Cuando hemos llegado al minuto 28 de Leones (Argentina-Holanda-Francia, 2012), opera prima de la artista visual/plástica Jazmín López, finalmente tenemos claro de qué va la película. No es que sea tan importante -la casi táctil puesta en imágenes provoca que no despeguemos los ojos de la pantalla-, pero de todas formas es en ese momento cuando todas las piezas terminan encajando... aunque después, hacia el minuto 48, el filme termina cambiando de piel. Cinco muchachos -dos mujeres, tres hombres- de clase media alta deambulan por un bosque del interior argentino. La steadycam manejada por Matías Mesa (y Pablo Villarreal) sigue en interminables tracking-shots a los cinco jóvenes que caminan, aparentemente, sin tener claro cuál es el rumbo. En algún momento se paran al lado de un lago, nadan en él, juegan al voleibol con una pelota imaginaria, siguen caminando, se topan con una casa en medio del bosque, discuten, bromean, pelean... Uno de ellos se muestra como un experto en cierto juego literario/intelectual hemingwayano -crear frases con solo seis palabras- y desafía a todos los demás a seguirlo. Al inicio, la exasperación puede ganarnos: después de todo, en muchas ocasiones no sabemos ni siquiera quién está hablando, pues la cámara toma a los muchachos por la espalda, mientras caminan y hablan. Aparentemente, no está pasando nada; hasta que, poco a poco, nos vamos dando cuenta que durante los apretados 80 minutos de duración del filme -y, especialmente, antes de ellos- ha pasado de todo. Los cinco muchachos son dos hermanos, Sofía y Arturo (Macarena del Corro y Pablo Sigal); Niki (Diego Vegezzi), que no suelta una grabadora portátil en la que escucha una y otra vez el Concierto para Piano y Orquesta número 5 de Bach, con voces claves incluidas; la solitaria Isa (Julia Volpato); y Félix (Tomás Mackinlay), quien en algún momento terminará haciéndole -y haciéndose a sí mismo- un favor a Sofía. Arturo, por cierto, quisiera hacerle ese mismo favor a Isa, pero ella no parece estar muy interesada. Las tomas largas, extendidas, de la steadycam dirigida por el especialista Mesa resultan hipnóticas y la realizadora debutante aprovecha la experiencia de su cinefotógrafo para entregarnos una fascinante coreografía en las que los cinco jóvenes actores aparecen y desaparecen del encuadre, mientras la cámara (casi) siempre móvil avanza en perfectos tracking shots, panea elegantemente, captura en 360 grados todo lo que está a su alrededor o se sumerge en el lago, junto con los muchachos, como si se tratara de otro personaje más en este paseo insensato -pero siempre sensible- por un bosque que pareciera mágico. Pero no: la magia, elusiva y misteriosa, está en la puesta en imágenes de la directora López y su cinefotógrafo Mesa.
Cuando hemos llegado al minuto 28 de Leones (Argentina-Holanda-Francia, 2012), opera prima de la artista visual/plástica Jazmín López, finalmente tenemos claro de qué va la película. No es que sea tan importante -la casi táctil puesta en imágenes provoca que no despeguemos los ojos de la pantalla-, pero de todas formas es en ese momento cuando todas las piezas terminan encajando... aunque después, hacia el minuto 48, el filme termina cambiando de piel. Cinco muchachos -dos mujeres, tres hombres- de clase media alta deambulan por un bosque del interior argentino. La steadycam manejada por Matías Mesa (y Pablo Villarreal) sigue en interminables tracking-shots a los cinco jóvenes que caminan, aparentemente, sin tener claro cuál es el rumbo. En algún momento se paran al lado de un lago, nadan en él, juegan al voleibol con una pelota imaginaria, siguen caminando, se topan con una casa en medio del bosque, discuten, bromean, pelean... Uno de ellos se muestra como un experto en cierto juego literario/intelectual hemingwayano -crear frases con solo seis palabras- y desafía a todos los demás a seguirlo. Al inicio, la exasperación puede ganarnos: después de todo, en muchas ocasiones no sabemos ni siquiera quién está hablando, pues la cámara toma a los muchachos por la espalda, mientras caminan y hablan. Aparentemente, no está pasando nada; hasta que, poco a poco, nos vamos dando cuenta que durante los apretados 80 minutos de duración del filme -y, especialmente, antes de ellos- ha pasado de todo. Los cinco muchachos son dos hermanos, Sofía y Arturo (Macarena del Corro y Pablo Sigal); Niki (Diego Vegezzi), que no suelta una grabadora portátil en la que escucha una y otra vez el Concierto para Piano y Orquesta número 5 de Bach, con voces claves incluidas; la solitaria Isa (Julia Volpato); y Félix (Tomás Mackinlay), quien en algún momento terminará haciéndole -y haciéndose a sí mismo- un favor a Sofía. Arturo, por cierto, quisiera hacerle ese mismo favor a Isa, pero ella no parece estar muy interesada. Las tomas largas, extendidas, de la steadycam dirigida por el especialista Mesa resultan hipnóticas y la realizadora debutante aprovecha la experiencia de su cinefotógrafo para entregarnos una fascinante coreografía en las que los cinco jóvenes actores aparecen y desaparecen del encuadre, mientras la cámara (casi) siempre móvil avanza en perfectos tracking shots, panea elegantemente, captura en 360 grados todo lo que está a su alrededor o se sumerge en el lago, junto con los muchachos, como si se tratara de otro personaje más en este paseo insensato -pero siempre sensible- por un bosque que pareciera mágico. Pero no: la magia, elusiva y misteriosa, está en la puesta en imágenes de la directora López y su cinefotógrafo Mesa.