3/365 Escritos cosméticos

Por Marikaheiki

Este es el día 3 de 365 días de escritura.

Lo que hubo antes

¿Y si…?

Paso el día escarbando preguntas acerca de qué escribir. Hay días sin musas, días con perros y vino tinto, días en los que uno se hace regalos porque sí, una pieza de vacío argentino y patatas al caliú, un puesto frente al ventanal y el pan con chimichurri y el vino a solas, porque aprender a beber solo es un arte: o te convierte en maldito o te hace sentir solo.

¿Qué más da? No se aflojan las cuerdas. Del mismo modo que volver a montar en bicicleta pasa primero por destensar uno a uno los músculos del cuerpo entero, la escritura provoca agujetas y el primer día quieres (pienso “querés”, no sé si por la pieza de vacío asado o la costumbre de nuestras cartas) dejarlo todo, abrazarte con los brazos las rodillas y decir: para, no más. ¿Y si continuara? ¿Y si continuara con placer?

 —Dame un cigarro, que me lo merezco.

—¿Quieres más vino, también?

—Un café mejor, porque hoy no durmió en casa el hombre, pero eso qué más me da ahora, ¿no es eso?

—Tú siempre esperando demasiado.

—Sería extrañísimo esperar demasiado poco.

 Al salir, resbalo y él me agarra y me saca de encima el susto. <> alcanzo a decirle antes de casi chocarme contra la valla. <<¡Vaya peligrosa eres!>>. Dos veces en un mintuo. Será el vino —fresco, en contra de lo acostumbrado— será el vacío argentino a la brasa, la urgencia por llegar a casa y sentarme al sol de la balconada al patio, bendito Cerdá y los patios, bendita arquitectura natural como montañas.

Lo que hubo un poco después

Que se tenga que utilizar el sexo para que la atención se enfoque, no me gusta. Eh, pene, condones, sadomasoquismo, pezones, voyeurismo. Vas a seguir leyendo ahora, ¿no es cierto? Pavlov y sus teorías no nos dejaron muy lejos de los perros. Babeando.

Qué más da. ¡No me siento libre! No voy a publicar todo esto, maldito diálogo de la conciencia con el más allá, no me libero. Imaginá qué podríamos hacer ahora.

Imagino que escribo: <> y me siento culpable escribiendo estas palabras. ¿Qué somos libres, pinche? ¡Huevón! Ni lo que más quisieras tú. Me saltan los acentos: soy mexican, soy eslava, tengo flores y horquillas en el pelo y los perros ladraron en la calle justo cuando tocaron las cinco. ¿Viste? ¡Huevón otra vez! Te lo inventaste todo. ¿Qué iba a hacer si no, mamita? No queda café ni cigarro puro, y escribo puto, puto cigarro, ve, andáte, hacé el café, no te demores más mi amor, no te demores.

Lo que pasó justo antes del final

—Maga, se me fue la olla. Mira lo que escribí: esto no lo puedo publicar.

—Tengo una idea…

Y así surgieron los Escritos Cosméticos.

Lo que pasó al final de todo

Un escrito cosmético es solo un eufemismo de las palabras que uno se pone para ponerse guapo.

Desnudémoslas.

Empezamos por los arces. Enormes árboles alados, lo único que disfrutan es el roce entre las abejas y sus cortezas. Se excita la salvia.

Continuemos con las arañas: con sus dieciséis patas invisibles erizan los pezones de los pájaros.

Sigan los carrouseles. ¿No viste nunca cómo se montaban los caballos, los unos a los otros? Tranquilidad en el Valle de Salazar, escritos pirenaicos.

Llegan los orgasmos atrapados entre las rocas. Sobre eso, poco tengo que decir.

Se vuelven los cronopios animales cuando suena la flauta y corre el vino. Animales.

Helados los labios bajo el carmín poético, desnudémoslos.

Que se corrijan las asístolas de los sexos de los atardeceres.

Voltea la pirámide y es un libro de Henry Miller.

Antagónicas fuerzas que cometen suicidios por un puñado de fresas.

¿Qué decías? Escritos cosméticos

a la orilla de las pieles encontradas.