3 - Acá: escucha, momento y presencia

Publicado el 29 mayo 2014 por Tomascabado

A veces me pregunto por qué la improvisación es un tema tan difícil de abordar desde la palabra para el artista. Algunos estaríamos de acuerdo en que es un tema igual de complicado de abordar desde la práctica (algunos dirán que es más complicado que con la palabra, pero no creo), y que la razón sea probablemente la misma.

En una novela, en un país de Asia los loros cantan palabras como "Atención" o "Aquí y ahora".

Quizás por cierto estigma del arte moderno, los artistas suelen hablar de lo que producen y de cómo lo producen en términos muy técnicos que nunca se refieren a ningún elemento sensible o de contacto primario, o con términos muy místicos, que tienden a encriptar la información al connotarla de ese modo o al convertirla en demasiado personal y subjetiva como para transmitir alguna idea concreta. Ante esto muchos artistas deciden callar. Personalmente, algunas veces escucho a artistas que en algún punto comienzan a adquirir su técnica o sus ideas de realización desde lo sensible y explican su obra de este modo. En general, son artistas que no necesitan explicar muchas cosas, pero que de su obra se puede hablar un buen rato.

La improvisación como práctica adquiere sus características por su contexto histórico y cultural y en general aparece como parte de un estilo. Los elementos estilísticos funcionan metonímicamente cuando desde ellos se quiere explicar la improvisación, pues es entendida siempre como parte de un contexto y en relación a éste, así como en mayor o menor medida, los elementos del contexto están influenciados por la improvisación. En la que se dio en llamar improvisación libre, el caso es similar. Los elementos no conforman un estilo, pero si un conjunto de cosas que siempre están presentes: en principio el material (sonoro, por ejemplo), los instrumentos, el bagaje personal de cada participante, posiblemente el propio cuerpo... Podríamos hasta nombrar al espacio y al tiempo.

Todas estas cosas hacen a la práctica de la improvisación. Y aunque toda improvisación es su práctica, no toda práctica de la improvisación es igual: más allá de que cambie siempre el resultado cada vez, la misma concepción (intelectual o intuitiva) de la improvisación es diferente en cada persona.

La práctica de la improvisación no es la improvisación.

Pero sin práctica de la improvisación, no hay improvisación.

La improvisación es un estado. Su práctica es un camino.

O sea, improvisar es practicar la improvisación. A través de eso es posible entender cabalmente qué es la improvisación. Esto es, en vez de pensar en improvisar, sentir al improvisar.

El fin de todas las palabras es ilustrar el significado de un objeto. Cuando se oyen, deberían permitir al oyente comprender este significado y ello según las cuatro categorías de sustancia, actividad, cualidad y relación. Por ejemplo, "vaca" y "caballo" corresponden a la categoría de sustancia. "Cocina" u "ora" corresponden a la categoría de actividad. "Blanco" y "negro", a la categoría de cualidad. "Tener dinero" o "poseer vacas" corresponde a la categoría de relación. Ahora bien, no hay clase de sustancia, no hay género común al cual corresponda el Brahm. No puede, pues, ser designado por palabras que, como "ser" en el sentido ordinario, significan una categoría de cosas. (...)

La principal dificultad para definir la diferencia entre este concepto de la improvisación y su práctica reside en el hecho de que a fin de cuentas esta práctica sólo se entiende al practicarla, y este concepto sólo se entiende al experimentarlo. Esto es porque constituye la experiencia de la totalidad, es decir, improvisar es hacer lo que sucede en el presente. Es pensar en hacer algo aquí y ahora, lo cual -salvo para la meditación- no es el objeto principal (y mucho menos único) de ninguna otra práctica. Porque todas las prácticas suceden en el presente, pero ninguna sucede para el presente. Hacer no solo en, sino desde el presente necesita de habitarlo completamente. Y habitar en todos los aspectos el presente es quitar la cotidianeidad, que es la suma de presentes que hacen a un pasado, y quitar la especulación, que es lo que viene con la certeza de que el presente se reitera.

Entender el presente como un punto y no como un lugar en una línea.

Se ha vuelto un lugar común decir que el avance de las comunicaciones bloquea nuestro contacto con nosotros mismos. Hace poco leí que algunas ballenas se comunican a través de infrasonidos y que al entrar en zonas de sonares se extravían por la interferencia de los radares.

El principal problema de la percepción del presente es que se divide en dos desde la perspectiva individual: lo que sucede fuera y lo que sucede dentro. La piel constituye un límite y un conector, una superficie sin costuras que delimita todo. La piel, la retina, el tímpano, son límites que al ser transgredidos informan. Pero no podemos decir que esa información es el presente, del mismo modo que la práctica de la improvisación no es la improvisación.

Hay en la escucha y en la mera percepción una serie de procesos paralelos más o menos complejos que nos hacen reaccionar más o menos conscientemente al presente. Algunos de ellos son inevitables, irreprimibles. Otros son de naturaleza intelectual y generalmente llevan a la especulación: qué es esto, de dónde viene, qué hacer con esto, cual es el contexto en el que esto está sucediendo. No es que alguna de estas preguntas sean necesariamente perjudiciales, pero son preguntas que, como todas, pueden derivar en otras. A mayor cantidad de preguntas, mayor densidad en el discurso interno.

El discurso interno también se oye, quizás como una voz, quizás como la propia. No viaja por el aire del mismo modo que el sonido, pero se oye y hace partícipe al mismo mecanismo que utilizamos para hacernos conscientes de los fenómenos acústicos que entran a nuestro sistema auditivo. Es decir, atender al discurso interno es no atender lo que sucede en el presente, en mayor o menor medida. Este es el principal problema del improvisador promedio.

La similitud con la meditación en estos puntos es evidente, aunque las diferencias que hay que salvar son claras, en cuanto a de dónde vienen estas prácticas y qué objetivos se les adjudican en determinados contextos. Lo cual no quita en absoluto que la improvisación no pueda ser pensada como una forma de autodescubrimiento exclusivamente, ni que haya intentos de meditación en el arte o de uso de la misma con fines artísticos.

El improvisador y el meditador buscan acallar la mente para hacerse permeables al momento presente. Si esto es posible, significa que el hombre no habita únicamente en su percepción y que puede tomar otra perspectiva de las construcciones que con ella genera, es decir, que existe un modo posible de contacto con el Todo, de una naturaleza difícilmente definible. Es que acaso en una práctica de la improvisación en la que la improvisación se hace presente, nada de lo que sucede en ella importa, sino que lo relevante es únicamente ese tiempo ya sin medida en el que nada estuvo separado de ninguna cosa.