Y ahí estaba ella, con sus misteriosos ojos azules posados sobre mí mientras tomábamos un té en aquel paradisíaco Hostal. Parecía feliz por el reencuentro y yo, no os lo voy a negar, también lo estaba. No había pensado nunca en la posibilidad de volvérmela a encontrar, pero ahí la tenía, sentada a 50 cm, riéndose y contándome su vida tras Puerto Madryn.
Bariloche tiene lagos, montañas y estas curiosas esculturas...
Charlotte era Ingeniera Agrónoma y su motivo principal para viajar era conocer otras maneras de hacer cultivo ecológico, tenía 25 años y había dejado Francia (Paris) para volver algún día sabiendo más sobre su oficio. Tras separarnos en aquella ciudad costera, fue hacia al sur de Argentina en busca de unos hippies amigos suyos y luego volvió a subir hasta Bariloche, donde había parado para hacer algo de turismo antes de seguir subiendo (como yo).
-No es precioso este lugar? - Me preguntó mientras se levantaba de la silla.
Me giré, y vi uno de los mejores cuadros que tengo en mi mente. El sol se escondía tras las montañas mientras que su débil luz dotaba de una atmósfera mágica a la ciudad. El lago parecía estar compuesto de aguas de color carmesí y, el cielo, parecía ese paraíso del que habla la religión cristiana. Me levanté y la invité a salir al balcón para poder apreciar mejor ese espectáculo que el mundo nos brindaba.
Sacó su cámara y empezó a hacer fotos, yo hice lo mismo con mi tablet. Cuando ambos aparatos se cansaron de descargar sus ráfagas de flashes, nos apoyamos sobre la baranda y empezamos a elogiar ese lugar (y a ese hostal). Era perfecto, de una belleza descomunal. Mirando el lago, noté que Charlotte tenía sus ojos fijos en mí, giré la cara para hacer contacto con su mirada. Estaba guapísima, sus ojos hacían juego con el color de las aguas del lago y la puesta de sol le daba un aura angelical. Parecía un ángel. Nos estuvimos mirando unos pocos segundos hasta que mi cabeza no aguantó más y se dejó atraer por la suya. La besé.
Charlotte mordiendo la manzana en el paraíso
-No me he podido quitar de la cabeza tus ojos Teo, parece que puedas ver a través de mi cuerpo - Me dijo.
-Es extraño, porque yo creía que la de los ojos penetrantes eras tú - Le respondí entre risas.
Estuvimos allí hasta que el sol desapareció y entramos al hostal. Por si no lo sabéis, Bariloche es como una especie de Suiza localizada en Argentina, tiene centros de ski, lagos, chocolate y... Fondue. Todo muy barato. Charlotte y yo decidimos probar ese plato tan típico de allí, así que nos duchamos, nos pusimos la mejor ropa que un viajero puede tener y salimos a descubrir la noche de esa encantadora ciudad.
Estábamos en un estado parecido al de alguien que se chuta cocaína, eufóricos, hiperactivos y felices por habernos vuelto a ver. Obviamente, no estábamos enamorados todavía, pero si que podía ser un principio para ello y, lo sabíamos.
Mientras andábamos por la calle, muchas personas se nos acercaron al ver que éramos extranjeros y nos invitaron a entrar en las tiendas a probar chocolate. Esa noche probé cerca de diez chocolates diferentes, era divertidisimo entrar en una chocolatería, probar sus productos, decir que no te gustaba y salir a la calle para que se reiniciase el circuito. El que más me convenció fue un chocolate negro que me traía recuerdos de un pasado no muy distante (a lo Proust con las magdalenas), asi que lo compré.
Luego retomamos nuestro principal objetivo: la fondue. Había miles de sitios que presumían de tener la mejor de todo Bariloche. No sabíamos por cual decidirnos hasta que una pareja inglesa se nos acercó y nos preguntó por un hostal. Charlotte y yo nos miramos un segundo y no dudamos de recoméndarles el nuestro, Penthouse 1004, cuyas vistas lo convierten en el mejor de la ciudad.
Hablando con ellos, nos dijeron que ya habían cenado y que fuésemos al restaurante que ellos habían ido, que no habían probado la fondue pero que el trato era de 10 y el precio también. Así que, en vez de elegir uno a ciegas, decidimos ir a ese. Al entrar, pedimos una mes para dos y nos sentamos. Tenían muchas cosas, sobretodo carnes, pero decidimos ir a por la fondue y creo que hicimos bien, pues estaba riquisima, el queso estaba en su punto y el pan también.
Mientras cenábamos, planeamos nuestros planes para el dia siguiente.
-Mañana me gustaría ir a esquiar, a ti? - Me preguntó mientras preparaba sus labios para saborear el vino que nos habían traído.
-No sé esquiar Charlotte, y creo que mi coraje para ir a ciegas ya está bastante consumido por el ir a dedo - Le respondí mientras intentaba sortear un día completo esquiando.
-Venga, no seas cobarde, yo te enseño.
