Huck nos debía este relato, y se ha hecho esperar, pero por fin nos desvela el final de su viaje por Asturias y Cantabria. Pasamos de la montaña al fascinante Mar Cantábrico. Y a la vuelta hacia la rutina… un alto en el camino para re-descubrir un paraje único.
Aún nos quedaban cuatro largos días por disfrutar de nuestras minivacaciones por Asturias y Cantabria cuando despertamos en Panes. Allí nos habíamos quedado la noche anterior, después de aquella rutilla desde Puente Poncebos hasta Bulnes. La ventana de nuestro apartamento daba a la parte de atrás del edificio, a un espacio verde y apetecible por el que parecía discurrir un riachuelo que iba a parar al río Deva. Cómo no, Álvaro le echó el ojo y no pudo resistirse a trotar cual “animalillo” por allí antes del desayuno. Teníamos que decidir si nos quedaríamos otra noche más allí, y después de mirar el mapa decidimos que era un buen “campamento base” para luego continuar ruta. En sí misma, la villa de Panes tiene poco que ver (al menos, en este viaje) aparte de alguna iglesia románica y sus robustos edificios y casonas; mucho más interesante es su entorno natural, en el que en los últimos años ha basado su turismo.
“Los Cubos de la Memoria” (A. Ibarrola)
Nuestro siguiente objetivo era Llanes, un lugar emblemático de la costa asturiana y que ninguno de los dos conocíamos aún.
Teníamos claro que íbamos a recorrer la Villa, las callejuelas, el puerto, el espigón… Así que aparcamos el coche en un aparcamiento cercano a la playa del Sablón, encaminándonos después hacia el Paseo de San Pedro. Lo mejor de estos viajes sin organizar son las sorpresas que te llevas; y esta fue una de ellas: un mirador, con barandilla de piedra y una alfombra de césped natural (¡y lagartijas por doquier!), con árboles por todo el camino y desde el que se disfruta de unas vistas inigualables de Llanes. A un lado, las rocas y el mar rompiendo; al otro la playa, el espigón, la lengua de agua entrante…
Un paseo por el casco antiguo (declarado Conjunto Histórico-Artístico) nos devolvió a la realidad porque, siendo 15 de agosto, lo extraño hubiera sido no encontrarnos con alguna fiesta regional. Y así fue: de bruces nos dimos con las fiestas de San Roque. Tras unos vinos y una deliciosa comida, tocaba seguir por las callejuelas, acercarnos al recogido puerto (me sorprendió que estuviera tan dentro de esa lengua de agua) y más tarde al espigón, a contemplar “Los Cubos de la Memoria”, la discutida creación del artista vasco Agustín Ibarrola. He de decir que a mi me gustaron esos bloques de cemento adornados con esos colores y motivos extraños; y contemplar el atardecer con ese toque artístico añadido me parece de lo más bonito. Un buen final de día antes de volvernos a Panes a pernoctar.
La mañana siguiente nos sorprendió con otra fiesta, esta vez a la salida de Panes, “Grupo de Gaitas de la ciudad de Oviedo” incluido. Bonita despedida de la villa… pero teníamos que continuar nuestro camino.
Vista desde la Cueva del Pindal
Ya que habíamos tenido unos cuantos días de travesías montañeras, y además ya me había picado a mi el gusanillo marinero anual (porque no sé si sabéis que yo, para ser persona y recargar energías, debo ver el mar por lo menos una vez al año…), a la mañana siguiente decidimos que los próximos dos días los pasaríamos cara al mar. Pero antes, una última incursión en la costa asturiana. Habíamos oído hablar de un lindo paraje escondido, cerca de la desembocadura del río Deva: la Cueva del Pindal, en la Punta de San Emeterio, cerca de Pimiango. Para allá que nos fuimos, a pesar de pillarnos “a contracorriente”, pero desde luego que mereció la pena el desvío. Se trata de una cueva prehistórica, con pinturas rupestres descubiertas a principios del siglo xx. Lamentablemente, llegamos en un momento en no estaba abierta al público, pero sin duda merece una visita. No en vano está declarada como bien de interés cultural e incluida en la lista de Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. Pero no fue una visita en vano, porque el entorno por sí solo ya merece pararse y pasar un rato por sus caminos y sus peñascos mirando al mar.
