Autor: Ray Bradbury. El trato con los demás no siempre resulta sencillo. A lo largo de un solo día vamos encontrándonos con caracteres tan diferentes entre sí, que hacen de la relación interpersonal un ejercicio de equilibrios difícil, siempre y cuando se pretenda una cierta armonía y una convivencia feliz o por lo menos eficaz.
Sinceramente, pienso que hay personas muy extrañas y complejas de trato, y digo esto, contextualizando y asumiendo que habrá otros que piensen exactamente igual de mí.
Por ejemplo, hay personas que prácticamente no hablan con quienes les rodean, ensimismadas como están en un mundo impenetrable. Otras que si lo hacen, pero sólo si pueden obtener algún beneficio de ello a cambio, porque sino la conversación con los demás pierde interés. Hay gente de un solo tema de conversación y gente de conversación inabarcable sobre lo que sea, porque ‘dominan’ cualquier temática sin cuestionar que quizá no. En fin, hay personas que transpiran paz y otras de gesto bélico. Gente que te recibe siempre con una sonrisa (bien por ellos) y gente a la que les cuesta ‘mascullar’ un saludo. Y dibujando tipologías podría seguir un rato largo…
Y es curioso que si te esfuerzas por intimar y trata de sacar de su ensimismamiento al ensimismado, rebajar la hostilidad del beligerante, arrancar un saludo efusivo al maleducado o cambiar de tema de conversación con el monotemático, la mayor parte de las veces te encuentras incomprensión cuando no antipatía al otro lado y decides que ya somos mayorcitos para andar por ahí como un Robin Hood a la inversa, es decir quitándote tú propia alegría para dársela a los ‘especiales’ de la película que nunca regalan ningún esfuerzo.
Eso lo comprendes en determinado momento de tu vida, al igual que comprendes que lo mejor es ser tú mismo y obviar directamente la opinión que tengan de ti los demás. Pecado de juventud es intentar agradar a todos, no siendo conscientes de que por bien que lo hagamos o por buenos que seamos, siempre habrá gente a la que le caigamos mal. ¿Y qué importa eso?
Luego también la vida te va enseñando a base de experiencias más o menos dolorosas, que hay gente de la que te debes apartar y gente a la que te tienes que pegar. Que de entrada es razonable y positivo confiar en todo el mundo, pero es de locos poner la confianza de nuevo en alguien que te traicionó. Que entre los amigos hay que alejarse de aquel que habiéndote podido ayudar en un momento de necesidad, no lo hizo y sin embargo dar el alma por ese otro que está cuando todos los demás se han ido.
Reflexión final: Pégate siempre a la gente que te hace la vida posible y aléjate de quienes te hacen la vida imposible.