40.000 congoleños expulsados de Brazzaville. Las otras cuchillas de África

Por En Clave De África

(JCR)
Por desgracia, la valla de Melilla no es la única que se alza en suelo africano. Los propios Estados de este continente suelen tratar a inmigrantes y refugiados de países vecinos con una refinada crueldad que no tiene nada que envidiar a las cuchillas puestas por nuestras autoridades en la ya famosa verja o a los CIES donde encierran a los “sin papeles” antes de deportarlos. En bastantes casos, el maltrato que los dirigentes africanos dispensan a sus hermanos sobrepasa con mucho todo lo que nos imaginemos en España, poniendo en evidencia que conceptos como la hospitalidad africana o la solidaridad panafricana tienen mucho de mito. Y si no, vean.

Durante las últimas tres semanas, las autoridades de Congo-Brazzaville han expulsado nada menos que a 40.000 ciudadanos del otro Congo, el de la República Democrática, país que tiene enfrente a la otra orilla del majestuoso río Congo. La operación, denominada “Mbata ya Mokolo” (la bofetada de los mayores, en lingala), ha sido pródiga en abusos de todo tipo y ha merecido la condena de organizaciones de derechos humanos de Congo Kinshasa, sobre todo de la famosa Voz de los Sin Voz, aunque la cólera de los congoleños del Congo Democrático ha ido hasta el punto de que en el país se han alzado numerosas voces pidiendo reciprocidad, que es un nombre elegante que se da a la venganza, es decir, que se trate del mismo modo a los congoleños de Brazzaville en el territorio del otro Congo para que también ellos sufran las amarguras de una expulsión masiva. El gobierno de Kinshasa ha albergado a todos los expulsados en un estadio de la capital, en condiciones infrahumanas, sin alimentos, agua potable suficiente ni sitio para cobijarse, exponiéndoles –para más inri- a enfermedades de todo tipo.

El motivo de esta expulsión ha sido lo que las autoridades de Congo Brazzaville denominan un alza en la delincuencia, fenómeno del que culpan a los inmigrantes de la vecina República Democrática del Congo. Es curioso que hace apenas un mes también el gobierno de Kenia invocó el mismo motivo para detener a varios miles de somalíes y expulsarlos del país por la vía rápida. Las autoridades de Kenia, que quedaron en evidencia el año pasado cuando los terroristas islamistas de Al Shabaab atacaron el centro comercial en Nairobi, causando numerosas víctimas, y que desde entonces han demostrado lo chapucera de su gestión del terrorismo, quisieron simplemente demostrar que estaban dispuestos a emplear mano dura y hacer algo de gran visibilidad para que sus ciudadanos piensen que después de todo hacen algo. Durante las redadas hacinaron a infinidad de hombre, mujeres e incluso niños en celdas policiales donde apenas cabían de pie y no podían ni dormir de noche. Bastantes de los detenidos permanecieron incomunicados en dependencias policiales más allá del límite de 48 horas que marca la ley de Kenia, no se les permitió ver a un abogado, y en muchos casos se detuvo incluso a somalíes que sí tenían sus permisos de residencia en regla, e incluso a personas de etnia somalí que son de nacionalidad keniana.

Me temo que no son, ni mucho menos los únicos casos. Cualquiera que se tome molestia de bucear en las hemerotecas (o mejor, en Google, que es más rápido y al alcance de cualquiera) se encontrará con innumerables casos de gobiernos africanos que han expulsado sin contemplaciones y en la mayor parte de los casos con toda clase de vejaciones, a ciudadanos de otros países. Ha ocurrido hace muy poco con chadianos cazados como si fueran animales de la República Centroafricana por sus propios vecinos, con ruandeses convertidos en seres indeseables en varios países de África, ocurrió hace pocos años con angolanos expulsados de Congo, y congoleños expulsados de Angola, hace un par de décadas con nigerianos a los que las autoridades de Ghana echaron de su territorio… la lista es muy larga.

Que me corrija alguien si estoy equivocado o si mi información no es completa, pero en el caso de los 40.000 congoleños de Kinshasa expulsados recientemente de Brazzaville no he escuchado ninguna palabra de protesta de ningún obispo de ninguno de los dos Congos. La Iglesia Católica de África tiene documentos muy bonitos sobre los derechos humanos y la dignidad de los inmigrantes, pero en bastantes ocasiones cuando se dan casos así los obispos tienen miedo de enfrentarse a las autoridades y optan por callar, o a lo sumo por salir al paso con declaraciones como "aún estamos esperando a tener la información necesaria”. Por desgracia, el apuntar hacia el inmigrante como el causante de todos los problemas sociales, sobre todo del aumento de la delincuencia, lo hacen con igual sagacidad dirigentes europeos y africanos. Y también en ambos casos, ocurre con cierta frecuencia que quienes deberían salir en su defensa, optan por callar.