Siguiendo ruta hacia el este, y fieles a nuestro espíritu inicial de no saber dónde pasar la noche, pensamos: “vamos tirando, y nos quedamos donde encontremos algún sitio para dormir”. Pero ¡ay!… Sí, lo que estáis pensando: era 16 de agosto, costa y nada reservado. Bueno, lo interesante fue la de costa cántabra (ya habíamos pasado la frontera) que pudimos recorrer en coche ese día. Íbamos pensando, como en las noches anteriores, en posadas, habitaciones, casas rurales… Nada de nada.
Alrededores de la Punta de S. Emeterio
Ría de la Rabia
En San Vicente de la Barquera ni siquiera lo intentamos (además, estaba demasiado cerca); pero sí atravesamos la villa marinera y cruzamos el puente sobre la ría. Este lugar tiene algo especial para mi. Atravesando el Parque Natural de Oyambre por la carretera CA-236 (que luego se convierte en la CA-131) se llega a La Rabia, donde se come bastante bien en el restaurante de carretera del mismo nombre, en la misma ribera del Arroyo del Capitán. La Ría de la Rabia es un humedal muy recomendable para pasearlo o para ir en bici, ya que cuenta con un camino de unos 2,5 km que llega hasta la próxima localidad de Comillas. Allí, en Comillas, tuvimos el mismo pensamiento que en San Vicente; aunque es un lugar precioso, una localidad tan turística en esta fecha iba a llevarnos la tarde entera encontrar alojamiento. Seguimos ruta, pues, por la misma CA-131, recorriendo una costa fascinante en su paisaje: Cóbreces, Toñanes… La carretera nos llevaba a Santillana del Mar, otro de los iconos de la zona; pero decidimos (decidí…) tomar la CA-137 (y después la CA-351) que se acercaba más al mar, pensando que quizá lo tuviéramos más fácil por un camino menos transitado… Ubiarco, Tagle… y ¡finalmente Suances!
Se nos empezaba a echar la tarde (y pronto la noche…) encima, así que decidimos probar suerte en el Camping de Suances. Para algo habíamos llevado la tienda de campaña, y aún no la habíamos tenido que utilizar. Casi no lo contamos, porque estaba bastante lleno, pero por suerte somos pequeños y ocupamos poco ☺ Está situado en un lugar privilegiado de la ciudad, con unas bonitas vistas, a 100 metros de la playa de La Concha y a menos de 1 km de la playa de Los Locos; desde esta última se puede disfrutar de la mejor puesta de sol de la zona. Muy cerca de esta playa (más bien, por encima…) se encuentra la Punta del Torco, donde se encuentra el faro de Suances, también llamado Faro de la Punta del Torco de Afuera. A pesar de que no se puede acceder al pie mismo del faro, os podéis imaginar que aquí la panorámica tampoco defrauda.
En Suances pasamos los últimos días de nuestro periplo por Asturias y Cantabria. Pasear por la playa de la Concha al atardecer, cuando la marea está baja, es uno de sus encantos. Tomar el sol (como las lagartijas que vimos en Llanes) no es nuestro pasatiempo preferido, pero de vez en cuando un descanso playero tampoco viene mal; después de buscar algún lugar no demasiado abarrotado, tuvimos que claudicar si queríamos pisar la arena y, finalmente, acabamos bocata en mano en la cercana playa de Tagle, un lugar al que habría que volver el invierno, sin bañistas, para disfrutar de él como se merece. La última noche nos acercamos a ver la mencionada puesta de sol en la playa Los Locos, un momento mágico que compartimos con multitud de personas que hacían exactamente lo mismo: admirar la naturaleza desde el camino que baja a la playa.
Al octavo día desde el inicio de nuestra pequeña aventura ya nos tocaba volver a la rutina de la gran ciudad. Así que, con los deberes hechos y el descanso merecido, pusimos rumbo a casa. Pero yo aún le reservaba una sorpresa a mi acompañante… Siendo adolescente hice un viaje parecido con mis padres por el norte, también sin nada prefijado, aunque anduvimos por otros lugares. Sin embargo, había un punto que yo quería repetir, en parte también para que mi partenaire lo disfrutara como yo. A él le gustan los animales tanto o más que a mi, así que no podíamos irnos de Cantabria sin para antes por el Parque de la Naturaleza de Cabárceno. No es que nos pillara exactamente de camino, pero el pequeño desvío merecía la pena, aunque hiciera el viaje de vuelta un poco más cansado. Este parque merecería una entrada aparte (y quizás la hagamos…). Por el momento baste con esta pequeña muestra de fotografías, para dejaros con la miel en los labios…
Huck
El mar… y una parada singular en 325 km por #Asturias y #Cantabria (y III) Follow @@inshalablog