¿Con el talento se nace o se hace? Esta es la primera pregunta que uno se hace al observar el trabajo de María Espejo en cualquiera de sus múltiples facetas. Una joven jerezana que se entrega en cuerpo y alma a lo que hace, y en el resultado esto queda demostrado. Puede que sea talento innato para el mundo del teatro, o el esfuerzo de un carácter incombustible, pero lo cierto es que el producto final es sólido y perfecto en su forma y continente. En 8 Pistas tuvimos la oportunidad de entrevistarla para conocer los entresijos de esta su primera obra en la que escribe, dirige, actúa y produce, contando también con la ayuda de la productora 16 Escalones. Un desafío al que no muchos serían capaz de enfrentarse y, además, ofrecer tan buen resultado sin fisuras, sin puntos flacos. ‘’El que mucho abarca poco aprieta’’ no se aplica a todo el mundo.
‘’3 patas pa un banco’’ llegó el 14 de junio al Teatro Quintero de Sevilla colgando el cartel de ‘entradas agotadas’, como ya hiciera en su estreno en Jerez de la Frontera, y lo cierto es que no sorprende. Supone una propuesta teatral fresca y valiente, que se aleja de lo que las tablas suelen ofrecer para contar una historia por muchos vivida y por pocos conocida: la planificación de una despedida de solteras en un grupo, cuanto menos, variopinto de amigas de muy distinto carácter. Con un punto de partida tan sencillo, Espejo sabe sacarle jugo para ofrecer una obra divertida, cargada de energía y sorprendente a cada nuevo acto. Lidia María Jaime y Ana Salas acompañan a María Espejo en sobre las tablas, cada una entregada a la perfección a representar su papel sin miedo, cayendo simpáticamente en los estereotipos para después sorprender con superarlos, y dando de sí todo lo que tienen sin vergüenza ni pudor para divertimento de un público satisfecho.
Cada una impregna su papel de una personalidad única y del nivel de energía apropiado, partiendo de Lia, la más agresiva; Tia, la serena; y Mia, la dulce. Se percibe un digno trabajo en la construcción de los personajes, algo que va más allá del guion, algo que es esfuerzo de la actriz por entender su papel y darle vida. Esto se traduce en unas interacciones entre sus personajes, una forma de relacionarse, que resulta cómica a la par que lógica y coherente. Resulta especialmente interesante observar ciertas actitudes y recordar a conocidos que todos tenemos y se mueven en esos estereotipos, lo que provoca que la obra absorba al espectador, que le cuente una historia que cree conocer pero que le sirve para explorar lo que está más allá de la superficie.
Pero si algo atrapa al espectador, si algo le sorprende y hace que esta obra alcance nuevas cotas es su increíblemente valiente puesta en escena. Es absolutamente novedosa, y cuesta mucho creer que sea obra de una tan joven dramaturga que está dando sus primeros pasos en la dirección formal y profesional. Mediante agiles cambios de atrezo, música, efectos de proyecciones, y una ruptura total y absoluta de la cuarta pared María, Lidia y Ana hechizan al espectador y lo dejan a su merced, y el espectador lo agradece, se entrega feliz. El espectáculo supera las tablas para introducirse en el graderío con sus protagonistas cantando, bailando e interactuando con el público, a veces de forma directa, muy directa.
Pero estas tres valientes actrices también se atreven con coreografías, con atraer al público a su embrujo para que acompasen la música con sus palmadas, y con ofrecer un espectáculo totalmente intenso y cargado de energía al que pocos profesionales de la actuación podrían enfrentarse y sobrevivir. A destacar el momento en el que se proyecta sobre el escenario la pantalla de un grupo de WhatsApp en el que las protagonistas desarrollan una intensa conversación y que supone un elemento fresco en el teatro que, de nuevo, impregna la obra de esa sensación de cercanía, de empatía para el espectador, que reconoce los patrones y se divierte riendo tanto por lo que ve como por lo que recuerda de su propia experiencia individual.
La comedia no abandona el escenario en algún momento, si bien es cierto que deja momentos para el conflicto y el drama en su justa medida, presentes para articular la obra y cimentar una historia que va en ascenso. Es más, incluso hay perlitas puntuales para la concienciación social, para tumbar estereotipos y reeducarse en un amor feminista y sensible que respeta a la persona y ve más allá de su apariencia externa. Si hubiera que decir un pero de esta obra es la sensación de inconclusa que la historia ofrece al final, es decir, la oportunidad que los personajes y su narrativa ofrecen de continuar con una historia que puede dar mucho más de sí y que ojalá así sea. No es un punto y final, sino un punto y seguido, y tras ver la obra, lo único que se desea es que continúe, que veamos más de la vida de estas tres locas amigas, su evolución individual como persona, y que crezcan sus dinámicas entre ellas o quizás con otros personajes de futura incorporación.
Una obra valiente como pocas y con un trabajo y un cariño que se detonan en cada escena y que sorprende aún más viniendo de una dramaturga novel. Si ya dijimos que Manu Sánchez abandera a una generación talentosa de andaluces que por desgracia no lo han tenido fácil para demostrar lo que valen en su comunidad, María Espejo no se queda atrás y refleja que con trabajo y dedicación todo es posible. La musa griega Talía tiene una nueva favorita.
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