Carl Gustav Jung
Algún bache o ruido me despertó. Abrí los ojos y miré por la ventana, estábamos sumidos en esa profunda oscuridad que habita las pocas zonas no pobladas de nuestro mundo. Las únicas huellas humanas que había en ese lugar, eran las que dejaba el bus en el que estaba viajando.
Comprobé la hora, eran las 9 de la noche, habían pasado 120 minutos desde que dejamos atrás la frontera de la entrada a Bolivia. Allí, no me pusieron ninguna pega para entrar, lo de Chile se había quedado en Chile, lo que supuso un alivio para mi persona.
Como me aburría y Morfeo no parecía tener la intención de volver a visitarme, abrí la mochila, cogí la tablet y reanudé la lectura de Jung. Es genial su teoría de la Persona como máscara y de cómo nuestras relaciones sociales forman nuestra verdadera identidad.
Esta vez no os voy a inyectar filosofia/ psicología en vena, tranquilos, pero no puedo cerrar esta entrada sin hablaros de lo básico de su pensamiento. Para Jung, una persona, nuestra identidad real, la de detrás de la máscara, está formada por el conjunto de visiones existentes de nuestro yo.
Es decir, yo, Teo, es la propia visión que tengo yo de mí, más el conjunto de ideas que tienen mis amigos, mis familiares, mis conocidos, mis lectores, etc... acerca de cómo soy. Mi visión, junto a esas, forman la persona llamada Teo.
Si alguien piensa que soy un pedante o un piojoso, pues lo soy, ya que, cómo he dicho , somos la suma de las ideas que tiene la gente de nuestro yo (y, si alguien piensa que eres x cosa, siempre es por algo, los juicios o impresiones no salen de la nada).
Si estáis interesados en Jung, os recomiendo leer sus libros, no tienen desperdicio y, si os gustan los videojuegos, jugar a la saga de jrpgs Persona, saga que bebe mucho de él y que explora mucho sus teorías (incluso te lo nombran de vez en cuando).
Entre página y página (digital) y, mientras reflexionaba sobre lo leído, empecé a darme cuenta de que la nada oscura empezaba a iluminarse con la luz artificial propia de las farolas, las tiendas, las casas... Estábamos entrando en una gran ciudad, rápidamente supuse que todo lo que mis ojos veían era la vanguardia de nuestro destino, la capital del país, La Paz.
Y así lo confirmó el conductor al encender las luces interiores del bus.
-En 30 minutos estaremos en la terminal, iros despertando - indicó.
Una visita a La Paz no estaba en mis planes iniciales, quería pasar de Atacama a Uyuni, y de ahí directamente a Copacabana sin parar en ningún sitio más de Bolivia. Pero, mis problemas con la inmigración chilena me obligaron a incluirla en mi recorrido. Y, en cuanto llegué, me alegré de ello.
No esperaba que La Paz me asombrara por su belleza ni nada por el estilo pero, cuando pude observarla mientras llegaba en ese bus, lo hizo, vaya si lo hizo.
La ciudad estaba construída encima de un valle y el centro correspondía a su parte más baja. Desde allí, tenías una visión de 360° de las montañas y de los edificios (muy pegados entre sí) que estaban construídos sobre ellas.
A mucha gente, esto le puede parecer una aberración antinatural, pero a mí, aunque también soy un defensor del conservamiento del planeta y de sus zonas vírgenes, me pareció que tenia un puntillo estético. Visualmente me impactó mucho (para bien).
La parada del motor nos comunicó que ya habíamos llegado. Guardé la tablet, cogí mi mochila y bajé del vehículo.
-Oh, culé, has visto qué bien te ha ido el intercambio, ya estás en La Paz - Me gritó entusiasmado el conductor.
-Sí, muchas gracias por todo.
