Ya sabía que le quedaba muy poco tiempo cuando hezhizó a más de 80.000 personas en el 'Live aid'
En noviembre de 1991 moría Freddie Mercury, un artista único, un personaje especial y una persona como todas las demás. Desde aquel día la leyenda no deja de crecer y sus canciones suenan y resuenan en formatos físicos y digitales, en los cinco continentes, en todo momento. En su última entrevista y en su última canción, Freddie sabía que el fin estaba cerca
Su voz resulta inconfundible para cientos de millones de personas en todo el mundo, igual que su imagen, su estilo, su presencia. Freddie Mercury recibió el diagnóstico fatal en 1984 o comienzos del 1985; en aquellos años la única certeza que se tenía sobre el Sida es que no tenía remedio y que la muerte estaba próxima. De hecho, cuando en julio del 85 se metió en el bolsillo a las más de 80.000 personas que abarrotaban el estadio Wembley de Londres con motivo del ‘Live aid’, el cantante ya sabía que no le quedaba mucho.
Pero él no decía nada porque no quería que se le tuviera lástima y porque detestaba que su vida privada estuviera en boca de todos; baste decir que nunca proclamó ni ocultó su condición sexual, era algo que no le preocupaba, él era él, natural, sin esconderse ni ondear banderas. Otro detalle que explica cómo era Freddie lo contó su colega Brian May, quien reveló que el cantante se negó desde el comenzó a escribir o cantar canciones con contenido político, con proclamas sociales o denuncias, fue la única condición que puso; no quería sermonear, no quería preocupar, sólo divertir, sólo hacer que la gente lo pasaba bien con su música, esa era su única intención, nada más.
En 1995, cuatro años después de la muerte de Mercury, se estrenó el documental ‘The Queen phenomenon: In the lap of the gods’, en el que entre otras muchas cosas de interés se incluye la que fue última entrevista al recordado artista. Y queda claro que fue la última porque Freddie empieza diciendo: “Eres la última persona con la que voy a hablar, así que probablemente obtendrás la mejor entrevista, querida”. A lo largo de la misma el cantante explica: “No quiero cambiar el mundo (…). Al final todos mis errores son culpa mía. Me gusta sentir que solamente estoy siendo sincero”. En una de las últimas frases deja claro que sabía muy bien lo que le esperaba: “Lo único que me preocupa ahora es vivir y disfrutar la mayor cantidad de vida posible… en los años que me queden”.
Una de las últimas veces que se le vio fue cuando grabó el tema ‘The show must go on", su canto del cisne, su última canción, en la que reunió y gastó las escasas fuerzas que quedaban en su debilitado cuerpo. Terminó de grabarla la voz a fines de 1990 y salió apenas un mes antes de su fallecimiento. Tanto él como sus compañeros eran conscientes de que el final era inminente; como es sabido, fue preciso llevarlo en brazos desde el coche hasta el estudio, donde lo sentaron en una silla; sus compañeros, productores, ingenieros y todos los que lo presenciaron estaban aterrados, pues se temían que le fallaran las fuerzas, que su voz se quebrara y se provocara una situación horrible, indeseable.
Brian May recuerda: “La melodía contiene notas muy altas, muy exigentes. Yo le dije a Freddie: ‘no quiero que te esfuerces demasiado, no quiero que te agotes, no va a ser fácil, así que cuando quieras paras’. Entonces, mostrándose sonriente y confiado me respondió: ‘no te preocupes, cariño, lo clavaré’. Luego echó un trago de vodka, se apoyó en la mesa de mezclas y empezó a cantar”. Debió ser un momento único, cargado de emoción: “Hizo una demostración de fuerza, fue una de las mejores interpretaciones de su vida. Todos nos quedamos asombrados”. Ninguno de los presentes se explicaba de dónde había sacado tanta energía. La letra de esa última canción de Freddie Mercury es explícita: “Me enfrentaré a ello con una sonrisa. Nunca me rendiré”. Y en otros versos dice: “Por dentro mi corazón se rompe. Mi maquillaje puede estar estropeado pero mi sonrisa todavía permanece”.
Nada de lamentos, no quería tristeza ni lástima a su alrededor. El que fuera su pareja, Jim Hutton, dijo años después: “No importa lo mal que se sintiera, lo enfermo que estuviera o el dolor físico y psíquico que padeciera, nunca refunfuñó ni se quejó ni culpó, nunca buscó compasión. Él decía que esa era su batalla, de nadie más. Y jamás perdió la cara a su destino. Fue muy valiente”.
Hace ya treinta años, pero Freddie Mercury no se ha ido y nunca se irá.
CARLOS DEL RIEGO.