Un año más, el 25 de noviembre provocará una lluvia violeta en las redes sociales, en los balcones de algunos ayuntamientos y en tantos otros lugares en los que se llevarán a cabo actividades de información, sensibilización y protesta contra el maltrato a las mujeres.
Este año no me apetece colaborar con pedagogía acerca de lo que es el feminismo, la igualdad o el terrorismo machista. Creo que el hecho de que estemos en pre-campaña electoral está favoreciendo tanto ese debate que mi blog puede ahorrarse, por una vez, ese esfuerzo.
Esta vez, en lugar de hablar de las causas o de dar vueltas sin fin alrededor de los eternos mitos que inventa el machismo, quiero centrarme en una de sus consecuencias: la dependencia y subordinación económica de las víctimas, y todo lo que esta genera.
Por su propia naturaleza, el maltrato consiste en robarle a la víctima cualquier tipo de posibilidad de escapar de las garras del maltratador. Un maltratador buscará la manera de reducir a su víctima a un ser débil, desvalido, incapaz de defenderse, de rebelarse y de huir. Dependiendo del perfil de cada maltratador, usará unas u otras técnicas. Los más sofisticados saben manipular a la víctima mentalmente; los más brutos usan la fuerza física para imponerse. Pero, entre unos y otros, suele haber algo en común: la obsesión por obstaculizar el progreso profesional y económico de la mujer.
Esto no debe sonar extraño si se tiene en cuenta cuál es el objetivo fundamental del maltratador: controlar a su víctima para manenerla dominada. Una persona que se siente realizada en su profesión y que, además, obtiene de esta los suficientes ingresos como para no depender financieramente de nadie, es una persona que tiene más posibilidades de ver cubiertas sus propias necesidades básicas, que tiene motivos para sentir orgullo por sí misma y que puede elegir cada día con seguridad y libertad. Y no hay nada que pueda enervar más a un maltratador que saber que la libertad ajena (y, muchas veces, la propia).
Algunos, directamente, prohíben a sus mujeres tener empleos remunerados y legales (la economía sumergida no les parece mal, porque es otra forma de esclavizar a la víctima y hacerla sentirse incapaz de valerse por sí misma sin pareja). Otros, por el contrario, presionan a sus mujeres para que, además de cumplir perfectamente los roles de pareja, madre, ama de casa, nuera, anfitriona, etc, sea, también, la que aporte la imagen profesional y los ingresos a la familia, mientras ellos se rascan el ombligo en el bar de la esquina o en el salón viendo partido tras partido de fútbol con sus birras y sus amigotes.
Tanto en unos casos como en otros, y basándome en experiencias que conozco de primera mano, las consecuencias para las víctimas son devastadoras. Cuando el trabajo se convierte en una obligación a la que se debe acudir día sí, día también, a pesar de las noches sin dormir, de las ganas de llorar y de gritar y de salir corriendo, de la garganta rota, de los golpes que se tapan, de las heridas que arden y te impiden sentarte, de las llamadas constantes para controlarlas, de los lapsus de memoria o concentración debidos al agotamiento físico y mental, de las contracturas, el estrés, la ansiedad, las pesadillas, la acidez de estómago, de que tienes que llevar dos agendas para asegurarte de que no se te olvida lo que tienes que hacer en cada momento, de que sabes que nadie entenderá tu cara de sueño, tus músculos tensos, tu andar casi de puntillas, tus reacciones asustadizas. A pesar de que nadie te valorará, de que te dirán quiénes cuchichean sobre ti a tus espaldas y quiénes se ofenden porque tú, "la debilucha", ha conseguido hacer algo mejor que ellos; de que nadie te reconocerá tus méritos ni tendrán paciencia con tus errores. A pesar de que sabes que, a final de mes, él llegará antes que tú al cajero automático y las salas de fiesta y los amigotes de él verán antes que tú lo que te has ganado y no te dejarán ni para café. A pesar de todo eso, al día siguiente volverás a madrugar, volverás a arreglarte lo mejor que puedas, y volverás a presentarte puntualmente en tu puesto de trabajo, aunque tengas que caminar kilómetros porque no te dejó ni para el transporte.
Hasta que llegue un día en que esa mujer se canse. Tal vez, porque algo le hizo recordar quién era ella antes y quién podría ser ahora, si cambiara de escenario. O, tal vez, porque no está tan sola y hay gente que la quiere y que, de alguna manera, le hace llegar ese mensaje. O, simplemente, porque él se quitó la careta y ella pudo abrir los ojos ¡por fin! y dar el primer paso hacia el camino del que nunca debió haberse desviado: el de su autorrealización y del respeto a sí misma.
En ese momento, la situación se agravará. Sí o sí. En esto no hay diferencias entre los diferentes perfiles. Al depredador no le gusta que su presa intente escapar, y se enfurecerá. El grado de violencia será mucho peor. Por eso, ese paso JAMÁS debe darse sin tomar las debidas precauciones (ver la sección "Violeta" de este blog) y estar muy bien asesorada. El proceso que sigue a continuación SIEMPRE será difícil, complicado, doloroso y largo. En muchas ocasiones dan ganas de tirar la toalla, sobre todo, cuando nos enfrentamos al maltrato institucional, a la incomprensión del entorno, a las críticas, a las burlas... y a la desconfianza. A mí, personalmente, lo que más me dolió fue que algunos y algunas no me creyeran. Ahora ya me da igual. No me importan. Me hice una gabardina de aceite imaginaria, y sus opiniones me resbalan. El tiempo y las experiencias nos van endureciendo.
