Poco después, Johannes Fabricius viajó a la Universidad de Wittenberg, uno de los centros más importantes de la erudición religiosa y científica de la época, allí publicó un libro titulado "De Maculis in Sole observatis et Apparente earum cum Sole Conversione Narratio" (Narración de las manchas observadas en el Sol y su rotación aparente) en junio de 1611.
Otros occidentales que descubrieron las manchas solares de forma independiente al mismo tiempo. Galileo y el jesuita alemán Christoph Scheiner las vieron independientemente, y compitieron amargamente toda su vida acerca de quién merecía el crédito por su descubrimiento. Thomas Harriot, por supuesto, es muy probable que haya sido la primera persona en ver las manchas solares a través de un telescopio en diciembre de 1610. Pero Johannes Fabricius es sin duda el primer occidental en publicar algo sobre este tema. Con tantas observaciones, en tan sólo una generación la mayoría de los europeos aceptaron que el Sol realmente se movía y cambiaba, y que se encuentra en el centro del sistema solar.
Las manchas solares ayudaron a transformar las ideas anticuadas de un sistema geocéntrico. A principios del siglo XIX, investigadores como Heinrich Schwabe y Rudolf Wolf estudiaron el ciclo de las manchas solares y señalaron que sus números sufrían ascensos y descensos a lo largo de un ciclo de aproximadamente 11 años.
Dado que este ciclo de manchas solares comienza con el aumento y disminución de las tormentas geomagnéticas en la Tierra, algunos expertos sugirieron que el Sol podría ser un imán muy fuerte. El inglés Lord Kelvin, sin embargo, rechazó esta idea de forma incorrecta a finales del siglo XIX. En noviembre de 1892, Kelvin señaló que la cantidad de energía necesaria para crear una tormenta geomagnética como la ocurrida ese año el 13 de febrero, fue tan grande que en apenas ocho horas, el trabajo realizado por el Sol sería equivalente al producido durante cuatro meses por el calor "normal" y la generación de luz. Kelvin lo consideraba imposible, y así se dirigió a la Royal Society en noviembre de 1892: "Parece como si nosotros también estuviésemos obligados a concluir que la supuesta conexión entre las tormentas magnéticas y las manchas solares es irreal, y que la conexión aparente entre los períodos ha sido una mera coincidencia."
A pesar de todo, Kelvin no estaba en lo correcto. En 1908, George Ellery Hale fotografió el efecto Zeeman (una técnica que puede demostrar la presencia de un campo magnético) de un espectro de las manchas solares y demostró que las manchas solares eran de hecho un fenómeno magnético. Aun estando lejos de resolver la cuestión de qué eran las manchas solares, este fue el comienzo de una investigación solar aún más intensa.
Puesto que las manchas solares son a menudo la fuente de algunas de las mayores erupciones, fulguraciones solares masivas con energía suficiente para alimentar a todos los Estados Unidos durante un millón de años, los especialista en tiempo espacial desean comprenderlas con el mayor detalle posible. Hoy sabemos que las manchas solares, y su ciclo de 11 años, son una manifestación del complejo material magnético en rotación en el interior del Sol. Hay varias teorías que tratan de modelar el movimiento de este material y cómo se producen estos eructos magnéticos en la superficie del Sol, pero aún no se conoce el mecanismo exacto.
"Todavía no podemos predecir los cambios fundamentales," afirma Goddard Strong. "Y se necesitan predicciones exitosas antes de que podamos afirmar que tenemos algún tipo de conocimiento científico. Por lo tanto, sabemos que estamos pasando algo por alto."
Johannes Fabricius lamentablemente murió en 1616 a la temprana edad de 29 años, por lo que apenas presenció las primeras etapas de investigación solar. Pero ahora, cuatro siglos después de sus observaciones, perdura el legado del misterio de las manchas solares.
Ir a parte 1
Fuente original NASA
Publicado en Odisea Cósmica
¡Suscríbete Ya!