La falta de democracia plena y el ejercicio sin trabas de las libertades han empujado a los habitantes de Hong Kong a protestar por los intentos del gobierno autónomo hongkonés, afín al de Pekín, de “diluir” su autonomía y completar su “homologación” con respecto del régimen chino. Acostumbrados en la vieja colonia a disfrutar de las ventajas de una metrópolis abierta, plural y libre, como su mercado financiero, que cuenta con su propia moneda y unas libertades que no son reconocidas en el resto del continente, un proyecto de ley que ampliaba la jurisdicción china sobre Hong Kong, enclave de 7,4 millones de habitantes que pertenece a China tras haber sido colonia británica durante 150 años, desató la ira popular y las revueltas, que todavía continúan. Exigen plena soberanía y democracia.
Por causas similares, Sudamérica se veía también sacudida por manifestaciones y agitaciones callejeras. El estallido social prendía en Chile con la chispa de una subida de precio en el transporte público. Y por la reacción brutalmente represiva del gobierno, que ocasionó muertos y heridos. Ya ni los cambios en la Constitución satisfacen a los manifestantes, hartos de tanta opresión. También en Ecuador el encarecimiento del combustible, al quitarle la subvención, soliviantó a los afectados, más de 300.000 personas condenabas a la pobreza. En Argentina, gobiernos liberales y peronistas, daba igual, se han alternado en el poder tras comicios poco transparentes sin lograr atajar el continuo deterioro de una economía, prácticamente en bancarrota, que sigue empobreciendo al país. Otro tanto sucede en Venezuela, donde un presidente autoritario sigue aferrado a la poltrona mientras un monigote de la derecha, autoproclamado presidente encargado, no consigue echarlo ni con ayuda del todopoderoso vecino del Norte. Y, en medio, el pueblo pasa calamidades y sucumbe a la miseria. Como en la crisis política de Bolivia, país en el que las trampas por perpetuarse en el sillón presidencial obligaron la huida de su ocupante cuando la gente comenzó a protestar y exigir nuevas elecciones: querían una democracia de más calidad y menos caudillismo. Y la falta de una y el exceso de lo otro acabó exasperando a los bolivianos.
Italia, por su parte, también expresó durante 2019 en concentraciones masivas su rechazo a las políticas contra la inmigración promovidas por Salvini antes de salir del gobierno. Las denominaron “las sardinas” por la capacidad de la multitud de apretujarse. Convocadas a través de las redes sociales, sus organizadores no buscaban mostrar únicamente su rechazo a Salvini, sino demostrar que estaban a favor de la igualdad, la democracia, la hermandad y el comunitarismo. Es decir, recuperar los valores constitucionales.
Estos ejemplos evidencian que medio mundo protesta y otro medio padece desgracias y calamidades. El conflicto palestino-israelí continúa con su reguero de asesinatos y destrucción tras los muros de Gaza y Cisjordania, donde la población civil e inocente cae abatida por los francotiradores o las bombas del Ejército hebreo. Tal es la masacre que la fiscal de la Corte Penal Internacional ha solicitado la apertura de una investigación por los crímenes de guerra cometidos por Israel en territorio palestino. Mientras presta oídos sordos y descalifica al Tribunal Penal, el primer ministro israelí hace lo imposible por no perder el poder y mantener la protección jurídica, como aforado, que le ampara de no ser enjuiciado en las causas en las que se le investiga por corrupción. A punto está de provocar unas terceras elecciones generales en sólo un año en su país al no facilitar ningún acuerdo que le aparte del Gobierno.
Sobran los motivos, en un mundo así, para protestar, como se ha hecho a lo largo de 2019, aunque no sirva para nada. Queda el consuelo de que, al menos, los todopoderosos no engañan sus falsas promesas, manipulación y mentiras. Que la gente distingue a los que oprimen.