Autor: Jorge Bucay. Ya de vuelta tras emplear la última semana en recorrer el “Camino de Santiago”. Y en el retorno, obviamente, la primera entrada dedicada a este milenario recorrido transitado cada año por gentes llegadas hasta Galicia desde cualquier rincón del mundo y que no deja de representar una metáfora perfecta de la vida.
Ante ti decenas de kilómetros (o de años, siguiendo con la metáfora) con terrenos desiguales, serpenteantes y quebrados, plagados de trampas en forma de subidas angustiosas y bajadas temerarias. Con rectas de inabarcables límites y curvas que nunca sabes qué encubren. Asfalto, piedra, arena, barro, hojas secas, agua… el suelo que pisas resulta tan irregular, que debes enfrentarte a él intentando descifrar con talento cada siguiente paso, para evitar perder pie y resbalar, lo que a su vez te hace estar alerta sin sosiego. Y con ojos nuevos para cada senda (o para cada día) dando cabida a los lugares inesperados y a la belleza por sorpresa que te encuentra en cualquier recodo.
El esfuerzo, a veces extenuante, te hará detenerte a reposar y recuperar el aliento perdido. Crees ingenuamente que tú marcas el ritmo, pero el camino (la vida) es el que te marca de verdad el compás a seguir poniéndote en tu sitio a cada zancada; pulso en el que debes medirte para llegar hasta el final sin vaciarte y en el que hay momentos en los que te colma el desánimo y que alternas con la euforia propia de la conquista de las metas intermedias.
Muchas veces, como en la vida, dudarás de hacia dónde debes de ir y sin embargo, otras verás claramente la ruta. Y te encontrarás a lo largo de la travesía compañeros de viaje, algunos de los cuales perderás mientras avanzas y otros te acompañarán ya hasta el final… como en la vida.
Creerás haber llegado y aún te faltará tanto que dudarás de no haber extraviado tu noción del tiempo y también sentirás muchas veces el dolor y acaso el miedo de creer que no podrás terminar.
Pero no estarás solo: ayuda y te ayudarán, apoya y te apoyarán. El camino es una suerte de fraternidad que une más allá de cualquier diferencia. Te reconocerás en cada uno de los que caminan y te preguntarás cuál habrá sido su impulso y qué les habrá llevado a estar donde estás tú.
Y tendrás a tu lado a quien mejor conoces, a ti mismo, y tendrás tiempo para hablar contigo cuanto quieras y si no quieres oírte podrás elegir interlocutor: esté o ya no esté, de tu pasado o de tus futuros y decirte o decirles, todo aquello que quizá callaste y que quedó pendiente en tu 'mochila'.
Y cuando la meta (tu objetivo, tu ideal perseguido) se desvela por fin en el horizonte, el dolor deja paso a la emoción y al íntimo orgullo de constatar que pudiste alcanzar lo que pretendías y ese premio no es diferido, sino instantáneo, porque la recompensa consiste simplemente en llegar.
¿Y después? Cuando concluyas irremisiblemente algo te cambia por dentro, porque el camino se hace para mejorar y nadie sale de una experiencia así siendo el mismo que fue, sino alguien mucho más acabado y perfecto y más sabio sobre todo, porque se habrá desprendido de todo lo que no resulta esencial y entenderá, por fin, que hay cosas sin las que es perfectamente posible vivir.
Y entonces ya estará preparado para el siguiente reto, aquel que tal vez decidió enfrentar mientras sus pasos le llevaban y que dilataba empezar por miedo a equivocarse. Durante el camino se comprende que, como dice la frase de hoy, una vez se ha hecho la elección, el misterio está resuelto y el resultado de a dónde nos lleve ese camino elegido es lo menos importante. Lo que contará es haberse atrevido y haberse puesto en marcha hacia aquello que soñamos.
Reflexión final: “De cualquier forma, quien es suficientemente perseverante para transitar este camino, si es necio, llegará a ver claro; si es débil, llegará a ser fuerte.” (Confucio)