Ganador del Premio Alfred Bauer y del FIPRESCI en Berlín 2012, Tabú (Ídem, Portugal-Brasil-Francia-Alemania, 2012), tercer largometraje del (casi) desconocido en México Miguel Gomes (A Cara que Mereces/2004 aún no vista por mí, encantadora obra mayor Aquel Querido Mes de Agosto/2008, presentada en la Muestra de la Cineteca del 2009) es una inclasificable pieza fílmica que trasciende con mucho al mero pastiche cinefílico, por más que por el idéntico título y el nombre de sus episodios, la cinta de Gomes nos remita, inevitablemente, al clásico Tabú (1931) de Murnau. Como en su anterior película, Aquel Querido Mes de Agosto, el cinecrítico vuelto cineasta Gomes nos presentan una historia bastante convencional -en este caso, una tragedia de amor- a través de una caprichosa estructura narrativa. Tabú está dividida en tres secciones: un prólogo y dos secciones, "Paraíso Perdido" y "Paraíso", que es el nombre de las dos secciones, aunque en orden invertido, de los segmentos del Tabú de Murnau. En el preámbulo, en blano y negro, y de poco menos de 6 minutos de duración, una voz en off -del propio Gomes, de hecho- nos cuenta la historia realista-magicosa de un "intrépido explorador" (el coeditor Telmo Churro) que, dice la leyenda, huyó a Africa para calmar su dolor por la muerte de su amada. Como esto le resulta imposible -el fantasma de la mujer se le sigue apareciendo en todas partes-, el tipo se quita la vida echándose a un río... en el que lo espera un cocodrilo con las fauces abiertas. Este prólogo finaliza cuando vemos al fantasma de la mujer acompañado por un cocodrilo "triste" y "melancólico". Sin más, pasamos a la primera parte de la cinta, filmada en blanco y negro, en 35 mm y ubicada en el Lisboa contemporáneo -el "Paraíso Perdido" del título de este primer segmento-, en la que una activista/economista de edad madura, Pilar (Teresa Madruga), vive preocupada por el destino de su vecina, Aurora (Laura Soveral), una anciana paranoica y jugadora compulsiva que, a punto de morir, le pide a Pilar que busque a un tal Gian Luca Ventura, que vive en alguna parte de Lisboa. Demasiado tarde: el anciano (Henrique Espírito Santo) no llega a tiempo para ver a la mujer que, alguna vez, fue su amante. En la segunda parte, "Paraíso", también en blanco y negro pero filmada en 16 mm, Ventura le cuenta a Pilar, a través de su bien modulada voz en off, la historia de amor pasional entre él (Carlotto Cota, con apostura de héroe de película hollywoodense de matiné) y la joven Aurora (guapísima Ana Moreira), una heredera independiente e indómita, casada con un buen tipo (Ivo Müller) que la adora. El amor prohibido entre ella y Ventura -baterista, por cierto, de un cuarteto musical sesentero (¿?)- terminará en tragedia y separación. La historia, insisto, es casi trivial. La manera en la que Gomes cuenta la historia, no. El juego fílmico del cineasta nunca se agota entre alusiones, caprichos, digresiones y rompimientos narrativos formales: alusiones cinefílicas ya mencionadas al Tabú de Murnau y su historia de amor trágico en sitios "exóticos" -con Murnau, en Bora-Bora; con Gomes, en África-; alusiones juguetonas autorreferenciales -la mascota de Aurora es un pequeño cocodrilo al que apoda "Dandy"-; los caprichos en forma de subtramas que terminan en ningún lado -la muchacha polaca que no quiere quedarse con Pilar-; las digresiones encantadoras casi buñuelianas -el largo sueño que le cuenta Aurora a Pilar con un fondo fuera de foco y en movimiento-; los rompimientos narrativos formales -el largo flashback de la segunda parte que nunca se cierra. Y habría que mencionar, además, el uso clave de la música -en este caso, el cover de "Be My Baby", entonado por Les Surf, que inicia escuchándose como una burla camp para terminar resultando genuinamente emotivo- y la puesta en imágenes de la segunda parte que, como ya anoté, está realizada en 16 mm. con la voz en off narrativa del Ventura anciano, sin que escuchemos los diálogos de Ventura y Aurora jóvenes. Se podría decir que se trata de un homenaje al lenguaje fílmico silente de fines de los años 20's -se escucha la música y diversos efectos sonoros- aunque el tipo de interpretación de los actores, a diferencia de, digamos, El Artista (Hazanavicius, 2011), no nos remite, para nada, a la época silente. Típico de Gomes: en cuanto uno quiere encajonar Tabú -o la aun más lograda Aquel Querido Mes de Agosto- en alguna categoría genérica/estilística, la cinta se escapa entre los dedos, cual puñado de arena. Huidizo el cine del señor Gomes. Y digno de revisitarse una y otra vez.
