéndolo a voluntad.
Solos en la oscuridad, Jack Sholder, 1982, USA
Apreciable slasher que supera la habitual pobreza (chapuza) del sub-género, gracias tanto a lo ingenioso de su propuesta -cuatro psicópatas persuadidos de que su antiguo médico ha sido asesinado por el nuevo se fugan de un bien peculiar manicomio aprovechando un apagón- como a la elegancia de su puesta en escena y a su simpática cinefilia, representada en la presencia de gente tan grata como Donald Pleasence (el estrafalario psiquiatra de métodos rompedores), Martin Landau (escalofriante predicador obsesionado con el pecado) o Jack Palance comandando el grupo de fugados. No perdona lugares comunes (los jóvenes retozones castigados por su calentura) ni efusiones sanguinolentas, pero está muy bien dirigida por Jack Sholder, promesa del fantaterror desaparecida en combate no sin antes dejar una obra mayor como The Hidden, que aporta humor negro e ironía, buena gradación del suspense durante el asalto a la casa del doctor, una estética cuidada (soberbia la escena onírica que abre la película) pese a la horterez de algún momento y un empaque general que rescata la película de la mediocridad.
Los piratas del mar de China, Jackie Chan, 1983, HK
Una de las divertidas películas de la época hongkonesa del entrañable Jackie Chan acompañado, como solía ser habitual, por el resto de los Tres Dragones (formados en la Ópera de Pekin, por cierto): el talentoso Sammo Hung (interesante director e imaginativo coreógrafo) y el más discreto Yuen Biao. Desbordante de modestia y gracejo, con una puesta en escena milimétrica en sus escenas de acción/comedia que se remiten con respeto y conocimiento al cine mudo con influencias/homenajes a Harold Lloyd (una asombrosa persecución en bicicleta) y al gran Buster Keaton (Chan remeda el mítico gag de la casa derrumbándose realizándolo también sin trampa alguna) echando mano de un humor absolutamente blanco y decididamente ingenuo. Atropellada, alocada y tumultuosa, un auténtico slapstick de artes marciales (genial la manera en que se usan/integran los decorados en la acción lo cual constituye una de las marcas de fábrica del director), un cartoon de Chuck Jones de carne y hueso que reclama un visionado libre de prejuicios para comprobar que Chan tiene (tenía) más fundamentos y talento del que sus bodrios norteamericanos dejan entrever.
La casa de la colina, Robert Wise, 1951, USA
Una superviviente de los campos nazis toma la identidad de una compañera para lograr huir a los EEUU, una vez logrado se casará con el tutor de su hijo, pero se desencadenará el misterio al pensar que desean su muerte. Agradable suspense hitchckokiano (influencias de Sospecha o Rebeca y en menor medida del clásico Luz de gas) que aúna melodrama gótico y thriller paranoico, con gustosa modestia de serie-b. Bien interpretada por la gran actriz italiana Valentina Cortese, dirigida por Wise con el estilo expresionista que usaba en aquella época y con fotografía en contrastado B/N del luego peckinpahquiano Lucien Ballard. Desgraciadamente el desenlace resulta demasiado precipitado y no se apuran todas las posibilidades de una premisa verdaderamente genial (vivir la vida que corresponde a otro) aunque se deja ver con interés y nunca aburre.
Profesión: el especialista, Richard Rush, 1980, USA.
Un fugitivo acaba enrolado como especialista en una troupe que rueda una épica película bélica a las órdenes de un bien peculiar director. Un film extrañísimo y de lo más curioso, casi una variante enloquecida de La noche Americana de Truffaut con un inolvidable Peter O´Toole como el mefistofélico cineasta que manipula y tortura al joven huido en un divertido juego de dominio y lecturas metatextuales. Desmañada en ocasiones y en cualquier caso demasiado ecléctica (romance, comedia, acción, cinefilia, etc…) no terminando de apurar todas sus posibilidades. Con todo los toques delirantes y el aire juguetón del conjunto justifican su condición de culto que desde luego no merece el olvido.