Ya, el mero hecho de dar la mano a una persona, es un gesto que me gusta. Sobre todo, si la mano masculina es grande y protectora. Pero también me gusta llevar de la mano a mis hijos. Es un gesto de acompañamiento, de cercanía, de cuidado el uno por el otro que me gusta muchísimo.
No tienen porque ser manos de novios unidas, pueden ser manos de simples amigos. O manos de conocidos. De compañeros de clase. O mano del que tienes al lado que puede ser un perfecto desconocido pero que, por alguna razón, te acompaña en un determinado momento.
Yo he dado la mano a mucha gente. Recuerdo en una etapa de mi vida, que siempre que salía con uno de mis grandes amigos, sin que hubiese nada entre nosotros, íbamos de la mano. O una vez saliendo de un sitio de copas, algo “achispados” y mientras subíamos las escaleras, me dio la mano el que tenía delante y le ofrecí mi mano al que venía detrás. Y, aun cuando ya habíamos terminado de subir las escaleras, él continuó con mi mano entre la suya sin querer soltarla. Era un chico algo falto de cariño y ese simple gesto de ofrecerle mi mano, calor humano, hizo que se abriera o acercara a mi un poquito más, sólo por aquella noche.
El dar la mano como saludo me parece correcto siempre dependiendo del grado de conocimiento de la persona a la que estás saludando. Sí es amigo o conocido, por supuesto que prefiero los dos besos.Me refiero más a esa mano cálida y grande que envuelve.
La mano grande de mi padre cubriendo la mano pequeñita de mi madre mientras ven la tele.
La mano furtiva de ese primer novio en la primera cita.
La mano huidiza de mi hijo cuando nos acercamos hacia donde están sus amigos.
La mano cálida de mi marido mientras duerme a la que me agarro para que me ayude a dormir.
La mano de mis amigas del alma.
La mano de mi hija tan grande como la mía que ya no se sabe quién lleva a quién.
La mano virtual de todos los que me acompañáis en esta aventura.
La mano del que te ayuda a bajar una escalera.
Y a vosotr@s, ¿os gusta dar la mano?