Pensando lo de ayer y lo de más allá, se me va, se me va la olla, pero sí, a la mierda, voy a decirlo: los artistas son todos unos esnobs. Y la peli de la Bollaín también habla de eso, por supuesto. Bollaín la primera. Una esnob. Y después toda la cohorte, todo el séquito. Unos esnobs. Yo también, claro, claro. Esnob. Todos, todos. Todos cuantos no tienen por primer instinto, esencial, llenar el mundo de churumbules o bien destruirlo, el mundo, con sus churumbeles dentro, todos ellos esnobs. Una ubérrima panda de gilipollas. Tanto bombo y tanta chufla y tanta pandereta a qué coño viene si no. A cuento de postergar la hora del aquí tiene la cuenta, señor, que ya andamos cerrando... No hay cojones. Sencillamente eso. No los hay. Ni cuadrados ni redondos ni colgando. Pero hay que seguir aquí, no queda otra, de modo que en algo hay que despachar el tiempo. Libros, lienzos, peliculejas y esculturas de papel maché. Martin Scorsese sabe de qué hablo. El arte son los juguetes de todos aquellos niños grandes, inmaduros peterpanes, que no quisieron asumir que aquí se viene a morir; se viene a sembrar el hijo y quemar al semejante. La genética se pasa por el forro de sus innombrables todas vuestras filigranas pseudotrascendentales, toda esta nuestra inmortalidad de baratillo. Hoy he terminado el Mircea Cărtărescu con un regusto de caraja en la sinapsis: Por qué nos gustan las mujeres. Qué salao el tío. Va un poco en la línea del Milan Kundera priápico. Que es como querer decir: mirad todo lo que me he follao, mindudis, y vosotros nada, pero en plan sensible, que no soy un malechor ni una pichabrava, ¿eh? ¡QUE YO SOY UN INTELECTUAL, OJITO CONMIGO! Pues eso. Que me parto. Quizá un día de estos me dé por soltar algo más sobre Cărtărescu y sus mujeres. Quizá también sobre su Ruletista, que es mucho mejor. Pero hoy no. Hoy caca. Hoy estoy de frenopático. Este año en general ya me he cruzado, aviso. Este año sí. Ya veréis. Os voy a destruir a todos. Esnobs de pacotilla.
Pensando lo de ayer y lo de más allá, se me va, se me va la olla, pero sí, a la mierda, voy a decirlo: los artistas son todos unos esnobs. Y la peli de la Bollaín también habla de eso, por supuesto. Bollaín la primera. Una esnob. Y después toda la cohorte, todo el séquito. Unos esnobs. Yo también, claro, claro. Esnob. Todos, todos. Todos cuantos no tienen por primer instinto, esencial, llenar el mundo de churumbules o bien destruirlo, el mundo, con sus churumbeles dentro, todos ellos esnobs. Una ubérrima panda de gilipollas. Tanto bombo y tanta chufla y tanta pandereta a qué coño viene si no. A cuento de postergar la hora del aquí tiene la cuenta, señor, que ya andamos cerrando... No hay cojones. Sencillamente eso. No los hay. Ni cuadrados ni redondos ni colgando. Pero hay que seguir aquí, no queda otra, de modo que en algo hay que despachar el tiempo. Libros, lienzos, peliculejas y esculturas de papel maché. Martin Scorsese sabe de qué hablo. El arte son los juguetes de todos aquellos niños grandes, inmaduros peterpanes, que no quisieron asumir que aquí se viene a morir; se viene a sembrar el hijo y quemar al semejante. La genética se pasa por el forro de sus innombrables todas vuestras filigranas pseudotrascendentales, toda esta nuestra inmortalidad de baratillo. Hoy he terminado el Mircea Cărtărescu con un regusto de caraja en la sinapsis: Por qué nos gustan las mujeres. Qué salao el tío. Va un poco en la línea del Milan Kundera priápico. Que es como querer decir: mirad todo lo que me he follao, mindudis, y vosotros nada, pero en plan sensible, que no soy un malechor ni una pichabrava, ¿eh? ¡QUE YO SOY UN INTELECTUAL, OJITO CONMIGO! Pues eso. Que me parto. Quizá un día de estos me dé por soltar algo más sobre Cărtărescu y sus mujeres. Quizá también sobre su Ruletista, que es mucho mejor. Pero hoy no. Hoy caca. Hoy estoy de frenopático. Este año en general ya me he cruzado, aviso. Este año sí. Ya veréis. Os voy a destruir a todos. Esnobs de pacotilla.