No hay modo, joder, no hay modo.
Recién celebradas las elecciones municipales y autonómicas, surgen al respecto los análisis de bar, que son como los que se dan en el hogar, sin censuras ni filtros, y nada diferentes de los debates preelectorales, televisados y radiados, que devienen en pura bilis. Cuando no, en bilis disfrazada de corrección política. Pero desde hace tiempo ya no engañan a nadie, ni votantes ni votados. Para soportarlo, pienso en agotar toda la droga dura legal del bar en el que me encuentro, pero me remuevo en mi asiento, y defeco desde mis adentros en varias cosas sagradas de esta tierra de falso laicismo.
Beodos y sobrios de las dos Españas (tenías razón, Machado) siguen con las heridas abiertas. De hecho, creo que ya no hay modo alguno de que cicatricen, por demasiado profundas y gangrenadas; demasiado tiempo desatendidas. Y cuánto saben de todo estos rojos y azules con corbata, ganen o pierdan; de Historia, de economía... Lo mismo que sus voceros llanos, aunque a algunos aún les tengas que explicar la diferencia entre abstencionista y abstencionario. Lo de apolítico lo pillan de refilón si se esfuerzan.
Y qué poco sabemos, por no decir nada, los que no estamos en ese bucle bipartidista tan viciado y cerril, que parece se va a perpetuar hasta la paz del estiércol. Como para decirles que, entre unos y otros, siguen haciendo de esta tierra un puto país de cabreros.
No hay modo, hostia, no hay modo.