Templos, contrabandistas, montañas…
Nuestro viaje, con salida y regreso a Chiang Mai era un bucle, de unos 1.500 km, en dirección anti-horaria. Una autopista permite dejar atrás la ciudad sin muchos problemas, y pronto enfilamos una carretera de montaña que debía llevarnos hasta la ciudad de Chiang Rai. Lo primero que llama la atención, aparte de lo frondosa y verde que es la vegetación y que debes conducir por la izquierda, es el estado de la carretera. Buen asfalto, ancha, con carriles de adelantamiento, poco tráfico…”Si todo el recorrido es así, nos vamos a divertir.”
Algo que nadie que viaje hasta Chian Rai (no confundir con Chiang Mai) no debe perderse, es el “Templo blanco” (Wat Rong khun), diferente a cualquier otro templo budista que puedas ver en Tailandia. Llegando desde el sur se encuentra unos10 km antes de la ciudad, a la izquierda de la carretera. Hay que ir atento, porque como muchas otras cosas, no es está muy bien indicado. Llegar, verlo desde la moto y exclamar ¡qué maravilla! fue todo uno. Y antes de fijarnos con más detalle en lo espectacular de su construcción, nos dimos cuenta de dos cosas habituales en el país, y que iban a hacer que nuestro viaje fuera más agradable. La primera que con la moto te permiten llegar prácticamente hasta la misma entrada de todos los templos, y la segunda que la visita a ellos, excepto casos muy puntuales, es siempre gratuita.
El “Templo blanco” en realidad es un conjunto de edificios, algunos todavía en construcción, rodeados de lagos y fuentes y que hacen honor a su nombre. Bajo la luz del sol, y al estar recubierto por pequeños espejos, el intenso brillo de su color casi llega a dañar la vista. Para pasar a su interior, como en todos los templos, lo primero es descalzarse. Y ya dentro, aparte de la imagen de Buda, llama la atención una serie de pinturas en las paredes que son de lo más surrealistas. En ellas se mezcla el pasado, el presente y el futuro, Gozilla, Bush, Bin Laden, Matrix, las Torres Gemelas, Nemo, Michael Jackson…Y los jardines que le rodean también merecen la atención, con esculturas tan llamativas como la decoración interior del templo.
“Sop Ruak” se encuentra unos 100 km al norte de Chiang Rai y es el punto donde el famoso río Mekong y su afluente, el Ruak, forman una frontera natural entre Myanmar, Laos y Tailandia. Este lugar se conoce también con el nombre de “Triángulo del oro”. Hace décadas era una de las zonas del mundo con mayor producción de opio, del que se extrae la heroína. Los dos ríos, las tres fronteras y la entonces agitada situación política de la zona, facilitaban la labor y los negocios de los traficantes. Las transacciones se pagaban con oro, de ahí que los americanos se refirieran a esta zona con ese nombre. Hoy en día toda la zona vive del turismo y solamente en la parte correspondiente a Myanmar se continua con la producción de opio, aunque en mucha menor cantidad que hace años.
Imposible pasarlo de largo, una gigantesca estatua dorada de Buda contemplando el Mekong, se ve desde lejos. A sus pies se ha levantado un pequeño templo donde miles de budistas acuden cada día. Pasar a Myanmar o Laos desde aquí resulta muy sencillo, unas pequeñas lanchas están continuamente conectando los tres países. Y Reed tenía razón, pude entrar en Laos sin mi pasaporte. En el mismo pueblo se puede visitar un museo dedicado al opio, donde está muy bien explicado todo el tema de la historia del lugar, el cultivo, el proceso, sus formas de uso…es muy completo, aunque alguno echará en falta una zona con “degustación gratuita”. Además, como la mayoría de los museos del resto del país, su entrada es gratuita. Cuando ya estaba atardeciendo tomamos una corta pero empinada carretera que subía hasta una colina. Desde lo alto tuvimos una espectacular vista de los tres países, los dos ríos y de los últimos rayos del sol reflejándose en el Buda gigante. Aquella imagen trajo a nuestra memoria otro atardecer con un paisaje muy similar, el que vivimos en Puerto Iguazú (Argentina), donde las aguas del río Iguazú y el Paraná delimitan a Brasil, Argentina y Paraguay.