Me despedí de él, recuperé mi otra mochila y puse rumbo hacia el hostel (hostel bree adventure o algo así) que había mirado en tripadvisor durante mi corto período de espera en Arequipa. Tenía buena pinta, daban tortitas para desayunar y una cerveza gratis por día.
No me costó encontrarlo, estaba a dos cuadras (manzanas) de la estación de bus. Entré, hice el check-in y me pusieron una pulserita por si me perdía, en ella estaban escritas las siguientes palabras:
"Si me encuentras perdido o borracho, llévame a x dirección"
Por lo que me contaron en sitios anteriores, La Paz tenía fama de ser una ciudad de fiesta para los mochileros, como sus precios son bajos, los mochileros aprovechan para salir todo lo que no han podido durante su viaje. Pegarse un desfase vamos.
En el desayuno del día siguiente, pude comprobar que eso era cierto. Mientras satisfacía las necesidades de mi estómago con las tortitas, observé que el resto de compañeros de habitación/hostal estaban hechos polvo, la ciudad de la fiesta había conseguido knoquearlos con un buen gancho.
-Tienes cara de cansado, buena fiesta te metiste ayer - Me dijo una brasileña ( o eso creo) que se sentó enfrente mío.
-No, esta cara es producto de un viaje de 72 horas, jeje - Le dije.
Estuvimos hablando un rato hasta que mi estómago me ordenó que parara de comer tortitas, entonces, me despedí de ella y fuí al final del mostrador, ya era hora de conocer "la capital boliviana".
La recepcionista me informó de que existía un free tour (como el de Santiago) y me puse en marcha. En este primer paseo por las calles de La Paz, me chocó mucho el vestuario de las mujeres locales, iban vestidas con faldas muy anchas, un chaleco y un sombrero de copa... Tenían un aspecto muy cómico y, en conjunto, el parecido entre ellas no tenía nada que envidiar al que hay entre los clones del ejército de la república intergaláctica.
De camino hacia la Plaza San Pedro, en la cual estaba el punto de reunión del tour, una chica local (supongo, era muy morena) me paró y me pidió una foto con ella. Accedí y, cuando acabamos, me dio su facebook y se fue (lo que hace la barba y el pelo largo).
Una vez ya en la plaza, me senté y esperé a la guía del tour. Durante esa espera, un chico con pinta de turista me saludó y se sentó a mi lado.
-Español, verdad? - Me preguntó.
Era Raúl, originario de Córdoba y que estaba aprovechando sus vacaciones para viajar. Estuvimos hablando un rato hasta que el guía se dignó a aparecer y hacer un grupo. Todos teníamos pulseritas de los hostales en nuestras muñecas, nos podrían haber confundido por un grupo sacado de Alguien voló sobre el nido del cuco perfectamente.
Raúl volvió a activar su radar busca españoles (a lo bulma) y encontró a una pareja de extremadura, Jorge y Estefanía (http://www.sinunrumbofijo.com), que también estaban viajando por el mundo relatando sus experiencias.
Con este grupito de spaniards hice el tour, no muy bueno por cierto. Nos enseñaron muy pocas cosas de la ciudad y casi nada de su historia. Nada que ver con el de Santiago. Destacaría tres cosas de este paseo:
1. La cárcel de San Pedro: Cuando vi la entrada ya decía yo que a mí ese sitio me sonaba, luego la guía me lo confirmó. Era la cárcel que una vez vi por la tele en un documental (encarcelados en la sexta, ¿puede ser?) con mi primo Miguel y mi amigo Loti.
Esta cárcel boliviana es famosa porque funciona como una ciudad. Los presos tienen tiendas, wifi, cocina, comodidades, etc e incluso sus familiares pueden vivir con ellos y visitarlos. Antes, en tiempos anteriores a la creación del anillo, se podía entrar en esta fortaleza de Mordor pero, desde que los orcos empezaron a jugársela a los visitantes, está prohibida la entrada (y si alguien te dice de entrar dile que no, a lo mejor no vuelves a ver la luz del día si accedes).
