Autor: Douglas Adams. El de hoy es un viejo debate. Podríamos decir que tanto como la antigüedad del primer periódico del que se tiene conocimiento.
Por cierto, si os interesa la historia del ‘nacimiento’ de la prensa escrita, os diré que su origen data de junio de 1605. El joven alemán Johann Carolus se ganaba la vida en Estrasburgo con la caligrafía, y distribuía entre los vecinos adinerados de la ciudad un boletín manuscrito sobre noticias tanto locales, como otras enviadas por su propia red de corresponsales. El esfuerzo diario de transcribir los ejemplares, hacía que la tarea resultase lenta y pesada. La prensa era por esa razón un lujo limitado a los pocos que podían pagarle. Exhausto, Carolus resolvió apostar por las nuevas tecnologías de la época, y compró una imprenta. Con ello aumentó la tirada y las ventas y pudo reducir el precio de las copias.
Tras la curiosidad, volvamos al debate. ¿Dónde se encuentran las buenas noticias? ¿Lo sabéis? ¿En qué lugar permanecen recluidas o peor, sepultadas bajo la persistente drámatica actualidad? ¿Es posible, me planteo, que el ser humano capaz de lo peor si, pero también de lo mejor, carezca de capacidad para generar suficientes actos valerosos, encomiables o admirables, como para poder alimentar, ya no digo el todo, pero si una parte sustancial de la actualidad informativa?
La realidad es que por cada noticia que nos inspira, encontramos decenas de ellas que nos hablan de actos generalmente violentos, criminales, deshonestos y con un componente de barbarie fuera de límite que nos hacen plantearnos, si en un día cualquiera, en diferentes partes del mundo y por una maldita y extraña razón, todos se ponen de acuerdo para cometer tropelías y a la vez nadie se preocupa de crear en vez de destruir.
Quizá la clave se encuentre en una línea del guión de la película “El mañana nunca muere” de James Bond, en la que el espía británico decía con sarcasmo que no hay mejor noticia que una mala noticia. Pues que pena.
Tenemos en nuestras manos el poder de elegir, no lo olvidemos, y sólo bastaría con que primásemos aquellos contenidos o programas que establecieran un reparto equitativo entre lo mejor y lo peor que sucede, para empezar a cambiar la dinámica. ¿O es que acaso alguien en su sano juicio puede preferir el horror?
Reflexión final: Y no se trata de encubrir la realidad cuando esta resulta especialmente alevosa y funesta, pero tampoco que ese sea el estado de cosas dominante, en un mundo en el que estoy seguro, por lo menos existen a diario la mitad de noticias positivas y de noticias negativas.