Hace ya varios años que quería leer 2666: desde su publicación en 2004 y tras leer varias opiniones de los lectores y algunos artículos de la crítica literaria, todos ellos alabando la obra póstuma del chileno Roberto Bolaño. Algunos críticos consideran esta ingente novela, de 1.120 páginas, como una obra maestra de la literatura en español. Traducida al inglés en 2008, recientemente ha sido galardonada con el premio a la mejor novela de ficción de 2008 por el Círculo Nacional de Críticos Literarios de Estados Unidos.
Yo no puedo decir que su lectura me haya decepcionado, pero lo cierto es que no ha llegado a engancharme tanto como esperaba. En 2666 no se cuenta una historia, sino muchas historias que funcionan como piezas de un mismo puzzle que el lector debe ser capaz de montar. Esta multiplicidad de historias, personajes, lugares e incluso épocas, junto a una estructura compuesta por cinco capítulos cuasi independientes y final abierto, hacen que 2666 sea una novela de no fácil lectura y de múltiples interpretaciones, tantas como lectores. Además, conviene saber que en 2666 se alude con cierta frecuencia a elementos o situaciones de obras anteriores de Bolaño, por ello hay quien recomienda leer primero cualquier otra novela del autor, de dimensiones más asumibles, como Los detectives salvajes (1998) o Amuleto (1999), antes de adentrarse en "un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento", que supone 2666, según cita de Baudelaire que aparece al comienzo del libro.
De forma muy resumida algunos críticos consideran que el argumento de la novela gira en espiral alrededor de dos ejes: uno es la literatura, encarnada en el escritor alemán Beno von Archimboldi, y el otro la violencia, presente principalmente en la descripción de los asesinatos de mujeres ocurridos en Santa Teresa, trasunto literario de Ciudad Juárez.
En cuanto al significado de su enigmático título nada se dice en la novela; pero podemos encontrar una pista de lo que puede significar 2666 en otra novela de Bolaño, Amuleto, basada en otro hecho violento, la matanza estudiantil de Tlatelolco, ocurrida en México DF el 2 de octubre de 1968:
“Los vi caminar a paso ligero por Bucareli hasta Reforma y luego los vi cruzar Reforma sin esperar la luz verde, ambos con el pelo largo y arremolinado porque a esa hora por Reforma corre el viento nocturno que le sobra a la noche, la avenida Reforma se transforma en un tubo transparente, en un pulmón de forma cuneiforme por donde pasan las exhalaciones imaginarias de la ciudad, y luego empezamos a caminar por la avenida Guerrero, ellos un poco más despacio que antes, yo un poco más deprisa que antes, la Guerrero, a esa hora, se parece sobre todas las cosas a un cementerio, pero no a un cementerio de 1974, ni a un cementerio de 1968, ni a un cementerio de 1975, sino a un cementerio de 2666, un cementerio olvidado debajo de un párpado muerto o nonato, las acuosidades desapasionadas de un ojo que por querer olvidar algo ha terminado por olvidarlo todo”.