Pero tiempo y endurecimiento, precisamente, son, después, los mayores obstáculos para que la que un día dio un paso al frente para recuperarse a sí misma consiga, también, su libertad. Porque en este mundo, sobre todo si somos madres con hijos a cargo, el dinero es la llave para la independencia. Y, muchas veces, alejarse del maltratador tiene como consecuencia tener que dejarlo todo, incluida la casa, el trabajo... todo. Recibir los golpes del maltrato institucional, de quienes te señalan, de quienes en vez de ayudar intentan hacerte sentir culpable y meter el dedo en la llaga; ver a tus hijos sufrir y convertirse en el tema de los corrillos de las madres y padres, profesores y profesoras, y sentir que quieres morirte cuando uno de sus primos dice que no los invita a su cumpleaños porque son pobres y no le pueden hacer regalos, o que sus compañeros de clase no van a sus fiestas de cumpleaños aunque se las organices en su lugar favorito. Pasar por todo eso y no tener una casa propia en la que poder refugiarte cuando quieras llorar a solas, o invitar a tus amigas cuando quieras estar con ellas. Atravesar todo ese calvario y no tener un trabajo que te mantenga el cuerpo y la mente ocupados, que haga que los domingos y los lunes se diferencien en algo, que le dé sentido a las hojas del calendario, que te haga sentirte útil, que te permita sentirte parte de algo. Un trabajo con el que puedas cubrir tus necesidades y las de tus hijos y no depender de nadie. Algo tan básico. Y a eso, sumémosle, por supuesto, las amenazas del susodicho de quitarle a ella a sus hijos/as o pedir la custodia compartida y, cómo no, la negativa del señor a cumplir con su obligación de contribuir en los gastos de los niños y/o de las niñas, trabajando solo en "B" y poniendo sus propiedades a nombre de otras personas para que el juzgado no pueda embargarle absolutamente nada.
Muchas mujeres no se encuentran en condiciones físicas ni psíquicas como para incorporarse al mercado laboral mientras atraviesan ese infierno. Otras, además, siguen sufriendo acoso por parte del maltratador durante mucho tiempo: meses, años... o para siempre (hasta el final).
Cuando se juntan todas esas circunstancias, es muy difícil poder dar siempre, día a día, la mejor versión de una misma. A veces duele hasta el contacto de la esponja de maquillaje, o mover los brazos, o agobia horrores saber que en un rato tiene que salir sola a la calle. Aunque externamente se aparente más o menos la edad biológica, internamente predomina la sensación de ancianidad, de que ya se dio todo lo que se podía dar, de que se ha perdido la energía y la capacidad de recuperación, de que se necesita mucha tranquilidad para poder seguir viva, o no se podrá soportar ya ni un solo disgusto más. Y eso también dificulta a muchas la reinserción. Porque, por muchas ganas que se tengan de volver a tener una vida normal, y por mucho que acucie la necesidad, un cuerpo no es más que lo que vemos. Un conjunto de células organizadas que, en el caso de los humanos, no es eterno. Nacemos y morimos. Y hay muchas formas, por desgracia, de precipitar la muerte física cuando el culpable es un maltratador de mujeres. No solo son víctimas las que son asesinadas violentamente. También lo son todas esas que van siendo asesinadas poco a poco, a cuentagotas, torturadas a cámara lenta y, muchas veces, sin golpes físicos que dejen huellas.
Por todo esto, creo que se deben diseñar más medidas que sirvan, por un lado, para quitarles todo ese poder a los maltratadores y, por otro lado, para ayudar a las víctimas y a sus hijos y/o hijas.
Por ejemplo, entre esas medidas, me gustará recordar algo que se mencionó en el acto de Tenerife Violeta al que acudí hace unas semanas: ¿por qué se tiene en cuenta la vigencia de las órdenes de alejamiento y no la firmeza de una sentencia a la hora de aceptar o no las ayudas económicas (como la RAI) para las víctimas? Tal y como se dijo allí, se debería tratar con más respeto, comprensión, empatía y cariño a las mujeres que lo están pasando tan mal. Muchas veces, las víctimas quedan (hablo en tercera persona para generalizar, pero me incluyo) en unas circunstancias en las que les es imposible acceder al mundo laboral durante más tiempo que el que dura la orden de alejamiento. ¿Por qué no se tiene en cuenta?
Otro ejemplo: algunas empresas usan a las víctimas de violencia de género para obtener ayudas, subvenciones, mejorar su imagen, etc. Pero si en esas empresas la formación y sensibilización en igualdad (y en violencia de género) brilla por su ausencia entre el personal y el equipo directivo, el efecto en las víctimas, en lugar de ser positivo, enriquecedor, estimulador, motivador, etc., es todo lo contrario: la víctima vuelve a sentirse un juguete, una cosa, un objeto que aporta beneficios a otros a costa de sus peores sufrimientos y la consecuente "etiqueta".
Espero que este post llegue a alguien que se sienta comprendida, a alguien que le sirva para abrir los ojos y a alguien que se pueda sentir inspirado/a para implantar medidas que arreglen este desastre.
Esta será mi única aportación para el día de hoy. En un país en el que no hay dinero para proteger a las mujeres de sus propios terroristas, pero sí para proteger a todo un estadio de fútbol de un ataque que, vistos los patrocinadores de los equipos, se sabía que no se iba a producir, no creo que sirva de mucho seguir extendiéndome más.
Buenas noches.