Si hasta aquí habíamos venido alternando llanuras y suaves montañas, a partir de Mae Sai, y siempre teniendo a nuestra derecha la frontera con Myanmar, es cuando realmente vamos a viajar por la zona más montañosa y remota de Tailandia. Las curvas ya empiezan a ser numerosas, las cuestas más pronunciadas, las localidades más pequeñas y el tráfico más escaso. El paisaje esta repleto de decenas de cadenas montañosas, no son muy altas, si altura oscila entre los 1.000 y los 2.000 m pero si son muy numerosas. El clima también es distinto, las temperaturas son más bajas que hasta ahora, aunque en las horas centrales los días son templados y el termómetro de la moto ronda los 25º. ¿Y las noches? ¡Ay!, eso ya es otra cosa, normalmente bajan hasta los 4º-5º, y no nos engañemos, eso es frío. Para que tengamos el pack completo, en algunas zonas, especialmente a primera hora de la mañana, son habituales las nieblas.
También cambian los rasgos físicos de la gente, por aquí habitan las llamadas “tribus de las montañas”. La más numerosa es la de los Hmong procedentes de Mongolia y Siberia, también hay muchos Akha llegados desde China, y para no aburrir con nombres sólo añadiré a los Karen, que debido a las represiones políticas que sufrieron en su Myanmar natal, buscaron refugio en estas montañas. Estos últimos son los más conocidos, en especial sus mujeres, las llamadas “mujeres jirafas”. Todas estas tribus han intentado conservar su cultura y tradiciones, su estilo de vida, su forma de vestir…Pero el paulatino aumento de visitantes está haciendo que vayan adoptando elementos externos, y también que su trato con los extranjeros sea más abierto.
Viajar de forma independiente, y de manera particular en moto, a diario nos permite entrar en contacto con la gente más directa y frecuentemente que haciéndolo en otros medios. Llevamos unos cuantos días de viaje y ya nos hemos hecho una idea de cómo son los tailandeses, lógicamente está visión está basada en nuestra propia experiencia. Generalmente son abiertos y amables, pero sin llegar a cruzar nunca la delgada línea que hay entre la amabilidad y el agobio. Y como ocurre en casi todas las partes del mundo, la gente de las zonas rurales y los pueblos, cuando se presenta la oportunidad de hablar o ayudar a algún extranjero, ganan por goleada a los de las ciudades. No son nada interesados, ni ven en el forastero alguien a quién sacarle su dinero por todos los medios posibles.
Son tranquilos, hablan en un tono bajo y dan las gracias por todo. Fuera de las ciudades y en espacial en el norte, no es muy corriente que hablen inglés, eso sí, cuando les hablamos en este idioma siempre nos dedican una sonrisa y un gesto de afirmación con la cabeza como si hubieran entendido algo, cuando la realidad es que, en la mayoría de las ocasiones, no se han enterado de nada. Dos hechos que se repitieron siempre que decíamos nuestro lugar de procedencia, y que creo no nos había pasado ni siquiera en Mongolia. Lo primero que casi nadie sabía por dónde queda España. Y lo segundo, y que es más extraño y agradable a la vez, nunca nos llegaron a preguntar si éramos del Real Madrid o del Barcelona, o quién nos parecía mejor jugador, si Cristiano Ronaldo o Messi. De todos modos imagino que muchos españoles tampoco sabrían colocar a Tailandia en un mapa…pero sigamos viajando.
Pasan los días, por el contrario las retorcidas carreteras hacen que parezca que no pasan los kilómetros. Viajamos por una carretera secundaria que abandonamos para conocer la aldea de Mae Salong. Por primera y única vez nos mandan parar en un control militar. No nos piden ningún documento, solamente nos advierten que no dejemos el asfalto. Las pistas que pasan a Myanmar son usadas por los contrabandistas, y generalmente se desplazan en moto. La zona es continuamente punto de conflicto entre los dos países y no quieren, y nosotros tampoco, que nos confundan con lo que no somos. Pero nosotros sólo estamos interesados en llegar hasta Mae Salong para conocer el paisaje que la rodea y la gente que la habita. Al detener la moto en la calle principal empezamos a dudar si involuntariamente no habremos entrado en Myanmar. Mae Salong es totalmente diferente a los pueblos que hemos visto hasta aquí, nos parece haber llegado a otro país y estar visitando un poblado chino.
