Mañana hará cuatro años que decidió no vivir más. Mil cuatrocientos sesenta días que llevo haciéndome las mismas preguntas, a sabiendas de que nunca obtendré las respuestas.
Mil cuatrocientos sesenta días escarbando en todos y cada uno de los recuerdos comprendidos en treinta y tres años de amistad, intentado averiguar qué era aquello que tanto necesitaba para continuar, y que ninguno de los que le queríamos supimos darle.
Mil cuatrocientos sesenta días son muchos días. Los suficientes para que el dolor de los primeros meses se enfríe, y pase a transformarse en una sensación inexplicable, de flotar desorientado en la enormidad de un vacío mudo e incoloro.