Padilla, Bravo y Maldonado frente al patíbulo. Obra de Antonio Gisbert, 1860.
Las tropas de Carlos I derrotan a los comuneros en la batalla de Villalar. Era un golpe tremendo asestado a los participantes en la Guerra de las Comunidades de Castilla. Un conflicto cuyo epicentro lo podríamos situar en Toledo, pero cuyas ramificaciones se extendían por buena parte de Castilla: Salamanca, Valladolid, Ávila, Segovia, Zamora, Palencia, Madrid. De estas localidades procedían los principales líderes del citado movimiento comunero, hombres de armas como Padilla, Bravo y Maldonado, pero también hombres con cargos políticos, regidores como Alonso de Arreo, que acudió desde Navalcarnero a la llamada de Segovia con una veintena de hombres armados, combatiendo a las órdenes de Juan Bravo.
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Origen del conflicto: Se había ido creando una situación de malestar entre los castellanos y los aragoneses por el advenimiento al trono de Carlos I, en realidad un extranjero nacido en Gante que no hablaba castellano y que se rodeaba de un séquito de gente forastera, una pléyade de consejeros que solo veían el territorio español como una fuente para aumentar sus ingresos. Por si fuera poco, el nuevo rey pretende conseguir fondos de los castellanos para financiarse su coronación como emperador de Alemania. Algo que aquí no sentó nada bien. El rey era un advenedizo. Muchos castellanos seguían considerando como su legítima reina a doña Juana, apartada del poder por su propio hijo y por sus problemas de salud mental. Por otro lado, pretendían una mayor participación de los castellanos en la vida política a través de las Cortes y los municipios. Tanto las Germanías en Aragón como las Comunidades en Castilla venían a ser movimientos reivindicativos de las clases medias o burguesas, artesanos, comerciantes, hidalgos, con un fuerte respaldo popular… frente al absolutismo del rey y al poder de la nobleza. Ya en 1519, los jefes comuneros habían presentado en Toledo el Primer Manifiesto a los castellanos contra la política de Carlos I. “...pedir al rey nuestro señor tenga por bien se hagan arcas de tesoro en las Comunidades en que se guarden las rentas destos reynos para defendellos e acrecentarlos e desenpeñarlos, que no es razón Su Cesárea Majestad gaste las rentas destos reynos en las de otros señoríos que tiene...” -Archivo General de Simancas- Lo que empezó siendo un movimiento urbano antiflamenco de clase media derivó en revuelta popular antiseñorial que se radicalizó en el entorno rural, lo que asustó a la aristocracia y contribuyó a la participación determinante de ésta en la resolución final del conflicto. En la rebelión no faltaban cardadores, zapateros, tundidores, pellejeros, sastres, boneteros, pelaires, cordoneros, latoneros, carpinteros, sombrereros, barberos, caleros, labradores, cabestreros, herreros, ganapanes y tenderos. Gente modesta que daba a la revuelta un tinte social. Ya sabemos cómo acabó todo: derrota de los comuneros, ejecución de sus principales cabecillas, Padilla, Bravo y Maldonado. Fueron decapitados sin proceso alguno en la madrugada del día 24 de ese mismo mes de abril.