Todos sus habitantes son de la tribu Akha, y son descendientes de los soldados Kuomitang que en 1941, en su huida del régimen comunista chino, fueron acogidos por el gobierno tailandés. Todo está rotulado en chino, todos los productos también proceden de allí, la gente continúan vistiendo sus ropas, sombreros y adornos tradicionales, y su modo de ganarse la vida es con el incipiente turismo y la agricultura. Las laderas de las montañas que rodean Mae Salong están repletas de plantaciones de té, aunque no siempre fue así. Los primeros Akha que llegaron se dedicaron a lo cultivar lo que les era más conocido, sencillo y además les proporcionaba más ganancias que cualquier otro producto, el opio. Hasta que en la década de los 70, y debido a las presiones estadounidenses para la eliminación del cultivo de esta droga en toda Tailandia, el gobierno les dio un ultimátum: “ Hasta aquí hemos llegado, o plantáis otra cosa o fuera del país…” . A la fuerza obligan.
A lo largo de unos 60 km las montañas se abren y viajamos por un precioso valle. Nos detenemos en Thaton y decidimos pasar la noche en un hotel de reciente inauguración, con unas bonitas vistas al río Kok. Como tenemos tiempo y el lugar nos gusta, decidimos quedarnos un día más y desde aquí hacer un recorrido por el valle. Subimos a una montaña en cuya cima se encuentra un templo y una escuela budista. La vista del valle y de los pequeños pueblos que contemplamos desde su cima se resume con una palabra, espectacular. Nos acercamos también hasta Fang, porque cerca de este pueblo se encuentra un campo geotérmico que nos han recomendado visitar. Es bonito, tiene sus fumarolas, algún geiser, su típico olor a azufre…pero si ya has visto los de Nueva Zelanda o el del Tatio en Los Andes, éste te parecerá pequeño y con poca actividad, pero en cualquier caso merece la visita.
Pai es el pueblo al que tenemos pensado llegar para pasar la nochebuena y el día de Navidad. Resulta curioso como Pai y San Pedro de Atacama (Chile), con paisajes totalmente opuestos y separados por miles de km, en el fondo son tan parecidos, o al menos su evolución en los últimos años. En ambos lugares un buen día se dejaron caer unos mochileros, con su kit completo a cuestas, el pelo con rastas, barba rala, ropa de un color indefinido, calzando las viejas zapatillas, con poco dinero pero con mucho tiempo. Les gustó el sitio, se quedaron y corrieron la voz a otros colegas que acudieron a su llamada. Qué si vivir en este lugar es muy barato, qué si parece la nueva Shangri-la, qué si el buen rollito…Hasta que empezaron a venir otros viajeros, de los de ducha diaria, tarjeta de crédito y con más dinero para gastar. Y los primeros comenzaron a ver de que forma podían sacar el dinero a los segundos.
Cada año venía más gente, por lo que había que ofrecer diferentes alojamientos aptos para todos los bolsillos. Ambos pueblos crecieron y crecieron y sus calles se llenaron de restaurantes, hoteles, pensiones, bares, tenderetes, agencias que comenzaron a ofrecer todo tipo de actividades….Y de aquellos dos pueblos sólo queda el nombre. Aunque todavía si te alejas unos km de ellos y miras el entorno, siempre que no te sobresalte la llegada de algún grupo de turistas, comprendes qué fue lo que atrajo a aquellos primeros mochileros.
Como es 24 de diciembre decidimos darnos algún capricho extra, aunque pasar los días de navidad con esta temperatura ya es un lujo, y nos alojamos en uno de los mejores hoteles de Pai, The Quarter. Es un error calificar a un hotel de caro o barato en función solamente de su precio, siempre hay que compararlo con otros. Quizás, en este viaje, el hotel por el que más dinero pagamos por una habitación fuera éste de Pai, pero comparado con otros que nos costaron 2 ó 3 veces menos, The Quarter fue barato.
Sabía de otra pareja española que también estaba viajando en moto por esta zona, y como era claro que en algún momento nuestras rutas se iban a cruzar, llevábamos unos días en contacto para ver dónde coincidiríamos. El día de navidad compartimos en Pai cena, cervezas y experiencias viajeras con Javier y Diana. Estaban haciendo el viaje de su vida. Hacía 7 meses que habían salido de Madrid y no tenían muy claro hasta donde les llevaría su viaje. Quizás hasta Australia, y si las circunstancias se lo permitían continuarían luego hacia América o Africa. Por suerte para ellos, su ruta estaba totalmente abierta y por definir. Pasamos unas agradables horas con ellos y quedamos, para dentro de unos meses o unos años, en volver a vernos en España.