No sé cómo, pero lo hizo, me convenció de esquiar sin tener ni idea. Cuando acordamos levantarnos temprano para ir a Cerro Catedral (donde está el centro de esqui de Bariloche), empezamos a hablar de otras cosas y surgió la posibilidad de que me acompañara en mi viaje. En un principio me mostré algo reacio, pero parecía tener tanta ilusión en hacer todo el continente junto a mí que no se lo pude negar y le dije que me lo pensaría.
Volvimos al hostel, a nuestra habitación y nos deseamos buenas noches mientras tratábamos de no molestar a los demás compañeros que intentaban conciliar el sueño. Salí un momento a contemplar la Bariloche nocturna y, cuando estaba pasando por la sala de estar, un argentino, de Buenos Aires por el acento, me empezó a sacar conversación. Era muy simpático y parecía tener mi edad. Cuando estaba cortando el diálogo, me invitó a jugar al ajedrez, hacia mucho tiempo que no jugaba a algo, asi que le dije que sí!
Me senté con él y sacamos el tablero. Los demases extranjeros (incluida la pareja anterior) que estaban vagabundeando por allí se sentaron cerca para contemplarnos. Jugamos una ronda y... gané. Jugamos otra y...también gané. Pero además no era una de esas partidas en la que sientes que lo tienes que dar todo para ganar, todo lo contrario.
Al final, se rindió y me confesó que no sabía jugar y que se entrenaría para ganarme. Me propuso jugar otra, pero era tarde y yo tenia que madrugar, así que le cité a las 18:00 PM del siguiente día para batirnos en un duelo definitivo(ni que yo fuese un maestro del ajedrez o algo pero bueno...).
A las 7:00 sonó el despertador de Charlotte y nos levantamos para ir a esquiar. Me abrigué lo máximo posible, desayunamos y pusimos rumbo hacia el centro de ski. Al disponernos a salir, la recepcionista nos paró y nos prestó una tarjeta para tomar el bus hacia el Cerro Catedral, los conductores no nos dejarían pasar sin ella (era un sistema parecido al londinense, sólo que la tarjeta no se llamaba Oyster Card).
Tardamos un rato en llegar, pero llegamos. Estaba lleno de gente y, el lugar, era hermoso, en la cima de una montaña desde la cual podías ver toda la naturaleza que rodeaba a Bariloche. Alquilamos unos esquís y fuimos directos hacia las pistas "fáciles". A mitad del trayecto, le di la mano a Charlotte para que me siguiera, había visto algo.
Un monitor estaba enseñando a unos ingleses cómo esquiar, los principios básicos y los movimientos, nos pusimos al lado y escuchamos con atención lo que decía. No notó que no éramos del grupo y, por eso, pude tragarme una clase entera de iniciación al esquí sin pagar ni un peso (esa clase valía unos 1000 pesos por lo que me dijeron luego).
Una vez que acabó, Charlotte y yo, entre risas y felices, salimos a paso ligero para que no nos viesen. Empecé a esquiar y era más facil de lo que parecía, si seguía las explicaciones que el monitor había explicado a los guiris, no me caía y podía controlar más o menos el equilibrio (en pistas fáciles, claro). Viendo que no lo hacia del todo mal, Charlotte quiso ponerme a prueba y me llevó, sin decirmelo, a una pista de las difíciles.
Me tiré por ahí sin pensarlo mucho y...no salió mal. Digamos que no estaba en mi salsa manteniendo el equilibrio, pero llegué abajo. Charlotte, al contrario, no. Pude alcanzar a ver cómo se pegaba una hostia épica contra la nieve y tuve que salir corriendo para ayudarle. Estaba tirada en el suelo, con la cabeza boca abajo, me acerqué, la empecé a llamar pero no respondía. Cuando estaba a un metro de ella, me miró con una cara triste. Sus ojos estaban apagados, no tenían fuerza. Temí lo peor. Entonces, de repente, volvieron a retomar el brillo y me sonrió.
-Claro que estoy bien filósofo, llevo esquiando desde los 3 años jeje. Solamente intentaba atraerte hasta aquí - Dijo mientras se levantaba y me tiraba contra la nieve.
Era mala, todo lo había hecho para que bajase la guardia. Estuvimos tirándonos nieve y tonteando mucho rato, las demás personas que bajaban por la pista nos miraban como si fuésemos dos idiotas pero, nosotros, nos sentíamos como los mismisimos dioses del Olimpo en una de sus fiestas. Empecé a pensar que podría ir con ella hasta Alaska.
Sobre las 17:00 volvimos hacia Bariloche. Tenía una cita, me tenía que transformar en un maestro del ajedrez para el personaje de Buenos Aires. Cuando llegamos ya estaba allí, sentado, mirándonos, sabiendo que su hora había llegado, que el destino del mundo se iba a jugar en esa mesa del hostal Penthouse 1004. La batalla estaba a punto de empezar.
Charlotte se sentó a mi lado, mi rival enfrente y, el encargado del hostal (que había presenciado nuestro pique la noche anterior) en una esquina. Empezó el duelo y...volví a ganar. Vamos, el tío no tenía ni idea y no tenía nada de emoción ganarle. Aún así, nos reímos muchos y creo que hice un amigo durante esos juegos. Aquí lo he contado de manera épica, pero espero que os lo imaginéis mucho más cómico e informal.