2. Evo Morales : La guía nos contó que, Evo Morales, el presidente de Bolivia, había sido tres veces elegido como presidente del país, cosa ilegal (un dirigente solamente puede gobernar durante dos legislaturas) normalmente, pero que él había hecho legal cambiando el nombre del país (República de Bolivia ------ Estado Plurinacional de Bolivia). Cómo véis, los políticos son unos chorizos en todo el mundo.
3. El mercado: Comimos en el mercado y mereció mucho la pena, por 50 céntimos o un euro tuvimos dos abundantes platos por cabeza (y buena) y, además, la cocinera del puesto nos regaló frases como "Yo para que voy a viajar a España, si ahí no hay nada", " Bolivia tiene de todo", "Para ir a EEUU tengo que pagar 15.000 doláres (cosa que dudo)" entre otras. Menudo personaje estaba hecha.
Me volví a reunir con el grupo de españoles al día siguiente. El día anterior planeamos ir a los miradores pero, Raúl, nos dijo de ir a las ruinas de la civilización pre-inca de Tiwanako. Así que cogimos el teleférico y preguntamos cómo ir hacia allá (recuerdo que le preguntamos a un viejecito y, a Raúl le debió dar ternura o algo, ya que le dio las gracias acariciándole la cabeza como si fuera un peluche).
El único acceso a las ruinas era mediante micro, cosa que hizo que me acordara de cuando fui a Zelazowa Wola (pueblo natal del gran Chopin) desde Varsovia. Los dos viajes fueron igual de incómodos, mareantes y pesados. Menos mal que fui hablando con Raúl (recomendando libros de filosofía para variar) y eso hizo el trayecto más ameno.
Cuando visitamos las ruinas, nos dimos cuenta de que fue un error el haber ido allí. El precio de la entrada era desproporcionado y no había mucho por ver.
Si a uno le dicen "Vamos a ver ruinas de x civilización", uno espera encontrarse con cosas guapas y llamativas: armas, tumbas, templos, estatuas, etc. Allí solamente pudimos ver un par de estatuas y algo parecido a una puerta. No os recomiendo esta visita si no sois unos frikis de la historia (Hola Judith! Hola Georgi!).
Después de comer volvimos a La Paz (en el mismo microbus incómodo) y nos despedimos de Raúl. Jorge, Estefanía y yo retomamos el plan original y fuimos al mirador.
Cómo os he dicho al principio de esta entrada, La Paz me atraía mucho estéticamente y, en el mirador central, me enamoré más de ella. Ese valle lleno de edificios por todas partes tiene algo mágico que hace que se te quede grabado en la retina de por vida.
Bajamos, cenamos y me despedí de ellos, ya que al día siguiente partían hacia Copacabana (a donde yo me dirigirìa 3 días después) y me fuí a dormir al hostal.
Allí, la brasileña del día anterior me propuso tomar algo de tranquis y acepté. Me estuvo contando su historia, era del famoso barrio de Ciudad de Dios y se había escapado de su país rumbo a Chile, donde esperaba encontrar trabajo de arquitecta para tener experiencia internacional. La Paz era solamente una parada entre bus y bus. Era muy maja y espero que le fuera todo bien por Santiago.
A la tarde del siguiente día, me tocó partir hacia el salar de Uyuni, el más grande del mundo y que estando en Bolivia no me podía permitir perder. Tenía dos opciones para llegar a él: bus o autostop. Cómo el bus era muy barato (5-10 euros), decidí tirar por lo seguro (tranquilos, tendréis más autostop pronto) y fuí a la estación.
Mientras esperaba el transporte, pensando sobre lo bien que me había sentado el tiempo de turismo en aquella ciudad, una italiana y un japonés se sentaron a mí lado. Ellos formarían nuevas relaciones que integrar en mi persona, pero eso tendrá que esperar a la siguiente entrada.
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