34. La Carmelita o cómo aprendí a amar la sala de l'esperit del temps

Por Lagunamov @Lagunamoc

Atención, esta entrada tiene algo de contenido filosófico. Si eres de esos a los que no les gusta reflexionar y prefiere meterse un ciego para vivir la vida, quizás te estés equivocando de blog.
Teo Alarcón
El tiempo es, sin ninguna duda, una de las grandes obsesiones del hombre del siglo XXI. Todo lo hacemos teniendo en mente esta magnitud: cuánto nos ocupa trabajar,comer, ver a los amigos o amar a nuestra pareja. Estamos atrapados dentro de un reloj que no para de ir hacia adelante.

Como consecuencia de estas eternas agujas que no paran de girar, vivimos una vida que no está volcada en el presente, somos a la vez uno y tres (no, no me refiero a la trinidad jeje, sino a los tres tiempos). Los recuerdos, las esperanzas, las ilusiones, etc configuran un cerebro que está más pendiente de estar en cualquier otro lado que en el que está.
Vamos al cine y ya estamos pensando donde vamos a cenar. Quedamos con nuestros amigos y no paramos de mirar la hora porque luego tenemos que encontrarnos con otros.
Esto ha derivado en una especie de existencia que no vive solamente el presente, sino que también mira hacia el futuro e incluso al pasado. Las cosas las hacemos con vista a los resultados que nos darán, pero también pensando sobre los resultados que nos dieron. El ser humano es un animal que vive dentro del tiempo y es este es uno de sus elementos definitorios.
¿Cómo es el pasar del tiempo cuando se está de viaje? ¿Se puede decir que el viajero sigue dentro de los límites del tiempo o, por el contrario, está afuera?

Estaba en un nuevo voluntariado y eso implicaba que tenía que volver a adaptarme a un nuevo lugar, pero estaba vez no estaba sólo, tenía otros 3 voluntarios conmigo : Una chica de Nueva York llamada María, una alemana que se llamaba Carolina y un sueco, Adrián. A los 15 días de llegar yo a la finca, los dos últimos se fueron y llegó una pareja australiana, Alex y Lori. Muy majos todos, nos hicimos amigos enseguida y estuvimos muy unidos durante nuestra convivencia en La Carmelita.
Ellos me enseñaron lo que había que hacer y cómo funcionaba todo. La primera semana fue rara por esto mismo, la finca era muy grande y aprenderme todo me costó. Debido a que tengo muy mala memoria para algunas cosas, fue difícil.
La preparación de la comida de los caballos, la de las llamas, donde iban todos los utensilios de la cocina, el nombre de las habitaciones y un largo etc de cosas mantuvieron mi cabeza ocupada durante esos primeros días. Quería hacerlo bien.

Carolina en una de nuestras excursiones

Aunque había muchas cosas por aprender, el trabajo no era nada difícil. Empezaba el día alimentando a los perros, luego iba a los caballos y a las llamas, después a las gallinas y, por última los gansos. Eso me ocupaba unos 45 minutos, cuando terminaba, me encargaba de cosas que había apuntado Nicole en la lista diaria de tareas hasta la hora de comer.
Esas tareas iban desde arreglar el extractor de la cocina a quitar las cacas de los perros. Eran bastante variadas y aprendí una barbaridad sobre el trabajo que se hace en el campo. Por ejemplo, con Gustavo, el novio de Nicole, plantamos vides y parecía que crecían, así que algo me enseñaron.

¿Qué comía? Allí no eran veganos, así que de todo. María, Carolina, Nicole y luego Lori, eran unas excelentes cocineras y cocinaban platos dignos de restaurante: pizzas caseras, quishes, pollo al horno, asados, lasañas, ñoquis, etc. Yo, como no soy un experto chef ni mucho menos, hice alioli muchas veces (les encantaba) y, antes de irme, les cociné una fideuá (que me salió estupenda por cierto), pero casi todos los días las master chefs eran ellas.
Como podéis leer, la experiencia en la finca La Carmelita fue muy diferente a la de Arriba la Luna. Si no fuera por las pocas horas de trabajo que tenía por la mañana, podría decir que era como estar hospedado allí, tenía casi una vida de hotel.Por las tardes, nos juntábamos y jugábamos a las cartas o a rumick mientras bebíamos vino y comíamos queso, vamos, un infierno jeje. Las aventuras de mi viaje se suspendieron durante ese mes, tuve una vida muy tranquila y rutinaria (que no por ello peor, todo lo contrario, agradecí esa tranquilidad que desde hacía meses no tenía).
Cuando tenía ganas de emociones fuertes me conformaba con jugar con los perros (me encantaban, había una que se llamaba Ría que me recordaba a mi perra y le cogí mucho cariño, siempre estaba con ella haciendo el tonto) montar a caballo o molestar a Nicole haciendo alguna broma que no entendiese (vale, también descubrí seriacas como Orange Is The New Black).
De vez en cuando cogíamos el coche y nos íbamos a explorar los alrededores, recuerdo que, una vez, fuimos a un lago cercano que era alucinante. Parecía que estuviésemos en el mismísimo cañón del colorado. La tierra que lo rodeaba era roja roja.
Mientras exploramos esas tierras coloradas, divisé dos figuras que estaban tumbadas. Me acerqué y vi que eran dos argentinos tomando la siesta con media panza al descubierto. Qué auténtico! No me pude resistir y fui sigilosamente hasta delante de ellos y les saqué una foto. Menos mal que no se despertaron! Jejje. Imaginad que os levantáis de la siesta y véis que un chico os está sacando fotos!