Pai y Mae Hong Son están separadas por sólo120 kmsignifica que por esta carretera son como mínimo unas 3 horas de viaje, a las que hay que añadir las paradas, algunas obligatorias. Junto a la carretera vimos que en ciertas granjas tenían elefantes, nos detuvimos en una de ellas. Por suerte no era de esos lugares, que abundan en Tailandia, en los que utilizan estos animales para ofrecer espectáculos de dudoso gusto, tales como hacer simulacros de futbol con un balón gigante y cosas similares. La tentación de cambiar el asiento de la moto por el lomo de uno de estos animales era grande., y lo del lomo literal. Aunque muchos elefantes están equipados con esas feas cestas para dar paseos a los turistas, en aquella todavía los utilizaban para mover troncos. La casualidad hizo que nos ofrecieran dar un paseo sobre uno de ellos, por supuesto que aceptamos.
Teníamos otra parada obligatoria antes de alcanzar Mae Hong Son, la llamada Tham Lod Cave o “ la cueva de los murciélagos”. Una espectacular formación dentro de una montaña cuya visita no se debe dejar de hacer. Es de los pocos monumentos naturales de Tailandia por el que hay que pagar para visitarlo, el costo del ticket también incluye el uso de una balsa, ya que para acceder a su interior hay que hacerlo por el rio que la cruza, el Lang, y un guía para ti solo. Definir a la cueva como grande sería un error, es de unas proporciones gigantescas, casi2 kmde larga. La compañía del guía es imprescindible, en el interior la oscuridad es completa y con su farol y una linterna, te va iluminando el camino por las rudimentarias pasarelas de madera para llegar a alcanzar las espectaculares formaciones rocosas que hay en su interior. Por supuesto también se encargará de señalarte algunas rocas que a veces su forma asemeja ciertas figuras. “Esto se llama la mujer durmiendo”, tú lo miras por un lado por otro, y para no desairar al guía le dices: “Uy, sí. Perece increíble”. Aunque en realidad haya que echarle mucha imaginación para llegar a pensar que aquella roca asemeja lo que el guía te comenta. Mucho más fácil es ver los miles de murciélagos que ocupan las bóvedas de la cueva.
Aparte de conocida por ser el punto central de la “Mae Hong Son Loop”, por las montañas y el paisaje que la rodea, el pueblo también es famoso porque cerca de el se encuentran varias aldeas habitadas por las “mujeres jirafas”, las Long Neck (cuello largo). Seguro que las conoces por documentales donde has visto mujeres que, a medida que crecen, a lo largo de su cuello las van insertando unos aros dorados de latón en espiral. Estos van hundiendo sus clavículas dándolas el aspecto de tener un cuello exageradamente largo, y de ahí su nombre. En la década de los 90, y debido al conflicto militar birmano, muchas de ellas se refugiaron en el norte de Tailandia. Comprobaron que su imagen atraía a los turistas y vieron en ello un buen negocio.
Antes del viaje había leído diversas opiniones acerca de la visita a estos poblados. Que tener que soportar miles de flashes cada día constituía una degradación para sus habitantes, que si estas aldeas parecen zoos humanos, que si por parte del gobierno tailandés son obligadas a seguir con esa tradición y cosas similares. No estábamos muy seguros de si debíamos o no ir a conocer alguno, pero lo hicimos. Solamente el recorrido que hicimos hasta el que decidimos visitar, ya mereció la pena.
La carretera, unas veces asfaltada y otras pista, atraviesa unos paisajes muy bonitos, con mucha selva a los lados, incluso con algunos vadeos. El poblado está enclavado entre montañas, y ya sólo por su ubicación la visita merece la pena. Al llegar lo primero es pagar una pequeña cantidad por la entrada, que te venden como una ayuda al pueblo birmano en el exilio y tal y tal. Recorriendo su pequeña y única calle, a ambos lados se encuentran pequeños talleres de artesanía donde están las Long Neck. Amables, sonrientes, dispuestas a atender a los visitantes, mostrarles su orfebrería y coloridas telas tejidas allí mismo. Intentando hacerse entender en un inglés muy básico y siempre con una sonrisa dibujada en su rostro y preparadas para cualquier solicitud de fotografiarlas. Saben bien que de su simpatía depende que los turistas compren o no.
