Rob Zombie representaba la renovación del cine terror hasta hace relativamente poco. Hablo en pasado únicamente por los problemas que parece tener su carrera cinematográfica: cada proyecto parece sufrir todo tipo de problemas para financiarse, distribuirse y estrenarse. Una pena que, quizás, justifica que su última película, 31, sea un regreso a terreno conocido. Pero repasemos su carrera. El músico y cineasta plantea en su obra fílmica l
a recuperación del tono seco y serio del terror de los años setenta, renunciando a la distancia postmoderna de obras como Scream (Wes Craven, 1996). Con La Matanza de Texas (Tobe Hooper, 1974) como principal modelo, de la que tomaba prestados el esquema argumental, la atmósfera malsana y la violencia cruel, Zombie se estrenó -tras muchos problemas con la censura- con la estimulante La casa de los 1000 cadáveres, 2003). Una secuela incluso superior, Los renegados del diablo (2005) dio paso a una posible integración del exlíder de White Zombie en el terror mainstream, con el reboot de Halloween: el origen (2007) y su secuela, Halloween II (2009). Tras todo esto, Zombie alcanzaba su madurez como autor con la arriesgada Lords of Salem (2012). El final de esta película, irracional, abstracto, que renuncia a lo narrativo para fabricar imágenes de horror puro, convertían en una incógnita el siguiente proyecto de Zombie. ¿Hacia dónde podía evolucionar el director? Como ya he dicho, 31 es un regreso a las raíces de la obra de Zombie. Una reimaginación de La casa de los 1000 cadáveres -y por tanto de La Matanza de Texas-. Además, curiosamente, el 31 del título se refiere al de octubre, es decir, a la noche de Halloween. El nuevo film de Zombie es setentero, crudo, sin coartadas postmodernas, y con una clara voluntad de ser chocante. La idea de partida es pura serie B: un misterioso grupo de ricos, ataviados como la nobleza decadente del siglo XVIII, captura a un grupo variopinto que viaja por carreteras secundarias en una furgoneta, para someterles a un juego de supervivencia en el que tienen que enfrentarse a sucesivos asesinos psicópatas ataviados como payasos. Zombie encara este argumento absolutamente demencial con una seriedad tremenda, creando una atmósfera cargada de mal rollo. Podríamos hablar de referencias tan nobles como El malvado Zaroff (Irving Pichel y Ernest B. Shoedsack,1932) o tan cercanas -salvando las distancias- como Hostel (Eli Roth, 2005), con la que coincide al proponer una clase acomodada de aburridos decadentes, con recursos para dar rienda suelta a sus instintos más sádicos, aunque aquí parezcan salidos de Barry Lyndon (Stanley Kubrick, 1975). A esto hay que añadir la idea de asesinos vestidos de payasos -como el terrible John Wayne Gacy (1942-1994)- en los que la máscara tiene un importante rol fetichista que puede remitir a Michael Myers y sobre todo a Leatherface.