Ganador del Premio Alfred Bauer y del FIPRESCI en Berlín 2012, Tabú (Ídem, Portugal-Brasil-Francia-Alemania, 2012), tercer largometraje del (casi) desconocido en México Miguel Gomes (A Cara que Mereces/2004 aún no vista por mí, encantadora obra mayor Aquel Querido Mes de Agosto/2008, presentada en la Muestra de la Cineteca del 2009) es una inclasificable pieza fílmica que trasciende con mucho al mero pastiche cinefílico, por más que por el idéntico título y el nombre de sus episodios, la cinta de Gomes nos remita, inevitablemente, al clásico Tabú (1931) de Murnau. Como en su anterior película, Aquel Querido Mes de Agosto, el cinecrítico vuelto cineasta Gomes nos presentan una historia bastante convencional -en este caso, una tragedia de amor- a través de una caprichosa estructura narrativa. Tabú está dividida en tres secciones: un prólogo y dos secciones, "Paraíso Perdido" y "Paraíso", que es el nombre de las dos secciones, aunque en orden invertido, de los segmentos del Tabú de Murnau. En el preámbulo, en blano y negro, y de poco menos de 6 minutos de duración, una voz en off -del propio Gomes, de hecho- nos cuenta la historia realista-magicosa de un "intrépido explorador" (el coeditor Telmo Churro) que, dice la leyenda, huyó a Africa para calmar su dolor por la muerte de su amada. Como esto le resulta imposible -el fantasma de la mujer se le sigue apareciendo en todas partes-, el tipo se quita la vida echándose a un río... en el que lo espera un cocodrilo con las fauces abiertas. Este prólogo finaliza cuando vemos al fantasma de la mujer acompañado por un cocodrilo "triste" y "melancólico". Sin más, pasamos a la primera parte de la cinta, filmada en blanco y negro, en 35 mm y ubicada en el Lisboa contemporáneo -el "Paraíso Perdido" del título de este primer segmento-, en la que una activista/economista de edad madura, Pilar (Teresa Madruga), vive preocupada por el destino de su vecina, Aurora (Laura Soveral), una anciana paranoica y jugadora compulsiva que, a punto de morir, le pide a Pilar que busque a un tal Gian Luca Ventura, que vive en alguna parte de Lisboa. Demasiado tarde: el anciano (Henrique Espírito Santo) no llega a tiempo para ver a la mujer que, alguna vez, fue su amante. En la segunda parte, "Paraíso", también en blanco y negro pero filmada en 16 mm, Ventura le cuenta a Pilar, a través de su bien modulada voz en off, la historia de amor pasional entre él (Carlotto Cota, con apostura de héroe de película hollywoodense de matiné) y la joven Aurora (guapísima Ana Moreira), una heredera independiente e indómita, casada con un buen tipo (Ivo Müller) que la adora. El amor prohibido entre ella y Ventura -baterista, por cierto, de un cuarteto musical sesentero (¿?)- terminará en tragedia y separación. La historia, insisto, es casi trivial. La manera en la que Gomes cuenta la historia, no. El juego fílmico del cineasta nunca se agota entre alusiones, caprichos, digresiones y rompimientos narrativos formales: alusiones cinefílicas ya mencionadas al Tabú de Murnau y su historia de amor trágico en sitios "exóticos" -con Murnau, en Bora-Bora; con Gomes, en África-; alusiones juguetonas autorreferenciales -la mascota de Aurora es un pequeño cocodrilo al que apoda "Dandy"-; los caprichos en forma de subtramas que terminan en ningún lado -la muchacha polaca que no quiere quedarse con Pilar-; las digresiones encantadoras casi buñuelianas -el largo sueño que le cuenta Aurora a Pilar con un fondo fuera de foco y en movimiento-; los rompimientos narrativos formales -el largo flashback de la segunda parte que nunca se cierra. Y habría que mencionar, además, el uso clave de la música -en este caso, el cover de "Be My Baby", entonado por Les Surf, que inicia escuchándose como una burla camp para terminar resultando genuinamente emotivo- y la puesta en imágenes de la segunda parte que, como ya anoté, está realizada en 16 mm. con la voz en off narrativa del Ventura anciano, sin que escuchemos los diálogos de Ventura y Aurora jóvenes. Se podría decir que se trata de un homenaje al lenguaje fílmico silente de fines de los años 20's -se escucha la música y diversos efectos sonoros- aunque el tipo de interpretación de los actores, a diferencia de, digamos, El Artista (Hazanavicius, 2011), no nos remite, para nada, a la época silente. Típico de Gomes: en cuanto uno quiere encajonar Tabú -o la aun más lograda Aquel Querido Mes de Agosto- en alguna categoría genérica/estilística, la cinta se escapa entre los dedos, cual puñado de arena. Huidizo el cine del señor Gomes. Y digno de revisitarse una y otra vez.