Mientras deshacíamos el camino hasta Mae Hong Son iba pensando en que no me arrepentía de la visita. Bajo mi punto de vista, el aspecto y la situación de esas mujeres no me había parecido un espectáculo de mal gusto ni tampoco denigrante. O no más de lo que se puede ver en muchos otros lugares del mundo (incluido occidente), donde ciertos pueblos o razas, con tradiciones, según con qué ojos se miren, humillantes, hacen también algo similar. Utilizar esas tradiciones con el único fin de atraer turismo y con el su dinero. Quizás también influyó en mi razonamiento que, seguramente por casualidad, el rato que allí pasamos allí fuimos los únicos visitantes. Los habitantes de la aldea estaban cada uno con sus quehaceres cotidianos, nuestra presencia y actitud en ningún momento pareció importunarles y su comportamiento con nosotros fue de lo más natural y hospitalario.
Lo anterior me hizo pensar, una vez más, que en ocasiones nos formamos una imagen equivocada y alejada de la realidad acerca de lugares que generalmente sólo aparecen en los medios de comunicación debido a algún desastre natural, alguna agitación política, o por lo colorido de alguna de sus tradiciones. A pesar de que últimamente Tailandia es un destino turístico y más cada día más conocido, yo había caído en ese error. Pese a su tamaño, similar al de España, Tailandia cuenta con una aceptable red de carreteras. Su entorno natural está bastante bien cuidado y conservado. Generalmente no encuentras basura ni vertederos incontrolados, ni tampoco animales abandonados ni atropellados en sus carreteras. Estos simples detalles ya indican bastante más de lo que a primera vista puede parecer.
Y respecto a su situación económica también hay indicadores, más allá de las cifras oficiales de crecimiento, empleo, P.I.B…, que a diario puedes observar en tu viaje. Excepto en algunos puntos concretos de Bangkok, nunca vimos gente malviviendo ni pidiendo limosna por las calles. Quizás sea como dice el ex-presidente uruguayo, José Mugica, “no soy pobre, si bien es cierto que tengo pocas cosas, pero son las que necesito”. Aunque no me crea la tasa oficial de paro (2´5 %) la verdad es que por todas partes vimos una gran actividad comercial. Nadie estaba ocioso y en cualquier lugar había negocios de todo tipo y tamaño. Y una cosa, de las muchas que llamaron nuestra atención, al salir de las escuelas, tanto rurales como urbanas, lo primero que hacían casi todos los niños, y de cualquier edad, era ponerse a manejar sus “tablets”, prácticamente cada uno tenía la suya. Pero volvamos a la carretera.
A partir de Mae H.S. nuestro camino toma dirección sur. Las curvas no cesan, la belleza de los paisajes tampoco, lo único que va en aumento es el calor. Pero a medida que avanza el día poco a poco atrás vamos dejando las montañas. Ahora ya si, las curvas están más separadas y cada vez es más habitual que el termómetro marque casi los 30º. Pero antes de regresar a Chiang Mai y devolver nuestra moto, nos queda otra visita obligada, el parque Nacional Doi Inthanon. Aquí se encuentra la montaña más alta de Tailandia. Tiene el mismo nombre que el parque, o lo que es más probable, el parque ha tomado el nombre de la montaña. Tiene una altura de2.565 my conduciendo puedes llegar hasta su cima.
Cuando creíamos que no volveríamos a ver tantas curvas, ni pendientes con los desniveles que habíamos dejado atrás, de nuevo nos encontramos ascendiendo por una carretera inolvidable. Con un asfalto de primera, pero también con un tráfico de la misma categoría. Este parque es muy popular entre los tailandeses, en la cima de la montaña hay un par de pagodas modernas que atraen a un gran número de visitantes. Si a esto sumamos las vistas, los paisajes, las cascadas, que además es domingo y precisamente no un domingo cualquiera, ya que ayer comenzó en todo el país la semana de vacaciones por el fin de año, tenemos todos los ingredientes para que las carreteras del parque estén a rebosar. ¡Qué le vamos a hacer! Un poco más de atención, paciencia y un poco menos de velocidad.
