Autor: James M. Barrie. Pocas cosas resultan tan vergonzantes para quien así se expresa y tan avergonzantes para quien simplemente escucha, que presumir de saber de algo de lo que en realidad se desconoce casi todo. En perfecta sentencia de Baltasar Gracián: “El primer paso de la ignorancia es presumir de saber.”
La tolerancia (también podríamos llamarlo tacto o diplomacia... o infinita paciencia) se antoja básica cuando alguien pretende enseñar algo que su interlocutor ya sabe bien. Lo curioso es que si hacerlo así demuestra por parte del que recibe la lección ya aprendida un cierto grado de urbanidad, es inservible, porque uno llega a la conclusión de que los presuntuosos o fantasmas nunca se darán cuenta de sus carencias, confiados en su infinita sapiencia.
La presunción: mostrarse una persona orgullosa de sí misma y alardear de sus propias cualidades, esconde un cierto complejo de inferioridad. Como si la verborrea inagotable sobre un asunto o el recuerdo permanente de lo que se sabe, tratara de evitar que se descubriera el déficit de conocimiento real.
Siendo caritativos podríamos imputar el defecto de la petulancia a un problema exclusivamente juvenil, pero hay que descartarlo, porque hay personas que no se ‘reforman’ de esta tara con los años -que ya se sabe que suelen colocar a cada hombre en su lugar y en su esencia- y continúan ejerciendo el oficio del engreído de por vida.
Todos conocemos ‘fantasmas’, que como tales, pasean por la vida sin ser y sin estar, es decir: inmaterialmente. Sabemos que los jactanciosos, fanfarrones, los orgullosos como pavos reales, y presuntuosos de su erudición, son como una gran vasija vacía de materia y llena de aire. Todos sabemos por el contrario, que las personas más inteligentes y sabias son las que menos ostentación hacen de ello y que en justa compensación, la petulancia es directamente proporcional a la ignorancia, mientras que la sencillez lo es directamente a la sabiduría.
No es posible tener todas las respuestas y puesto que es así, habrá que ser humildes para entender que nuestras posiciones, opiniones y planteamientos, podrán ser firmes y estar sólidamente asentadas en la experiencia, el estudio o la razón, pero en ningún caso son imperecederas e irrebatibles.
Reflexión final: La presunción aleja y se siente como una agresión; la sencillez y la humildad acercan y tienden puentes de concordia. Lo primero es escucharse a sí mismo, lo segundo es escuchar a los demás y hacerles sentir que nos importa lo que nos puedan decir y que escuchándoles aprenderemos y por tanto nos enriqueceremos.