San Rafael y Mendoza son famosas por sus viñedos y bodegas, así que tampoco faltó una visita guiada con degustación incluida a una de estas atracciones turísticas. Bianchi creo que se llamaba, la recomiendo encarecidamente, por 60 pesos nos hicieron un tour y una cata de 4 vinos (con sommelier incluido).
Como punto gracioso de esta entrada, me gustaría contaros que una vez que fuimos a un restaurante alemán, al acabar los postres, la dueña (amiga de Nicole) vino y vio que nos habíamos dejado líquido de helado (de ese que queda en el plato siempre). Entonces me dijo que abriese la boca, la abrí y empezó a apurar el plato y a darme cucharadas como si fuese mi madre. Me quedé con la boca abierta nunca mejor dicho.

Ría, de los 6, era mi favorita

A parte de estas curiosidades, hay poco más que destacar. Tuve un mes y pico muy tranquilo y feliz en esa finca (y una de las huéspedes, al ver que mi ruta pasaba por San Francisco, me dio su dirección para que me quedase en su casa cuando llegase). De los mejores recuerdos que me llevo del viaje, el día a día allí era maravilloso, siempre hablando de cosas interesantes con Gustavo y Nicole o pasando un buen rato con los otros voluntarios. Me quedo con una gran cantidad de cosas de mi estancia allá.
Ese período de tranquilidad, me permitió pensar mucho sobre el tiempo y cómo varía este durante un viaje, todo empezó gracias a que noté algo muy curioso que nunca me había pasado.

Una tarde, un megaincendio acabó con toda la vegetación de alrededor de la finca. Fue increíble.

Yo, en aquella finca, perdí por completo la moción del tiempo. Todos los días eran iguales, solamente los diferenciaba un número en el calendario. Me acabé dando cuenta de que, esa obsesión que siempre está en nuestras vidas no es otra cosa que una mera invención humana.
El tiempo en sí no existe, es solamente una magnitud de los hombres para tener organizados los hechos importantes que pasaron en un pasado y en un futuro, pero que si vivimos el presente, el tiempo es nada.
Un animal no vive dentro del tiempo, para él solamente existe el aquí y el ahora, lo que pasa. Lo que pasó y lo que pasará no existen en su ser, cuando algo no está ocurriendo en ese momento ya no es. Se puede decir que el ser humano es el único que vive inmerso en el tiempo debido a la memoria y la imaginación, estas nos permite organizar las cosas que ocurrieron y planear lo que será. Sin ambas facultades no tendríamos ni ayer ni mañana.

Podemos intuir, por lo tanto, que nosotros somos los creadores del tiempo, ni Dios ni leches. Nuestra especie es la que empezó a mirar hacia el pasado y hacia el futuro y entonces creó el tiempo. La memoria y la consciencia son los ingredientes de la receta para cocinar una historia y un reloj. Si algún día dejamos de existir, todo volverá a ser un instante infinito sin miradas atrás ni más allá, el tiempo se disolverá y no será.Eso que nos esclaviza es nuestra propia creación.
Cuando se viaja sin billete de vuelta también se da esta situación de disolución del tiempo. El calendario al que estamos acostumbrados en nuestra vida "real" ya no tiene validez alguna y solamente nos guiamos por las llegadas y las partidas de los sitios. Nada más. Nos libramos del mañana y del ayer y nos centramos en el ahora, en el viaje.

Mucha gente dice que el viajar es el verdadero vivir y yo creo, en parte, que una de las razones de eso es ese volcado en el presente que uno tiene al viajar. Nuestra actitud cambia al no tener tiempo y nuestra mente, al no tener que preocuparse de nada más, se centra en el instante y en el momento. Nuestros sentidos, al no estar obstaculizados, por las eternas preocupaciones temporales de la psique, son más fuertes y nuestra existencia es más terrenal. El viajero real es aquel que traspasa las finas capas temporales para llegar a una dimensión más real, más salvaje.
Bueno, no os voy a aburrir más con mis rollos filosóficos jeje. Al acabar los 40 días que estuve allí, me despedí de esa que ya era casi mi familia y Nicole me llevó a la entrada de San Rafael.

Lori, Maria, Yo, Nicole y Alex

Por el camino me estuvo contando que ella y Gustavo iban a ir a Paris en el 2016. Durante su estancia en la capital francesa, ellos querían aprovechar para hacer una quedada con los voluntarios que habían estado en La Carmelita y yo estaba invitado, acepté claramente. Nicole y Gustavo eran unas personas geniales y me habían hecho sentir como en casa, así que sería un placer volver a verlos de nuevo una vez que acabase mi aventura.
Se despidió de mí deseándome lo mejor y me planté en la carretera otra vez. Tras ese oasis en mitad del desierto que suposo esa finca, tocaba ir a Uspallata, el pueblo, bajo la sombra del Aconcagua, que vería mis últimos días en Argentina. Tenía que llegar antes del mediodía si quería comer, lo que me daba 5 horas, miré el reloj y noté que el tiempo volvía a fluir.
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