Me pide Pablo que le haga un análisis del debate (o mejor, para ir dejando ya las cosas claras, del “presunto” debate) en La Noria, de Telecinco. Lo primero que he tenido que hacer ante el encargo ha sido resintonizar la tele. Había borrado el susodicho canal (aprovechando la indignación que me produjo en su momento el cambio de CNN+ por Gran Hermano 24 horas) a fin de no tener que pasar por esa cadena ni siquiera cuando zapeo. Luego, he tenido que aguantar unas dos horas de programa, con extrañas sensaciones que partían del estómago intentando buscar la boca. ¿Cómo es posible que haya gente que aguante hora tras hora, día tras día, este tipo de programas? Ver esta cosa es de esas cosas que no tienen precio, de las que no se pagan con la mastercard. Eso sí, ésta te la guardo, Pablo. A un amigo no se le somete a un suplicio semejante. ¿Acaso te he hecho algo malo?
Participan en un lado de la mesa Virginia Drake (periodista y escritora), Alfonso Rojo (director de Periodista Digital) y el padre Jesús Infiesta (sacerdote y periodista), y en el otro Mila Ximénez (eminencia intelectual), Enric Sopena (periodista de talento, pero degradado en las formas por tanta tertulia estúpida) y Pablo Iglesias (profesor de Ciencia Política, como fuera de lugar entre la grey circundante).
La cosa empieza prometiendo. En la presentación de Pablo, el presentador, Jordi nosequé… comienza metiendo la pata, dando idea de lo bien que se ha preparado el debate, o de la importancia que le da. Confunde el nombre del invitado, Pablo Iglesias, con la supuesta universidad en la que da clase… Y además, ninguna alusión a por qué está en el debate, en calidad de qué, ni al tratamiento que se dio al tema en su programa de televisión, ni a que es firmante del manifiesto de los profesores de la facultad de Políticas, ni a que apoya a Contrapoder… En fin, empezamos bien.
El tema del debate es ¿debe modernizarse la Iglesia? Al hilo de una cámara oculta, en la que, tras un contacto a través de una página, un reportero tiene una “cita” gay con un cura… el fondo del debate se convierte en espectáculo de telebasura. Es más importante recalcar que el cura habla de “las mariquitas religiosas…”, o que afirma que la idea que se les inculca es la de “métela donde quieras pero sé discreto…” que de dotar de contenidos serios a un tema que es importante. Sí se alude a la problemática del celibato sacerdotal o al papel subordinado de la mujer en la Iglesia…, si bien luego nadie profundiza en el debate. No hay referencias, sin embargo, más allá de una pequeña cita en la introducción, a las tensiones que se han generado en relación a la ocupación de espacios públicos por la Iglesia, a los privilegios de que goza en este país… y sólo de pasada se alude a los abusos de sacerdotes, al consumo de pornografía infantil por curas, a la pérdida de alumnado de religión en la escuela pública, o a la cacerolada en la facultad de Geografía e Historia de la UCM.
La introducción comienza a hacerse eterna. Entre publicidad, cortes de vídeo, palabrerío y demás espero que los invitados empiecen a hablar y a dar argumentos de peso en relación al tema. Aunque en el fondo casi prefiero que vuelvan a la publicidad una vez comienzan a hablar. Al margen de la falta de argumentos, me sorprende ver que cualquier memez es respondida con aplausos y gritos de un público supongo que aleccionado. Me sorprende el carácter de espectáculo cutre que tiene un debate que supuestamente debe ser serio. ¿Qué se siente, Pablo? ¿No te da envidia que en La Tuerka no te jaleen cuando dices algo? Toma nota: público para el plató…
Tenía algunas cuestiones apuntadas para situar la posición de cada uno de los invitados, pero renuncio a ello. Me parece tan carente de sentido que no quiero ni poner en papel la incapacidad de los que supuestamente deben aportar información, opinión razonada, y argumentos sobre el tema al que se les invita que hablen. Sí quiero dejar constancia de que en un lado de la mesa siguen teniendo la creencia de que están por encima moralmente, y que su propuesta es de validez para todos, al margen de que queramos o no aceptarla: “la Iglesia somos todos”, dice V. Drake, olvidando que muchos y muchas no lo somos, ni queremos serlo.
