La victoria nacionalista pone los contadores a cero en un país que, en su día, creyó las palabras de los encapuchados
El antes y el después del discurso de Feijóo, sirve al politólogo de hoy para vislumbrar los gatos que se esconden detrás de los atriles. Mientras en campaña electoral, el líder autonómico espantó de sus recintos al inquilino de la Moncloa. Con el sabor dulce de las urnas, el líder autonómico extrapola el mérito de sus hechos a las barbas de su jefe. Son precisamente, estos gestos extraídos de la partidocracia demagógica del presente, los que invitan al crítico a poner los puntos sobre las íes en los titulares de La Razón. El triunfo gallego ha servido al oportunismo de Génova para bañar su periplo en las aguas transparentes de los tiempos del chapapote.
Hoy más que ayer, los españoles de a pie miran con recelo la falacia que se cuece en los fogones del Ejecutivo. Gracias a Feijóo, decía el señor del autobús, estamos más cerca que nunca para ser asfixiados por el precio del rescate. La vox populi ha dicho sí al continuismo de Núñez, y ello ha servido a las filas de Mariano; para sacar tajada del festín y culpabilizar a Rubalcaba del bofetón a su discípulo.
Las maletas de López y Basagoiti esperan su sino para ser facturas en el viaje de regreso
En el asfalto mojado de Euskadi – entre farolas y pisadas – yace el lazó arrugado que sujetó las patas de la gaviota con los tallos de la rosa. El mismo lazo negro que aproximó; los sueños constitucionales de los vascos españoles con la antinatura ideológica de progres y conservadores. Hoy, tres años más tarde. Los mismos consortes de aquella utopía culpan a Zapatero del triunfo de Bildu en su cita con las urnas. Una vez más, la intolerancia de algunos con las teorías de Rousseau envenena de humo los escenarios acordados por las togas legitimadas.
Los mismos consortes de aquella utopía culpan a Zapatero del triunfo de Bildu en su cita con las urnas
La victoria nacionalista, decía un tuitero a altas horas de la madrugada, pone los contadores a cero en un país que, en su día, creyó las palabras de los encapuchados. Las palabras de Mintegi: "el pueblo vasco debe parar las órdenes que le llegan de Madrid", sirven al cincel del Cataluña para esculpir los detalles que se vislumbran a la vuelta de la esquina.
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