En la mañana del día siguiente, la francesa y yo fuimos a Cerro Campanario. Un pico que cuenta con las mejores vistas de los alrededores de la semicolonia suiza. Había dos maneras de subir, haciendo trekking o en telesilla. Charlotte y yo no dudamos en ningún momento sobre el trekking, lo teníamos que hacer, a ambos nos gustaba esa práctica y estábamos seguros de que iba a ser más gratificante que subir sentados en una silla sin hacer nada.
El Trekking fue fácil pero no por ello menos bonito. El camino que subía hacia la cima estaba repleto de hermosas creaciones de la naturaleza. Árboles raros, vegetación exótica, un riachuelo...Era genial. En unos 45 minutos nos pusimos en la cima y...vaya vistas. De las mejores que vi en Argentina. Charlotte no paraba de flipar y de agradecer que estaba allí. Miles de lagos nos rodeaban bajo la eterna mirada de los andes.
No nos pudimos resistirnos y empezamos a sacar fotos. Haciendo el tonto, besándonos o simplemente del paisaje. Estábamos felices y lo demostrábamos. Cuando nos cansamos, bajamos y fuimos hacia el parque natural, otra preciosidad. Estuvimos unas cuantas horas paseando por allí mientras conociamos más de nuestra vida y de nuestro pasado.
Cuando las estrellas se dejaron vislumbrar en el cielo, empecé a darme cuenta de que esa iba a ser mi última noche en Bariloche y de que tenía que decidirme sobre el futuro de mi viaje. Sobre si iba a ir acompañado o no. Charlotte tenia todo lo que un hombre puede pedir de una mujer: era guapa, divertida, inteligente y sabia cocinar! Pero no estaba seguro acerca la idea de irme tanto tiempo con una persona a la que apenas conocía.
Se lo comenté y empezó a llorar. Mi yo entró en conflicto, no podía ver esos ojos azules tristes. Estuvimos hablando un rato y llegamos a la conclusión de que, no nos íbamos a preocupar ese dia por el mañana, que el estar juntos había sido maravilloso y que teníamos toda una noche entera para poder disfrutar de nuestra compañía.
Así que regresamos a Bariloche y nos fuímos por la ciudad a cenar, a beber e incluso a hacer un trekking nocturno (si, también se pueden hacer, algunas agencias los ofrecen y no son muy caros). Empecé a entrar en una nube que me permitió tocar el cielo, todo lo veia de color rosa, pero también me di cuenta de que no era suficiente como para que me acompañase hasta Alaska. Nuestros viajes tenían intereses y objetivos distintos y no quería que ella perdiese la oportunidad de hacer lo que habia planeado por mí.
Decidí vivir esa noche al máximo, dándole lo mejor de mí y no preocuparme hasta que pasaran unas cuantas horas. Cuando salió el sol y ,después de estar un rato en las orillas del lago, volvimos al hostel.
Me despedí de ella con un beso de buenas noches y me subí a la cama de arriba. No conseguía dormirme, tenía miles de dudas sobre lo que hacer, pero tenía que decidirme ya. Al día siguiente tenía que estar en San Rafael si o si (12-15 horas de trayecto). Era con ella o sin ella, pero debía hacerlo en ese momento, sino no llegaría.
Me levanté, la miré mientras dormía y ahí lo vi. Todo iba a ser mejor si nos separábamos, tenía muchas dudas, yo necesitaba pensarme más lo de tener una compañera tan pronto (y con dudas no se va a ningún sitio).
Le escribí una nota con todo lo que pensaba (si, fui un poco cobarde, pero no me quedaba otra si quería salir hacia mi destino), deseándole lo mejor en la vida y esperando que esta nos reuniese en una situación diferente, no quería dejar nada sin hablar, las palabras no dichas son las que más pesan a cabo de los años y creía que ella me entendería. Cogí la mochila y salí del hostal, directo hacia la entrada de la ciudad y dispuesto a hacer dedo.
Pero no pude, no podía huir de esa manera, no soy de esas personas que pueden dejar las cosas sin hablar o desaparecer sin más. Volví, la desperté, le dí la nota. Las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas y me abrazó, me dijo que no me quería perder pero que me entendía, que ella estaba dispuesta a acompañarme a donde sea pero solamente si yo quería. Nos despedimos, me dio su correo por si alguna vez iba a Francia y me fui.
Durante los kilómetros que recorrí hasta llegar a las afueras, mi mente empezó a jugarme malas pasadas y a dudar sobre lo que había hecho, pero cuando me paré en un lado de la carretera para levantar el dedo, decidí no mirar atrás, solamente hacia delante, todavia me quedaba mucho camino por andar y no llegaría hasta Alaska si mis pies empezaban a dudar sobre el suelo que pisaban y sobre la persona que sostenían. Me quedé con lo vivido y cerré uno de mis futuros posibles.
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