40

Por Siempreenmedio @Siempreblog

30 agosto 2014 por Naima Tavarishka

Pues sí, llegó el día. Mira que llevaba esquivándolo tiempo haciéndome la loca, pero no, no pude, oye. Ayer me cayeron encima 40 castañas. Aunque siempre he sentido cierto rechazo estúpido e ilógico por los número pares —hasta el punto de que de pequeña no podía comerme dos croquetas, sino una o tres—, lo de 40 es como más rotundo. Claro, los amigos y amigas enseguida te saltan con sus mensajes bienintencionados del tipo “lo mejor viene ahora”, “los 40 son los nuevos 30″, “pero si estás estupenda, niña”…

Vale, y eso está genial, pero nadie repara en que desde este momento me podrán llamar cuarentona. Sí, CUA-REN-TO-NA. Fuerte adjetivo feo. ¡A que a los de treinta no los llaman treintones! ¿Ves? Durante años, exactamente 10, fui treintañera, joven pero no inexperta, siempre en ese intervalo guay de no ser una niñata —aunque yo me sigo viendo a veces infantiloide—, pero lejos del puretismo. Eso estaba genial.

Ayer me desperté deseando observar en mí alguna transformación, algún cambio, lo que fuera, daba igual qué, una pequeña raya más en la mano, una nueva mancha solar en el brazo o una odiosa cana que no tuviera registrada. Me detuve ante el espejo y me observé: ¡nada!, la misma cara de zumbada de cuando suena el despertador a las 6:50 de la mañana. Me acerqué incluso más de lo normal a mi reflejo pensando que mi leve miopía -que me niego a admitir- me impedía localizar esa novedad. Pero no la vi y me fui algo ofuscada a trabajar.

Recuerdo cuando mi madre cumplió 40. Yo, en plena adolescencia, veía a mi progenitora como una mujer joven aún pero experta, sosegada, que iba a pasar un fin de semana con sus amigas, y ¡con 40 años nada menos! Si pensar entonces que los 25 eran un cuarto de siglo, como haber atravesado un par de desiertos, como mínimo, ¡imagínense 40!

Sí, ahora me saltan todos diciendo que lo de los años es una estupidez, que chiquita chorrada eso del síndrome de los 40, que al fin y al cabo solo tienes otro día más que ayer. Mi problema es que me sigo viendo pequeña, con responsabilidades las justas y nada afín a eso de “una mujer hecha y derecha”.

Y en este debate me hallo, aceptando que —toco madera— llegará el momento en que cumpla otra decena y otra y otra y, pongo el cuño, seguiré viéndome igual; me pasa que siempre me veo más joven de lo que soy y, claro, el castañazo de la realidad puede ser más duro con esta actitud mía que no depongo. Quién sabe, igual me esté convirtiendo en un Jordi Hurtado más.