409.- “Los días rojos son terribles y en esos momentos lo único que me viene bien es ir a Tiffany's, porque nada malo me puede ocurrir allí.”

Por Ignacionovo
Autor: Truman Capote.
— ¿Conoce usted esos días en los que se ve todo de color rojo? — ¿Color rojo?, querrá decir negro. — No, se puede tener un día negro porque uno se engorda o porque ha llovido demasiado: estás triste y nada más. Pero los días rojos son terribles. De repente, se tiene miedo y no se sabe el porqué.
La joven protagonista de “Desayuno con diamantes”, la inolvidable Audrey Hepburn, curaba sus ‘días rojos’ amaneciendo en el escaparate de la joyería más popular de la 5ª Avenida de Nueva York, una manera trivial, pero eficaz, con la que el personaje superaba sus malos momentos ‘anónimos’. Es decir, aquellos cuyo origen desconocemos.
Hay días,  (llamémosles negros, rojos o cómo nos plazca) en los que no tenemos una razón objetiva y nada que en apariencia y alrededor, pudiera darnos una mínima disculpa para sentimos mal o temerosos y sin embargo, nos encontramos vitalmente apagados, sin fuerzas e inermes frente a la vida.
Consideremos que es inevitable sentirse a veces así, y no tratemos de que todo tenga una explicación plausible, porque quizá no la hay, y a veces sólo resulta que la ‘maquinaria’ ha de bajar de revoluciones de cuando en cuando, para preservar su integridad y buen funcionamiento general.
El problema reside en que lo excepcional, un mal día, se convierta en lo usual, y no se tomen medidas al respecto, asumiendo que la tristeza y el miedo deben formar parte de manera cotidiana e indisoluble de nuestras vidas. Cuando los malos días se prolongan, es absurdo evitar reflexionar sobre ello y recurrir a lo que quiera que sea, para no ser conscientes de que algo nos ocurre.
Hace poco falleció el genial director de ‘Desayuno con diamantes’, Blake Edwards, y esta entrada es también un homenaje a su gran comedia romántica, basada en una obra de Truman Capote, quién, por cierto, pidió expresamente que Marilyn Monroe interpretara el papel protagonista. Afortunadamente, Edwards se salió con la suya, y no porque la Monroe fuera mala actriz, sino porque no seríamos capaces de imaginarnos el papel de Holly en otra piel que no fuera la de Audrey Hepburn. La -en apariencia- frágil mujer, a la que George Peppard, el coprotagonista masculino, definía así:
"¿Sabes lo que te pasa? Que no tienes valor. Tienes miedo, miedo de enfrentarte contigo misma y decir: "está bien, la vida es una realidad, las personas se pertenecen las unas a las otras porque es la única forma de conseguir la verdadera felicidad". Tú te consideras un espíritu libre, un ser salvaje, y te asusta la idea de que alguien pueda meterte en una jaula. Bueno nena, ya estás en una jaula, tú misma la has construido y en ella seguirás vayas a donde vayas, porque no importa a dónde huyas, siempre acabarás tropezando contigo misma."