La más grande de esas amenazas la representa el presidente electo de EE UU, Donald Trump, del que no se sabe lo que hará a partir del próximo día 20, cuando tome posesión del cargo y sustituya a Barack Obama en la Casa Blanca. A tenor de sus promesas electorales y del perfil de los miembros que ha seleccionado para formar su equipo de Gobierno, los temores por lo que puede ser la peor administración norteamericana aumentan sin cesar, sin que la confianza en que la realidad imponga un inevitable pragmatismo amortigüe esa inquietud. Sólo pensar que la mayor superpotencia del mundo esté en manos de un personaje mediocre políticamente, impulsivo emocionalmente e irresponsable con la ley (elude sus obligaciones con el fisco, ignora la legalidad internacional e instrumentaliza la Justicia), pone los pelos de punta por el serio peligro que representa para la paz y el orden mundial, incluidas las normas comerciales y los flujos económicos que generan confianza en los mercados y estabilidad en los estados. El electo Trump fue un candidato controvertido en un momento de inseguridades que será presidente gracias, entre otras, a la “ayuda” prestada por una potencia extranjera que se inmiscuyó e influyó en los resultados electorales, difundiendo noticias falsas y realizando ataques cibernéticos que desacreditaron a su principal oponente, la candidata demócrata Hillary Clinton, según han denunciado los propios servicios de inteligencia norteamericanos en un reciente informe. Ese extraño interés de Rusia por Trump y las increíbles declaraciones de admiración del norteamericano hacia el líder moscovita no presagian nada bueno ni para EE UU ni para el resto del mundo occidental de la órbita norteamericana. La probable actuación de Donald Trump como elefante en una chatarrería sería un espectáculo irrisorio si no existieran arsenales nucleares al alcance de sus manos, con sólo apretar un botón en el maletín atómico.
Los populismos, las guerras en los estados vecinales y una crisis económica que no acaba de superarse, mucho menos cuando los “vientos de cola” de un petróleo barato y un dinero también barato parecen haber amainado, ennegrecen el panorama de Europa en 2017, haciéndolo sumamente sombrío e inquietante.
Este año recién estrenado es verdaderamente inquietante. Pero no todo es negativo, algunas cosas ofrecen cierta esperanza, aunque sean motivadas por las circunstancias. El presidente del Gobierno se ha visto obligado a revertir algunas de sus políticas si aspira a mantenerse en el cargo. Así, ya no se impondrán las reválidas en la educación, no se cortará la luz a quienes sufran “pobreza energética”, la Ley Mordazatiene los días contados, la reforma laboral parece que sufrirá una contrarreforma, el salario mínimo es algo menos mínimo al subir un milagroso 8 por ciento, etc. Y la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría ha montado oficina en Barcelona para abordar, al fin, el problema catalán. Son pequeños destellos que alumbran el paisaje de tinieblas e inquietud de este año. ¿Persistirán durante mucho tiempo?