Los80 kmque separan Doi Inthanon de Chiang Mai pasan rápido. A media tarde aparcamos a la puerta de nuestro hotel y minutos después aparece Reed.
-¿Todo bien?. Seguro que ningún problema por viajar sin tu pasaporte. Por cierto, aquí le tienes.
Nuestro recorrido por el país no terminó aquí. Todavía nos quedaban por delante unos1.500 kmpara cruzar todo el país y conocer alguno de los puntos más turísticos de Tailandia. No podíamos tomárnoslo con mucha calma, queríamos alcanzar las playas del sur antes del 31 de diciembre y celebrar allí la llegada del nuevo año. En Chiang Mai cambiamos la BMW por un 4×4, exageradamente grande para nosotros dos, pero era el que único vehículo de este tipo que había disponible. Por lo que esta segunda parte del viaje fue de un modo más “convencional”.
La primera etapa nos llevó hasta las bellas y grandiosas ruinas del antiguo reino de Sukhothai que existió entre los siglos XIII y XIV, y que en su día fueron declaradas Patrimonio dela Humanidad. Desdeaquí seguimos hasta Lopburi y sus templos Jemeres, que tienen como mayor reclamo los cientos de monos que habitan allí. Al estar acostumbrados a los visitantes, no te tienen ningún respeto, se te suben por todas partes y les encanta meter las manos en tus bolsillos.
Ayutahhaya es otra de las paradas imprescindibles en nuestro viaje hacia el sur. Fue este reino el que absorbió al de Sukhotai y que, con su expansión, formó el famoso reino de Siam, que más tarde dio lugar a la actual Tailandia. Ayutahhaya es también Patrimonio dela Humanidady visitando los restos de su antiguo palacio y las pagodas en tan buen estado de conservación, entiendes, al igual que sucede con las ruinas de Sukhotai, lo justo de estas distinciones.
Nuestra visita a los monumentos de Ayutahhaya tuvo algo muy especial, totalmente prohibido y por ese motivo pudo habernos costado un disgusto. La llamada de lo prohíbo siempre es muy tentadora, y a veces es bueno sucumbir a ella. Por esas coincidencias que afortunadamente a menudo suceden en los viajes, un contacto que te lleva a otro, la persona adecuada que se cruza en tu camino en el momento oportuno, o quizás fue el viejo Buda quien pensó que, con tantas visitas que levábamos hechas a sus templos, merecíamos vivir una experiencia inolvidable y maravillosa. Poder visitar las ruinas cuando ya era totalmente de noche, y sus milenarias edificaciones se encontraban en la soledad más absoluta y el más inquietante silencio, es algo que nos hizo sentir que estábamos viviendo un momento único y sobrecogedor. Además nuestra visita no se limitó sólo al exterior, también pudimos acceder al interior de los edificios y recorrer pasadizos y estancias que a diario están repletas de turistas y visitantes.
Y para disfrutar de unos días de descanso nos fuimos más al sur. No eran los mejores días para cruzar Bangkok ya que todo el país disfrutaba de las vacaciones de final de año, pero para llegar a las playas era el camino más corto. Hacía tiempo que había reservado uno de esos alojamientos de lujo pero a precio asequible que todavía se encuentran en Tailandia. En el Villa Resort de la localidad de Kao Tao, unos 20 km al sur de Hua Hin, y junto a una playa de la costa este despedimos el año 2014.
Los 2 últimos días los dedicamos a conocer algo de esa macro ciudad que es Bangkok, fiel reflejo de la intensa actividad económica que vive todo el sudeste asiático pero que todavía conserva las dos caras de este país, la Tailandia tradicional y la actual.
Cuando días después dejábamos el Toyota en el aeropuerto de Bangkok, y mientras esperábamos la salida de nuestro vuelo de regreso a España, vino a mi mente, algo que días atrás el bueno de Reed nos preguntó en Chinag Mai. El sabía que habíamos viajado por muchos de los lugares más llamativos del mundo y, tras intercambiar moto por pasaporte, mientras compartíamos unas cervezas, nos preguntó:
-El recorrido que habéis hecho por las montañas de Tailandia ¿está entre vuestros mejores viajes en moto?.
La respuesta era fácil.