De Alfonso Rojo prefiero no hablar. Más que argumentar, escupe y vocifera datos sesgados que sirven para poco. Y Enric Sopena, que da la impresión al principio de que va a aportar cosas interesantes, hace poco más que lo mismo. Cuánto mal han hecho estas tertulias a personas supuestamente inteligentes. Sí me parece interesante que remita a que lo que debería hacer la Iglesia es “leer el evangelio”.
El debate pronto deja de ser algo que pueda ser llamado así para convertirse en uno de esas tertulias marcadas por el belenestebanismo: ¡yo grito más, tendré más razón! Y además, qué es eso de respetar un turno de palabra, de oír el argumento del otro, de tratar de exponer una idea medianamente razonada… Es preferible no dejar terminar de dar unos datos del CIS, o explicar un argumento pensado sobre cómo se produjo la “cristianización” tras la guerra civil en un barrio como Vallecas, o…
Mientras, el presentador se sigue cubriendo de gloria cada vez que abre la boca. En una, llega a decir algo así como que “aquí no hay nadie contrario a la Iglesia, creo…”. Obviamente, no invita a nadie a definirse.
Alguien dijo alguna vez que “si quieres hacerte enemigos, habla de religión”. Pero aquí no pudo ser ni eso. Los temas de religión casi nunca llegan a nada, pero aquí menos que nunca. Si una tipa como Virginia Drake afirma la “provocación de la universidad en la que tú das clase…”. Si el padre Infiesta remite a Cervantes para no aportar nada. Si un tipo como Alfonso Rojo trata de ponerse por encima de un invitado que le rebasa intelectualmente, pero que no “tiene nombre” (en la telebasura, claro), y es capaz de preguntar-afirmar cosas como “¿te habrá interesado alguna vez Harvard…?” después de lanzar un “¿tú de qué eres profesor?” para continuar con un “¡Ah! de ciencia política…” y ya de paso hablar de la mediocridad de la UCM, o de la influencia de Cotarelo (por cierto, catedrático de la UNED, y no de la Complutense) en unos estudiantes que deben ser gilipollas y son fácilmente manipulables… para no llegar a nada, excepto a que el que tiene en frente (E. Sopena) también levante la voz y se monte un diálogo de besugos airados que no permite que se diga nada… ¿qué se puede sacar en claro?
Pues eso, que el programa es una bazofia. Que el supuesto debate es de una miseria (iba a decir intelectual, pero temo ensuciar la palabra hablando de esto) espantosa. Que, por poner algo positivo, por primera vez en mi vida he visto dos horas y pico de un programa de este tipo, con lo que he cargado mi arsenal de argumentos y ahora soy más “poderoso” para cuando alguien trate de venderme ciertas cosas; que… no tengo palabras.
Agradecer la dignidad con la que Pablo ha afrontado la miseria de estar ahí. Agradecer que no haya entrado al trapo de la bazofia. Agradecer que, dentro de unos días, se siente para presentar y moderar un debate de verdad en La Tuerka. Lo positivo de esto es que todavía magnifica más otras posiciones ante lo que debe ser la información y la opinión, un programa serio sobre temas serios, con invitados e invitadas preparados, que saben de lo que hablan, que saben respetar y oír al otro o la otra, que aportan argumentos…, que van a La Tuerka y no a Telecinco.
Y ahora mismo vuelvo a borrar esta cadena. No la volveré a resintonizar, porque no aceptaré otro encargo similar de Pablo. Por cierto, Pablo, no sé cuántas cañas me debes por haberme hecho sufrir de esta manera….