25 de marzo: Día de la Vida

Por Héctor Castro Ariño @hectorcastroar

'El análisis' (lunes, 25 de marzo de 2019)'25 de marzo: Día de la Vida
Cope Alto Aragón (Cope Barbastro) 106.9 FM
Buenos días.Hoy, 25 de marzo, se celebra el Día del Niño por Nacer, una conmemoración que se festeja en diferentes países. Este acontecimiento se celebra el mismo día que en el ámbito cristiano se conmemora la Anunciación, el capítulo de la Virgen María en que Dios le anuncia, a través del ángel Gabriel, que va a ser la madre de Jesús. Este mismo 25 de marzo es también el Día Internacional de Rememoración de las Víctimas de la Esclavitud y la Trata Transatlántica de Esclavos.

Como podemos comprobar, se trata de una fecha con celebraciones muy importantes. Yo quisiera centrarme en lo terrenal pues, en los dos casos de los que hoy quiero ocuparme, no tiene que ver la religión ni las creencias de cada uno, sino el hecho de ser lo que somos, seres humanos, personas.Millones de niños no nacen en el mundo porque no se les da esa oportunidad o, más bien, porque se acaba con ellos durante su gestación. Sin entrar a valorar ni juzgar a nadie, pues yo no soy nadie para ello y, además, bastante sufrimiento padecen los padres tras consumarse el aborto, sí quiero reivindicar la vida de esos bebés que no tienen voz y que no pueden defenderse. A menudo se recurre a eufemismos para amortiguar conciencias y, así, se habla de interrupción voluntaria del embarazo, derecho a decidir sobre el propio cuerpo, interrupción de la gestación, y muchos otros. Pero la realidad es que el aborto no es más que acabar con la vida de un ser humano que aún no ha nacido. No por mucho repetir una mentira se convertirá en verdad, en todo caso, se transformará en una falsedad aceptada por aquellos que así lo quieren. El tan trillado eslogan de “querer decidir sobre el propio cuerpo” no es más que un doble dolo, puesto que, por un lado, de lo que se trata realmente es de decidir sobre un tercero con un ADN individualizado y diferenciado del de la madre y, por otro, se le arrebata cualquier poder de decisión al padre de la criatura, aun cuando insisto en que ni madre ni padre pueden decidir sobre la vida de un hijo. Sin entrar en valoraciones morales o religiosas, “decidir sobre el propio cuerpo” es lo que uno puede hacer a través de la eutanasia, pero jamás lo que uno puede hacer abortando una vida que no es suya. Todas las vidas merecen ser vividas y nadie puede otorgarse la atribución de decisión sobre ellas. Millones de personas siguen hoy discriminadas. Discriminadas por racismo, por una xenofobia diversificada en multitud de variables: color de la piel; creencias religiosas, políticas o de otra índole; orientación sexual; estrato social; etc. Y millones de seres humanos han padecido por ello lo inimaginable a lo largo de la historia. Como hemos mentado en la introducción, hoy es también el Día Internacional de Rememoración de las Víctimas de la Esclavitud y la Trata Transatlántica de Esclavos. Desde el siglo XV hasta el siglo XIX millones de africanos fueron esclavizados. Fueron arrancados de sus tierras, de sus familias, de sus comunidades, e intentaron convertirlos en nada, en meros productos al servicio de unos salvajes sin escrúpulos que, camuflados en mil inaceptables justificaciones, torturaron a sus semejantes. Siempre he creído que el racismo se da por dos motivos: ignorancia y maldad. Sobre el caso concreto en el que nos centramos hoy, no me sirve ningún relativismo ni perspectiva histórica para conceder ninguna sombra de duda sobre la extremada maldad de aquellos que sometieron a otros seres humanos con la excusa epidérmica. Aún recuerdo cuando visité la isla de Goreé (Gorea), en Senegal, y la que fue conocida como Casa de los Esclavos. No solo sentí vergüenza por lo que sucedió cientos de años atrás, sino que, sobre todo, sentí un intenso dolor y pena por lo que tuvieron que sufrir en ese maldito lugar niños, madres, padres, amigos, abuelos, tíos, da igual, todo aquel que fuera allí conducido y todo aquel que viera cómo se llevaban a alguien de su comunidad. Pero lo que más me conmovió fue la contestación que me dio una amiga y guía gabonesa. Recuerdo perfectamente que le dije: “Si yo fuera negro, no sé si sería capaz de no sentir rencor hacia los blancos, a pesar de que los que cometieron estas barbaridades nada tienen que ver con el presente”. Ella me respondió: “Yo, ni siento rencor ni tengo prejuicios; lo que pasó fue hace muchísimos años y no hay que vivir en el pasado”. Fue toda una lección de vida. Pero, aún hoy, sigo sin tener una respuesta propia a mi propia pregunta.Desde la capital del Somontano, ¡Feliz semana!


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